«…después de cada derrota nos dedicábamos a preparar, con entusiasmo, la siguiente derrota.MANOS BLANCAS

Y sin embargo fue esta insistencia de termitas lo que acabó robándole el aliento al enemigo».

Albert Sánchez Piñol (La piel fría)

ALEJANDRO OROPEZA G.

Hace ya algunos abriles, en ocasión de realizar un Seminario de Cultura de Paz y Formación Ciudadana dictado por el Observatorio Hannah Arendt en la sede de la UCLA en Barquisimeto, un grupo de estudiantes de ingeniería nos preguntó a los ponentes, cuál podría ser la diferencia que apreciábamos entre el movimiento estudiantil que se enfrentó a la dictadura del general Pérez Jiménez y el de ellos que protestaba contra el comandante Hugo Chávez Frías.

Opinamos, ahí sentados informalmente en el borde de la boca de un auditorium, que aquellos y también los de la Generación del 28, luchaban por la conquista de libertades ciudadanas y la instauración de un régimen democrático; y que ellos luchaban por que no se terminara de ir al traste el sistema democrático que aún teníamos y que a duras penas sobrevivía en medio de la desinstitucionalización del país. Esta realidad ha perdurado a lo largo de todos estos años de denominada revolución, así con minúscula.

Hablar de estudiantes, de movimiento estudiantil a lo largo de la historia venezolana y de muchas otras, es hablar de valentía, de espíritu crítico y cívico, de despojo de intereses personales para entender que la responsabilidad del futuro es atinente al ser joven y, ser joven es ser contestatario, inquieto, lúcido y irresolublemente transitorio. Una de las grandes virtudes de los movimientos estudiantiles es que son como un río perenne, como decía aquella canción: cada instante nueva el agua. Los jóvenes de la Generación del 28 que, nada más y nada menos, se enfrentan a la tiranía del general Juan Vicente Gómez Chacón inauguran la acción histórica. Aquella naciente rebeldía es la génesis de la libertad política venezolana en pleno Siglo XX. Sus boinas azules se convirtieron en el símbolo de la libertad y la luz, vigente aún hoy día en nuestras casas de estudio superiores. Manuel Caballero en su portentosa obra Historia de los venezolanos en el siglo XX comenta que los dos pilares sobre los cuales se asentará la frágil y recién nacida democracia, por allá por los años 30 son la universidad y la prensa; y tal circunstancia se encuentra hoy día totalmente vigente. Los estudiantes de los años 50 enfrentados a la dictadura perezjimenista heredan símbolos y valentías y logran lo imposible al deponer al tirano con la anuencia del resto de fuerzas sociales, políticas y militares; pero, posterior a la instauración de la democracia representativa en 1958 parte de nuestra juventud y estudiantado se inmolará en los altares de la utopía socialista cubana, hasta que la denominada pacificación reunificará al país alrededor de proyectos un tanto más realistas.

No entenderé, no lo puedo hacer, al movimiento estudiantil de los encapuchados surgido en nuestra universidad, ¿fue un movimiento ciertamente?, el solo hecho de la capucha ya de suyo lo desdice y lo subvalora. ¿Que persiguió más allá de la propia capucha anónima a ratos?; en algún momento el fallecido presidente Chávez habló de la «capucha de la dignidad», algo definitivamente contradictorio. ¿Sería hoy digno el uso de la capucha? Seguramente el propio régimen lo cuestionaría, entonces: ¿Por qué antes sí y hoy no? Nuestros jóvenes hoy no usan la capucha, no me los imagino detrás de ellas, son valientes repito, no se esconden cobardemente ni en la violencia de las armas, ni en las capuchas indignas, andan, hablan, protestan y cuestionan con la cara limpia, públicos, honrados y responsables; asumen su rol con la animosidad y dignidad del momento. Solamente, lo que arrecha, descoloca y confunde enormemente a muchos, usan el blanco de la limpieza de sus creencias y fe: en las manos, en el rostro, en sus franelas, en su espíritu. Un nuevo símbolo emergió que hereda de la boina azul el arrojo del 28, la entrega desinteresada de los 50, que obvia la capucha de los 80 y 90 y se trajea de compromiso por todos, por ellos, por el futuro que está ahí, a la vuelta de los años, esperando ríos nuevos, bríos nuevos, luchas nuevas, todo por la Venezuela que soñamos y que creemos posible.

Nunca creeré, por sospechoso, en un estudiante o un sindicalista gobiernero, porque el estudiante es en esencia cuestionador, irreverente, eterno en su circunstancia, su lucha. No aman gobernantes. ¡Nunca! Les exigen, les retan, no les aplauden como focas, los confrontan, esa es la universalidad del estudiante de verdad, con la certeza, además, de su efímera presencia anónima que más pronto que tarde deben ceder a las aguas nuevas de la historia.

Desde esta tribuna manifiesto mi respeto y admiración por el movimiento estudiantil de siempre… el de las boinas azules, el de las manos y el espíritu blanco, el de los que se inmolaron por una creencia que pensaron era el camino y el futuro para una Venezuela posible; y, ¿por qué no?, a aquellos que en la capucha encontraron una forma de expresar su inconformidad y su acción.

A todos: ¡Gracias!