Por Luis Ugalde s.j.

luis-ugaldePalabras pronunciadas por Luis Ugalde s.j. con motivo de habersele otorgado el Premio Derechos Humanos 2012 de la Fraternidad Hebrea  B’Nai B’Rith de Venezuela.

Agradecimiento

Este reconocimiento tiene para mí un significado muy especial por venir de una comunidad y un pueblo profundamente marcados por la negación de su identidad específica, un pueblo al que en muchos países se le decía, “te tolero si dejas de ser tú”.  Un pueblo que nos enseña desde sus persecuciones y su dolor y nos interpela desde su identidad.

Permítanme compartir con ustedes unas reflexiones personales muy sencillas  de lo que he ido aprendiendo sobre los derechos humanos  en esa fuente inagotable de inspiración y de sabiduría  la Biblia, que  hemos heredado  y que nutre mi espiritualidad como sacerdote católico.

Entre Caín y Yahvé

En el conocido capítulo 4 del Génesis Caín afirma que él no es guardián de su hermano, por cuya muerte Yahvé le  pide  cuentas (Génesis 4,8-15). Luego Caín reconoce su maldad asesina de su hermano y afirma que en adelante “cualquiera que me encuentre me matará”. Sus  conclusiones van en la línea que muchos siglos después Hobbes dirá sobre la condición humana en sociedad, “Homo homini lupus”, el hombre para el hombre es un lobo: yo mate  y ellos me matarán.

Yahvé afirma todo lo contrario en ambos puntos. Tú eres el guardián de tu hermano y por eso te pregunto en tu conciencia dónde y cómo está él. Pregunta que, en primer lugar, no es un deber impuesto desde fuera, sino un hecho que brota desde tu propia existencia e identidad porque sólo eres «tú” en el  «nosotros” inclusivo. Este hecho es reforzado con otra verdad y llamada espiritual: sólo te encontrarás a ti mismo y realizarás tu proyecto de vida  si te haces  guardián de tu hermano.

Yahvé frente a la afirmación cainita de “cualquiera que me encuentre me matará” dice: “No será así: me vengaré siete veces de quien mate a Caín. Y Yahvé puso una marca a Caín para que no lo matara el que lo encontrara” (Gen 4,15).

De esta manera al “homo homini lupus”, dimensión asesina de todo ser humano en todos los tiempos, se contrapone la semilla divina en nosotros que nos invita al crecimiento espiritual y a la humanización haciéndonos hermanos, aun de los más lejanos: El Levítico contrapone al asesinato el “amarás a tu prójimo como a ti mismo, pues yo soy Yahvé” (Levítico 19,18). Amor que Jesús lo subraya como síntesis y sentido pleno de la vida. Sin este reconocimiento y amor, los derechos humanos se quedan sin base. Pero la triste realidad de la historia humana que debemos cambiar es que tiene razón el profeta Amós cuando reprocha: “Ustedes juegan con la vida del pobre y del miserable tan sólo por algún dinero o por un par de sandalias” (Amos 8,4-8)

Utopía: Realidad, horizonte y proyecto

En los profetas bíblicos encontramos algunas de las más poderosas formulaciones de la utopía de plenitud humana. Expresada allí como promesa y esperanza de plenitud, ha sido inspiradora de movimientos religiosos y también utilizada por la sociedad moderna para formular sus grandes utopías seculares arreligiosas: la utopía de la Ilustración y la utopía del paraíso comunista en la tierra. La Ilustración prometía desterrar el mal de la humanidad por la entronización de la diosa Razón que iluminaría las mentes y acabaría con la ignorancia. Según la Ilustración por la iluminación de la razón desaparecería la causa de todo mal, que sería la ignorancia.

Un siglo después  Marx levantó la promesa del paraíso en la tierra sin mal y el hombre nuevo. El pretendía haber descubierto una ley según la cual el origen del mal y de la alienación está en la apropiación privada de los medios de producción. Esa sería la clave de la dominación del hombre por el hombre, de la condición dictatorial del Estado y de la alienación religiosa. Con el “socialismo científico”, la revolución proletaria llevaría a la toma del poder, a la supresión de la propiedad privada de los medios de producción, a la erradicación de la explotación humana, y a la extinción del estado y de toda religión, dando paso al paraíso sin mal ni penuria, con hombres y mujeres nuevos.

En  nuestros días del siglo XXI basta abrir los ojos para ver la ilusión de  ambas promesas utópicas, que tantos cientos de millones de personas movilizaron con esperanza. Instalados en el poder y potenciados con toda la ciencia, tecnología y racionalidad organizativa de ejércitos y de aparatos de represión, lejos de eliminar el mal, produjeron las dos guerras mundiales más espantosas con decenas de millones de muertos. Esas supremas cumbres de la inhumanidad ponen en evidencia que la realización efectiva de los derechos humanos no puede prescindir de lo que la Biblia nos enseña sobre el corazón humano, de éste depende que los instrumentos y la ciencia racional sean utilizados para vida y no para muerte.  No hay paraísos en la tierra ni leyes inexorables que los produzcan, sino que los avances graduales de la humanidad se deben al realismo de asumir la condición humana con su maldad y limitaciones, con sus nuevas posibilidades científico-tecnológicas y culturales para así con esfuerzos lúcidos y solidarios avanzar con eficacia  hacia el logro de nuevos niveles de vida digna para todos. Hoy tenemos realidades inhumanas potenciadas y también posibilidades de humanización muy superiores al pasado, ahora con una humanidad globalizada, una, múltiple y diversa.

