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HEINZ R. SONNTAG
heinzsonntag@cantv.net

Los análisis e interpretaciones de los actuales tiempos de nuestra sociedad coinciden en el diagnóstico de una crisis. Si por la misma entendemos un periodo más o menos largo en el que el cúmulo de contradicciones y conflictos es más grande y poderoso que el conjunto de los mecanismos sociales, culturales y políticos para resolverlos, es indudable que estamos inmersos en semejante situación. Ésta tiene dos espacios en los que se desenvuelve: el social y el político, aunque se extienda a menudo a la economía. Diferenciamos entre la anomia en lo social y la anarquía en lo político.

La primera describe la disolución de los consensos normativos de convivencia y coherencia en el desenvolvimiento cotidiano de la sociedad y se expresa in extremis en un aumento de la violencia, esto es: en el desdén del derecho de existencia del otro. Formas menos graves se reflejan en la desestimación masiva de normas y reglas orientadoras de la vida cotidiana. Las causas que provocan la anomia pueden ser múltiples, pero suelen tener su principal razón de ser en un ampliamente compartido sentimiento de frustración respecto del modo de funcionamiento de la sociedad.

La anarquía se refiere al surgimiento de la disfuncionalidad del sistema político. Abarca el debilitamiento y hasta la desaparición de las instituciones.

Sus raíces están casi siempre en la lucha entre representantes de diferentes formas de ejercer el poder. Implica, la mayoría de las veces, el apartheid político de los ciudadanos y hasta la desaparición del concepto mismo de ciudadanía.

En el caso de nuestra sociedad, la anomia surgió y se extendió en el largo periodo entre finales de los setenta y comienzos de los ochenta, que he llamado «regresión de la democracia». Pese a los esfuerzos de los gobiernos de la época de combatirla, curiosamente se vinculó con la anarquía. De hecho, mientras más se debilitaron las instituciones del Estado y las organizaciones políticas en general, más se extendió la anomia, lo cual tuvo su primera explosión en el Caracazo de 1989. En los años siguientes, por el vínculo entre la anomia y la anarquía, ni aquella cedió ni ésta pudo ser combatida ­para lo segundo, los intentos de dos golpes de Estado en 1992 y la renuncia forzada del presidente Pérez en 1993 son sólo dos ejemplos­.

La causa de la anomia (la frustración) no desapareció, ni se logró contrarrestar la anarquía, pese a los intentos de los presidentes Pérez y Caldera y sus esfuerzos de imprimirle a la sociedad nuevos rumbos, muy diferentes el uno del otro. El resultado fue la elección como presidente de Chávez Frías en las elecciones de diciembre de 1998.

Si bien éste tuvo, durante los primeros años de su mandato, algunos éxitos en la lucha contra la anomia, estos se desvanecieron por las políticas públicas erráticas y, sobre todo, por su intento de combatir la anarquía con una «nueva» institucionalidad del Estado. Si bien la Constitución de diciembre de 1999 reformulaba la de 1961 y le agregaba artículos importantes, su actitud desdeñosa hacia ella hizo que perdiera la aprobación que al comienzo había obtenido, sobre todo en los años después de las elecciones presidenciales de 2006.

¿Qué debemos hacer los que militamos en la alternativa democrática para luchar contra la anomia y la anarquía? Dejo la pregunta abierta para que mis lectores se la respondan y actúen en consecuencia. Por la restauración de una sociedad sin anomia y un Estado sin anarquía, esto es, con paz, libertad, progreso, habrá que luchar; el teniente coronel no esta vencido…

Heinz R. Sonntag es el Director general del Observatorio Hannah Arendt