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Por Carlos Villalba

El Observatorio Hannah Arendt viene de cumplir una larga etapa enfrentándose a la revolución desfigurada. Y es, no solamente necesario, sino indispensable, agradecer sus razones. Razones que nos permiten erguirnos ante la arbitrariedad  y el desconsuelo.

Cualquiera que se haya ocupado de los cambios profundos que toda sociedad debe acometer, conoce que la revolución, o es, antes que todo, una gran empresa de cultura, o no es revolución. Y que aquellos, que por una u otra vía, han pretendido entregarse a ella sin distanciarse del resentimiento, han acabado por ser enemigos de sus propias ideas

Contra los que han pasado más de doce años escupiendo rencor, en nombre de un proceso que legitima el principio: «el fin justifica los medios», a objeto de terminar haciendo lo único que saben: sembrar violencia y cultivar violencia. Contra ello, pues, los miembros del Observatorio han expuesto, unas veces, y propuesto, otras veces, modestas razones, que arrastran verdades, las cuales, aunque parezcan poco, representan la mejor manera, y la más educada, de decirles «¡No!». Y es que con el insulto no se destruye al adversario, se autodestruye el que lo profiere. Después de todo, la revolución es aprecio de las formas más claras de la vida, y, en modo alguno, exaltación de las formas más puras del desprecio.

Agradecemos, así, al Observatorio Hannah Arendt, y a su Director,  Heinz Sonntag, que presidiera el grupo durante el período que concluye, la fuerza de esas razones tan cuidadosamente hilvanadas para servir a la libertad, poniéndose del lado de los que soportan las injurias.