La utopía es al mismo tiempo estrella en el horizonte y motor en el corazón e imprescindible para transformar la realidad; pero requiere ser manejada con Sabiduría para no sucumbir a la tentación de atrapar la utopía y enjaularla en un régimen concreto, pues esta apropiación conduce siempre a la tiranía totalitaria, como vemos en la guillotina de Robespierre, en el Holocausto nazi del Tercer Reich, en la agonía de decenas de millones en los monstruosos gulags rusos o en la miseria sin horizontes de la actual ruina castrista en Cuba. La utopía es ave de alto vuelo que muere en cautiverio. No hay leyes humanas que inexorablemente llevan al paraíso, sino libertades humanas y conciencias responsables y solidarias, capaces de discernir, empeñadas en co-crear una humanidad donde la unión y el reconocimiento mutuo de los diferentes será siempre un proyecto en realización; nunca una plenitud alcanzada. No somos humanos si no vamos buscando mayor plenitud y nos volvemos inhumanos cuando pretendemos haber alcanzado y poder imponer a los demás el paraíso en la tierra.

1- Yo voy a crear

En los profetas bíblicos aparece la utopía en toda su belleza, y nuestra vocación de co-creadores pero no absolutos señores para hacer nuevos mundos. En boca del profeta Isaías (65, 17-25) Yahvé dice “Yo voy a crear”. “Yo voy a hacer de Jerusalén un Contento y de su pueblo una Alegría”. Yahvé se reserva para sí la plenitud y libera a la humanidad de su pretensión engañosa de hacer paraísos en la tierra con hombres y mujeres radicalmente nuevos y deslegitima a los regímenes totalitarios en su pretensión de ser como dioses, perfectos y perpetuos. Isaías 65 17- 25:

“Miren, yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva; de lo pasado no quedará recuerdo ni se lo traerá a la memoria, más bien gócense y alégrense siempre por lo que voy a crear; miren , voy a hacer de Jerusalén un Contento y de su pueblo una Alegría; me alegraré de Jerusalén y me gozaré de mi pueblo, y ya no se oirán en ella gemidos ni llantos; ya no habrá allí niños  que mueren al nacer, ni adultos que no completen sus años, pues será joven el que muera a los cien años, y el que no los alcance se tendrá por maldito. Construirán casas y las habitarán, plantarán viñas y comerán sus frutos, no construirán para que otro habite, ni plantarán para que otro coma; porque los años de mi pueblo serán los de un árbol y mis elegidos disfrutarán del trabajo de sus manos. No se fatigarán en vano, no engendrarán hijos para la catástrofe; porque serán la descendencia de los benditos del Señor, y como ellos sus retoños. Antes de que me llamen yo les responderé, aun estarán hablando y los habré escuchado. El lobo y el cordero pastarán juntos…”

La utopía en la historia  puede ser convertida en una fuerza e inspiración de vida y también en opresión y muerte:

Utopía de vida: Cuando trabajamos para que vivan los niños y los ancianos; para que los obreros construyan sus casas y trabajen las viñas y las disfruten, sin que otro se lo quite; para que convivan el lobo y el cordero, para hacer de las espadas arados y de las lanzas podaderas. La plenitud definitiva de eso no está en nuestras manos, pero hemos recibido el espíritu, el corazón y las convicciones para caminar siempre hacia ese horizonte. Frente a tanta realidad inhumana hoy tenemos la inspiración de la utopía que se mantienen como luz en el horizonte inalcanzable y como fuego en el corazón de quienes caminan asumiendo la dura realidad cotidiana con sus rasgos negativos. No es nuestra la plenitud de la utopía en la tierra, pero sí proyectos de humanidad que incluyen para todos vida, trabajo productivo y su disfrute; convivencia pacífica de lobos y corderos. Esa vivencia nos hace no dueños absolutos, sino co-creadores, humanizadores y constructores de un mundo donde florezcan los derechos humanos de todos. Es la invitación a caminar desde el no matarás a vivirás y serás vida para tus semejantes, pues los reconocerás  en su identidad y dignidad y serás reconocido en solidaridad mutua.

