Alejandro Oropeza G.*

oropezag@gmail.com

«El punto de partida de este movimiento político

(de construcción del Estado),

en un país libre, no puede ser sino la Nación….

A su vez, el punto de llegada es el pueblo recogiendo los beneficios de la ley»

Abate Emmanuel Sieyès «Qué es el tercer estado»

Manos

En las constantes idas y venidas por todo en territorio nacional en la ejecución de proyectos por parte del Observatorio Hannah Arendt, una realidad, preocupante realidad, ha venido tomando cuerpo dada la constante de su presencia en nuestra sociedad. No sabemos si puede ser atribuida a un desdén progresivo por parte de los venezolanos sobre los componentes de nuestra cotidianeidad política o bien, resultado de una estrategia puntual por parte de la revolución respecto de alejar a la población de la reflexión sobre los fundamentos en los que se edifica la praxis de la ciudadanía y, por tanto, de los contenidos formales y materiales de la democracia, más allá de la convocatoria sucesiva, muy sucesiva a elecciones. Todo ello de suyo podría suponer una definición de nuestro régimen político muy cercano a lo que la ciencia política denomina «democracias plebiscitarias».

En este punto se nos ocurre recordar aquella asignatura que veíamos en el primer año de bachillerato denominada «Formación Social Moral y Cívica» que recreaba la frase de El Libertador que reclamaba que las primeras necesidades de un ciudadano deberían ser, precisamente la «moral» y las «luces», las luces cívicas claro. Aun cuando en estas últimas tenemos carencias no solo axiológicas sino también ingenieriles, nos interesa el destacar que tal aspecto formativo ha sido despachado del pensum académico de nuestros muchachos. Por consecuencia pocos conocen los diversos sistemas de gobierno que existen en el mundo; menos aún se maneja lo que significa en la operatividad del sistema político nacional la noción práctica de «división de poderes»; ¿Cuántos podrían identificar la diferencia entre una ley orgánica y una ordinaria?; poquísimos conocen el proceso rutinario de creación de nuestras leyes o por qué no es posible (no sería) que una legislación orgánica pueda ser promulgada vía una ley habilitante. Esta realidad traduce que buena parte de la población nacional es ignorante en lo que respecta a los fundamentos que definen su condición de ciudadano, recibimos el dictado sin comprender el contenido de lo que somos y el entorno jurídico político que nos define como nación.

Pero, ¿Qué significa este desconocimiento y/o desinformación? ¿Qué impacto podría tener en el día a día y en la cotidianeidad de nuestra sociedad? Más allá de reconocer y aplaudir a rabiar que el contenido esencial de la Democracia es la sucesión inmisericorde de elecciones en las cuales se sepulta el parecer de las minorías (cuyo respeto es el eje del sistema republicano); el impacto dramático lo sufre lógicamente el ciudadano ¿Por qué? Por que se vienen abajo, se erosionan, se olvidan todo aquel conjunto de expectativas presentes en los individuos, como titulares de derechos y deberes constitucional y legalmente reconocidos, y las posibilidades reales que limitan o favorecen su disfrute. Tales expectativas tienen que estar aseguradas y protegidas por el Estado y por la sociedad en todas las posibles relaciones que se establezcan entre ciudadanos y entre los ciudadanos y el Estado. Entonces, se debe asumir la ciudadanía y sus múltiples contenidos como realidad en acción que trasciende el ejercicio y protección de derechos legales (jurídicos) asociados a las relaciones entre los individuos y el Estado, por lo que su ejercicio y las posibilidades favorables o desfavorables relacionadas a dicho ejercicio, son punto de partida para la presencia de contenidos formales y materiales de la Democracia como sistema político vigente en una sociedad.

Ahora bien, si desconocemos los aspectos que le dan definición y operatividad al concepto dinámico y progresivo de ciudadanía ¿Cómo vamos a tener capacidad de construir operativizar expectativas? ¿Cómo reclamaremos al Estado la viabilización de tales expectativas que desconocemos? La erosión de la cultura cívica es el puente efectivo por medio del cual se destruye la condición de pueblo (en aquellos términos que el Abate Sieyés aportó a la filosofía política de la Revolución Francesa), para transformarlo en masa ciega, obediente, ignorante, que aplaude y aplaude fanático la propia pérdida de su condición de ciudadano. El Libertador también nos advertía de la ignorancia como instrumento de perdición de las sociedades y estamos seguros que la ignorancia más peligrosa es aquella sobre la propia condición y sobre los requerimientos que debe poseer el entorno político en el que los individuos y los grupos hacen vida y sobre los que se basan las relaciones Sociedad-Estado.

Esa ignorancia cívica, cuando estimulada por el Estado y sus órganos pretendidamente diluidos con él y en él, es el punto de partida para convertir en la práctica, ratificamos, el pueblo de la Nación en masa utilitaria que cede sus derechos ciudadanos y su libertad a cambio de espejitos de colores y lemas de victoria y futuro redentor. La ignorancia de los ejes articulares de la ciudadanía es lo que da al traste con el reclamo y la exigencia social sobre la vigencia cierta y efectiva del «Estado de Derecho» por tanto, de la universalidad de la ley y su abstraptidad jurídica genérica (recordando a Kant). La pérdida de la cultura cívica, el aplauso ciego y utilitarista al líder mesiánico y la transformación de pueblo en masa han sido el fundamento de los más grandes desastres políticos de la humanidad: los totalitarismos.

Así que rescatemos en la casa, en la familia, en los grupos de reflexión y en donde sea posible la lectura de aquel librito del Dr. Francisco Canestri que lleva el indispensable título de «Formación Social, Moral y Cívica».

Tal Cual.  Sábado 22 de noviembre de 2014

* Alejandro Oropeza G. es director general del Observatorio Hannah Arendt