PASIONES POLITICAS“En la actualidad, con sólo mirar cada mañana algún impreso público, constatamos que los odios políticos no descansan un solo día”.

Julien Benda, en “La traición de los intelectuales”, 1927.

ALEJANDRO OROPEZA G.

Sin dudarlo en 1927 Julien Benda consideró a la política, a las políticas, como una pasión que conduce a los hombres a enfrentarse unos a otros, de allí, al odio solo un paso pequeño, hasta sublime y necesario para algunos. Identificaba Benda entre los fundamentos de tales pasiones la raza, la clase y las pasiones nacionales. Se reconocen en la relación dos actores clave: uno activo, el líder o bien, los liderazgos; otro pasivo, los individuos con posibilidades de transformarse en masa. Pero, debemos tratar de comprender hoy a esa masa posible, en los términos que describe magistralmente Canetti en su indispensable obra “Masa y poder”. Sin embargo, se le otorga una importancia categórica al individuo como depositario primigenio de aquellas pasiones pero, se afirma, he ahí el detallle, que cuando alguna de aquellas pasiones, es decir, alguna de aquellas formas políticas, se hace homogénea se suprimen las formas de sentir individuales y se configura una “masa pasional” constituida e integrada por los partidarios de una misma pasión política. Entonces tenemos pasiones políticas con diversos fundamentos ideológicos: clase, raza, nacionalismos que se estructuran orgánicamente al adquirir condiciones definidas: universalidad, coherencia, precisión de objetivos, homogeneidad y continuidad. Ahora bien ¿No se le escapó a Benda una de las principales pasiones del género humano? Me refiero al Poder, tenido como instrumento de ejercicio político, es decir, como fin en sí mismo; el cual se hace soportar por quien lo pretende o bien ya lo ejerce, en algunas de las pasiones digamos, primarias, que identifica el autor: la raza, la clase, la nación. A ellas podríamos agregar en estos tiempos, las religiones y algunas ideologías, también dogmáticas, evidentemente políticas, necesariamente no muy bien definidas y/o formuladas: el socialismo de cuño nacional, sí ese mismo: el socialismo del siglo XXI.

Si la política es una pasión ¿Qué significado posee la política? ¿Cómo reaccionan los pueblos e individuos ante la pasión y ante los fundamentos que las conducen, las ideologías? Casi siempre asociamos las pasiones con aquellos sentimientos que, de una u otra manera, nos perturban y desordenan nuestros estados de ánimo y nos hacen inclinar o preferir muy vivamente a otra persona y, en nuestro caso referido a la política, a una idea, meta o mecanismo reconocido por el individuo, el que posteriormente podría disolverse en una masa coherente con un mismo basamento ideológico. Por lo que, desde tal perspectiva, la política, en tanto pasión, adquiere de por sí un sustrato no muy racional, ello por cuanto supone una afición vehemente hacia algo o alguien cuyo carácter esencial pareciera basarse en una perturbación colectiva, un afecto (por tanto subjetivo) desordenado en los ánimos que mueven primeramente al individuo y posteriormente a la masa. Desde esta perspectiva cuando un pueblo desea y anhela cambios sociales regularmente, en un primer momento, tales cambios deseados son muy generales, hasta cierto punto vagos y, por vía de un liderazgo político, dichos cambios sociales paulatinamente se transforman en pasión, por lo que adquieren dos características: por una parte, se convierten en una idea fija compartida entre el liderazgo y la masa; por otra emerge la necesidad de pasar a la acción. Recordemos en este sentido la reflexión de Tocqueville sobre tales anhelos hacia finales del siglo XVIII.

Pero ¿Necesariamente la política siempre se moviliza y expresa como pasión? ¿Nunca abandona aquel sustrato irracional que supone la perturbación colectiva? ¿El individuo, en tanto ciudadano, fatalmente termina diluido en algún tipo de masa?

En esas preguntas y en las probables respuestas que pueden darse, radica la posibilidad de desarrollo que como sociedad podemos construir los venezolanos de hoy. Si entendemos que debe establecerse un equilibrio, precario pero equilibrio al fin, entre Sociedad y Estado y que la sociedad no puede ser entendida ni forzada a transformarse en masa, no adquiere la política la condición de pasión irracional ávida de poder. Si la cultura política de un pueblo no arrastra al individuo a “vivir” una pasión política que lo diluya en una masa y suprima sus maneras de sentir; sentimiento en el que los ardores de cada uno adopten cada vez más y más un color único, estamos inmersos en una percepción de política bien alejada de dogmas y de salvadores mesiánicos que terminan convertidos en sepultureros de las repúblicas.

Por tanto existen dos concepciones de política contrarias entre sí, y hasta podríamos afirmar que efectivamentese descartan entre sí: una pasional-irracional, otra ciudadana. La una se basa en ideologías dogmáticas que persigue el dominio, el poder sobre la masa y que diluye a los individuos en ésta, fracturándoles la condición de ciudadanos. La otra cree en la sociedad, en la confrontación, en una relación activa y equilibrada entre los individuos, en tanto ciudadanos, y el Estado, entendido como un agregado de órganos públicos independientes e interdependientes, entre los cuales el gobierno es uno más de dichos órganos.

¡Benda escribía lo analizado en 1927! A nueve años apenas del final de la Primera Guerra Mundial y a doce del inicio de la Segunda, en seis años llegaría Adolf Hitler al poder en Alemania. Que en aquellos años se identificara la política con las pasiones perturbadas en Occidente, advertía sobre el sombrío futuro que le aguardaba a la humanidad. Que la raza, la clase y los nacionalismos se constituyeran en los elementos de base que amalgamarían a las sociedades transformadas en masas irracionales, era la advertencia a líderes y pueblos de lo que podría venir: casi sesenta millones de muertes y la erosión vergonzosa de la civilización occidental; pero también, avanzado el tiempo, el triunfo de la política coherente y del sistema democrático en parte del mundo, en la Europa destruida.

Hoy, a ochenta y siete años de que Julien Benda advirtiera y reclamara a su mundo sordo de los peligros que amenazaban a la humanidad, en un país de América Latina retomamos la advertencia del francés y reclamamos que estamos a tiempo, que no podemos sustentar la acción política sobre el fundamento de una pasión dogmática indefinida, que no podemos diluir a la ciudadanía en una masa ciega que siga como autómata a un poder que da a cambio espejitos de colores.

Hoy necesitamos política, no pasiones sordas con falsos futuros dorados ofrecidos desde bolsillos podridos.