Pero la utopía puede ser convertida en un monstruo de muerte. Cuando  instituciones, personas o movimientos, pretenden que en ellos la utopía deja de ser horizonte porque ya es plenitud alcanzada, se instaura el reino de la muerte. Esa pretensión – sea religiosa o secular- se convierte en opresión totalitaria y en asfixiante cárcel de la libertad humana. La utopía deja de ser esperanza, horizonte, fuego y motor que mueve la historia hacia mayor humanización, y se convierte en muerte en manos de quienes pretenden haberla alcanzado y afirman ser su encarnación en el nuevo orden. De la utopía domesticada por quienes pretenden poseer su perfección absoluta nacen necesariamente las inquisiciones, las hogueras, las guillotinas, los campos de exterminio. Con profunda sabiduría Isaiah Berlin nos dice: Si esto es posible (que la solución final de toda enfermedad pueda ser alcanzada… y que una vez lograda dure para siempre…), entonces seguramente ningún precio es demasiado alto; ningún extremo de opresión, crueldad, represión y coerción será demasiado elevado, si éste y sólo éste es el precio de la definitiva salvación de todos los hombres. Esta convicción da una amplia licencia para infligir sufrimientos a los demás hombres, dado que ello se hace por puros y desinteresados motivos” (The Decline of Utopian Ideas in the West. Publicado originalmente en Tokio en 1978 por Japan Foundation. Ver Berlin Isaiah The Crooked Timber of Humanity. Princeton: Princeton University Press 1991  copiar 3 y 4  y citar I. Berlín).

2- Derecho de toda persona a educación de calidad

Reflexionando vemos que hay dos tipos de derechos humanos: derechos míos frente a ti, y derechos míos contigo. Cuando decimos no matarás, no robarás, no violarás… estamos afirmando la vida y dignidad de una persona frente a las otras. En cambio cuando hoy afirmamos el derecho a trabajo digno, a la igualdad de género, o el derecho a la educación de calidad para todas las personas… estamos hablando de derechos que sólo son realizables dentro de un “nosotros” solidario y sobre la base del reconocimiento mutuo y trabajo conjunto. Sólo en una sociedad y humanidad previamente construida entre todos es posible la proclamación, reconocimiento y efectiva realización de esa dimensión humana en una red de derechos y deberes con instituciones solidarias, producto de avances civilizatorios y de un mutuo reconocimiento y afirmación espiritual.

Hace unos siglos la educación escolar no se consideraba un derecho humano de todos y sólo unos pocos eran letrados en un mar de analfabetos. Hoy la educación de calidad no sólo es una posibilidad para todos, sino una necesidad, de tal manera que quien carezca de ella está condenado a la pobreza, a la discriminación, al desempleo y al fracaso personal. Para que sea posible no basta proclamarlo, ni prohibir a los otros su violación. No es un “no matarás”, sino  un “hagámoslo juntos” y sólo es posible lograrlo con otros en reconocimiento mutuo y solidaridad con ellos. La realización del derecho de todos y todas a educación de calidad es un bien público al que se obligan los estados, las sociedades y las familias. No nos sirve una pobre educación para pobres, sino que el reto es calidad para todas las personas y todos los pueblos; reto  inmenso,  horizonte retador en el que nos jugamos la dignidad y la paz de los pueblos.

Haya muchas discusiones sobre la “calidad educativa” y existen no pocas interpretaciones que lo reducen a un racionalismo instrumental competente, libre de valores. La Biblia por el contrario nos habla de saberes y de Sabiduría, que abre a la trascendencia y da sentido a personas que usan los saberes para producir vida y para incluir al huérfano, a la viuda, al extranjero y al pobre. La calidad incluye no sólo saberes, conocimientos y tecnología, sino la Sabiduría para hacer con ellos el bien y humanizar.

Quiero dedicar este reconocimiento a un grupo de  venezolanos que en el Foro CERPE hemos construido una plataforma, un espacio abierto y plural para elaborar y presentar al país una propuesta educativa retadora y realista al mismo tiempo, donde el elevado horizonte educativo ponga en marcha a familias y educadores, a la sociedad entera y a su estado para crear dignidad,  productividad económica y ciudadana y la convivencia de justicia y paz; realidades de las que hoy vivimos lejos en destierro y añoranza. Somos un pequeño grupo que representa en sus deseos necesidades y posibilidades educativas a millones de venezolanos. Los autores van de la A de Aguilar Noelbis a  la S de Scharifker Benjamín, ella directora de Fe y Alegría de Caracas y él rector de la Universidad Metropolitana, ex-rector de la Universidad Simón Bolívar y ex-presidente de la Academia de Ciencias; son los hombres y mujeres que convocan a un gran acuerdo de Educación Para Transformar el País. Que cada persona se eduque para ser competente y convencida de valores fundamentales de libertad y responsabilidad, solidaridad, espíritu democrático y emprendimiento. Permítanme, que como jesuita con una tradición de calidad educativa de casi 5 siglos, comparta con ustedes las cuatro “ces” con las que queremos que se distingan los hombres y mujeres que formamos: que sean competentes, conscientes, compasivos y comprometidos.

El generoso reconocimiento de esta tarde por parte de ustedes, del Consejo Nacional  y de la Comisión de Derechos Humanos de la Fraternidad Hebrea B´Nai B´Brith de Venezuela, nos anima y obliga más a luchar por el derecho humano de toda persona a una educación de calidad. Muchas gracias.

Que dios nos bendiga  y nos de su paz a todos.

Luis Ugalde, s.j.

Director de CERPE (Centro de Reflexión y Planificación Educativa)

Caracas 22 de noviembre de 2012