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revista SIC, Noviembre 14 2013

Jesús María Aguirre

Entre las 12 películas a proyectarse en el Festival de cine judío de Caracas -23 a 28 de noviembre- destaca un largometraje particularmente interesante por su dimensión política: Hanna Arendt de la cineasta alemana Margareth von Trotta, estrenada en el año 2012. Ya anteriormente la directora había incursionado con el género del biotopic al rodar Rosa Luxemburgo sobre la revolucionaria alemana en 1986,  despleglando su trayectoria vital, si bien destacando los hechos sociopolíticos. Sus películas fueron inicialmente catalogadas por los críticos como “feministas”, pero en la actualidad se le reconoce que ha realizado retratos acabados donde las mujeres exponen su diversidad social y los individuos son explicados desde una perspectiva histórica desde la cual el presente se comprende en buena parte a partir del pasado. Este nuevo filme se sitúa más bien en esta óptica más bien humanista.

Sin embargo, en esta oportunidad el título puede confundir al crear expectativas falsas, pues no se trata de una película al estilo de Camille Claudel de Bruno Dumont,  en que se narra magistralmente una especie de historia de vida, sino de un  film concentrado en la fecha específica del año 1961, cuando la filósofa participó como periodista en el juicio a Adolf Eichmann, el nazi que organizó el plan de genocidio del pueblo judío durante la Segunda guerra mundial.

Es el año en que la filósofa, exilada en Estados Unidos, propone al New Yorker escribir no un artículo sino un estudio de mayor envergadura: Eichman en Jerusalén. Estudio sobre la banalidad del mal.

Con el propósito de hacer compresible el pensamiento de Hanna y de hilvanar la película a través del tema de la banalidad del mal, Von Trotta desarrolla una línea argumental excesivamente discursiva a través de las discusiones por una parte con sus amigos exiliados, particularmente Hans Jonas y su marido y por otra parte el famoso filósofo Martin Heidegger, cuyos devaneos con el nazismo y su aventura erótica-intelectual, se convirtieron posteriormente en un filón  del periodismo cultural.

En palabras de la autora: “En 1983, quería hacer una película sobre Rosa Luxemburgo porque estaba convencida de que fue la pensadora más importante del siglo pasado y me interesaba descubrir a la mujer detrás de la luchadora revolucionaria. Pero ahora, al comenzar el siglo XXI, Arendt se presenta como una figura aún más fuerte: su concepto “la banalidad del mal”, entonces duramente criticado, hoy es fundamental a la hora de discutir y pensar los crímenes cometidos durante el nazismo”.

Aunque el film, excepción hecha de la buena actuación de Bárbara Sukowa,  no ha gozado de un aplauso general de los críticos desde el punto de vista estético, hay que resaltar el premio obtenido en la Semana Internacional del Cine de Valladolid por la hondura en la presentación de los dramas humanos, y, específicamente las encrucijadas de la conciencia humana en el campo político. De ahí que trascienda la banalidad de la mayor parte de las películas de nuestras carteleras, y de paso, sirva de reflexión para nuestra coyuntura, en que se habla de fascismo y nazismo sin conocimiento de causa.

*Director del Centro Gumilla de Caracas.

http://sicsemanal.wordpress.com/2013/11/14/hanna-arendt-en-el-cine/#more-3894