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Jean Birnbaum
Traducción de Carlos Armando Figueredo

La cólera fue la primera palabra de Europa. Desde la cólera de Aquiles, hasta el primer verso de la Ilíada, hasta la “justa ira” del pueblo moderno, pasando por la furia del Dios bíblico, ese sentimiento electrifica a toda la tradición occidental. La nube de movimientos que lanzaron el “Día de cólera”, el domingo 26 de enero, se escribe, pues, en un largo linaje. El éxito de la iniciativa se halla en un índice: 17.000 personas, bajo una lluvia glacial, con la cólera como sola palabra del orden del día, no es nada.

Falta decir que la cólera no hace una política. La cólera, es la indignación con un signo de menos, es la revuelta menos la esperanza. Esas manifestaciones heteróclitas lo ilustran: sin otro horizonte que no sea la negación de todo: el aborto, el desempleo, el matrimonio homosexual, los medios, los impuestos, los masones, los judíos. Satanás.., la exasperación desemboca en una sublevación de disgusto.

NO ABRE NINGÚN FUTURO DE LIBERTAD
Sobre ese punto, Georges Bernanos trazó líneas decisivas. Escritor realista y católico intransigente, no por ello dejaba de reconocer el alcance de 1789: si la Revolución francesa tiene un valor universal, decía él, es porque “no fue una explosión de cólera, sino la de una esperanza acumulada”.
Algo distinto es la cólera negra que se expresa hoy. Hija de la desesperación, no abre ningún futuro de libertad y ni siquiera pretende resucitar los buenos tiempos. Ni revolucionaria ni reaccionaria, tiene que ver con esa dinámica que el filósofo alemán Sloterdijk analizó en Cólera y Tiempo (Libera Maren Sell, 2007).

En el pasado, afirma él, la cólera tuvo sus salidas espirituales o políticas, comenzando con la Iglesia católica y la Internacional comunista. De aquí en adelante, se vuelca hacia el vacío: “Hemos entrado en una era desprovista de puntos de cosecha de la cólera”, anota Sloterdijk.

Así, la cólera no halla ninguna salida universalista, se despliega en millares de rabias localizadas y dispersas que sólo producen un resentimiento generalizado, sin razón ni consciencia. He allí otro punto: así como no promete nada, la cólera no quiere saber nada.
Desde Pierre Kropotkine hasta Albert Camus, el espíritu de revuelta antes iba a de la búsqueda de verdad. El furor nihilista que ahora baja a las calles se encuentra a la antípoda de todo ello. ”Se trata de un extremismo de la lasitud, una estupefacción radical que niega toda creación de forma o cultura.”, añade Sloterdijk.

Se comprende por qué esos “días de cólera” tienen que ver tan fácilmente con una suerte de complot alucinado. Vean esa foto de una manifestante que despliega con orgullo, alrededor de sus amigos, una pancarta contra Europa: “Pederasta/Criminal/Sionista/Satánica” (foto tomada por nuestro colega del Huffington Post. Lauren Provost).
Vean también esos videos en los que una antigua figura del movimiento “beur”[1], desde ahora ligada a los nuevos nazis y militante de la Jornada de la escuela, afirma que la educación nacional enseña sobre todo la homosexualidad, o incluso que el rap fue introducido por los estudiantes judíos en los barrios para socavar su rebelión…Por último, oigan la fórmula de Dieudonné. Que bien resume las cosas: “La verdad, es para los pendejos.”

EL ODIO AL ESPÍRITU
En verdad, todos los activistas de la cólera no llevan hasta allí el delirio. Pero todos parecen imbuidos de una desconfianza instintiva frente a la verdad tal como se establece y transmite. En una célebre fórmula, Bernanos decía que “la cólera de los imbéciles llena al mundo”. Bajo su pluma, los imbéciles no son ignorantes o idiotas, son seres embriagados de rencor, roídos por el odio al espíritu.
“La cólera de los imbéciles me ha llenado siempre de tristeza, pero ahora más bien me espanta, notaba él en 1938. El mundo entero resuena bajo esa cólera. ¿Qué queréis? Tan solo piden no comprender nada, e incluso se juntaban varios para ello…

Por ahora, esa suerte de compañerismo con un oscuro nihilismo condena a los colectivos coléricos a la impotencia política. Pero es también el que dificulta tanto que los partidos tradicionales, ya sean de derecha como de izquierda, los combatan. Tal como lo afirma el sociólogo Fabian Jobard en un artículo publicado por Mediapart, esa multitud colérica comulga en un “relativismo hiperbólico” que arroja duda sobre todo lo real, hasta llegar a negar los hechos mejor comprobados.
Hay allí una pesadilla para quienquiera permanezca ligado a una ética de la racionalidad, ya sea religiosa o política. Frente al negacionismo bajo todas sus formas, el cardenal André Vingt-Trois, así como Jean-Luc Mélenchon se hallan desarmados. Toda discusión argumentada se hace imposible. “¿Se imagina uno a un astrofísico que dialogara con un “investigador” que afirmara que la Luna está hecha de queso Roquefort?”, preguntaba el historiador Pierre Vidal Naquet en Les Assassins de la mémoire (La Découverte, 1987)-
Más allá de los slogans políticos, la galaxia de la “cólera” representa pues un reto lanzado a las prácticas de enseñanza y a las instituciones democráticas. Si no se responde a ese reto, entonces el “día de la cólera” podría bien convertirse en la noche para todos.

[1] El movimiento de los “beurs” es de los estudiante de bajos recursos que manifiestan incluso violentamente.

Le Monde 01-02-2014

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