weil-tirano“El poder sólo es realidad […] donde las palabras no se emplean para velar intensiones sino para descubrir realidades, y los actos no se usan para violar y destruir sino para establecer relaciones y crear nuevas realidades. […] El poder surge entre los hombres cuando actúan juntos y desaparece en el momento en que se dispersan”.
Hannah Arendt, La condición humana, 1993, Ira. Ed. 1958.
ALEJANDRO OROPEZA G.
Cuentan las lenguas, las malas y las buenas, que cuando ardía Roma por mano del emperador Nerón, este encaramado quien sabe donde tañía la lira contemplando su desastre ¿Era un tirano Nerón? A todas luces, sin duda pero ¿Qué lo tipifica como tal a lo largo de la historia?
Montesquieu no se cansó de calificar a la tiranía como la más violenta y menos poderosa de las formas de gobierno; y no dudaba Arendt en afirmar, comentando al barón, que una de las diferencias que salta a la vista entre poder y violencia es que el primero, el poder, siempre precisa del número para permanente legitimarse en el acuerdo y el consenso posible; en tanto la violencia puede prescindir del número, simplemente porque su fuerza radica en sus propios instrumentos: la represión, el miedo, la persecusión, el uso político-ideológico de la justicia, la mentira, la carcel y pare usted de contar.
Pero, emerge una paradoja en la definición anotada de Montesquieu, veamos: ¿Cómo es eso que un tirano, una tiranía es ciertamente violenta y simultaneamente es uno de los sistemas de gobierno menos poderoso? Porque al momento de tener necesidad de hacer uso de la violencia y su instrumental, rompe el acuerdo consensual que legitimó el ejercicio del poder, el pacto y las promesas en él manifestadas y acordadas por todos. Entonces, desde esta perspectiva, cuando se perfecciona una tiranía no se está ejerciendo poder, que es producto de un consenso y acuerdo entre todos; sino violencia y todo su instrumental para imponer un estadio de cosas muy alejadas del consenso que dio origen al sistema de gobierno perturbado o perdido. De esto se puede inferir que a mayor tiranía menor poder y mayor violencia contra los ciudadanos.
Si efectivamente consideramos, siguiendo a Madison, que todos los gobiernos descansan en la opinión, ello significa que la esencia del poder no radica en el ejercicio permanente o regular de la violencia sino en el debate público entre opiniones diversas, hasta contrarias. Así Arendt afirma que todas las instituciones políticas son, lógicamente, manifestaciones y materializaciones de poder; y que estas, las instituciones, se petrifican y decaen tan pronto como el poder vivo del pueblo deja de apoyarlas. Si vamos con Carlos Khon a la historia, a la Roma republicana específicamente, antes de que Nerón encendiera el fosforito (u ordenara encenderlo calladito), y vigente la Res publica bajo la forma de civitas, en esa Roma tenía que prevalecer una relación de poder que no se identifica con el mando de una autoridad, ni con obediencia absoluta e irrestricta a la ley, sino por la acción discursiva (el debate) a favor de los acuerdos y en pro de la concertación. Desde esta perspectiva entonces, la dominación jamás puede legitimar la existencia o la fundación de una república, y la violencia menos ¿Por qué? Porque una república, con instituciones, con ciudadanos y no con subditos ciegos, es producto de una acción compartida entre todos sus miembros, es decir, de sus ciudadanos.
Un elemento determinante de lo que venimos afirmando es que las leyes, desde las constituciones y pactos originarios, hasta los reglamentos, ordenanzas y resoluciones; pasando por las ordinarias y orgánicas, etc., suponen un acuerdo para su aceptación porque son expresión del consenso social y político en que se funda una república . Tal acuerdo es medio y expresión de la libertad, porque permanentemente los ciudadanos generarán acuerdos para la acción y para la evaluación o discusión  de las normas de interacción: las leyes. Entonces, como resultado de un acuerdo, de acuerdos y del ejercicio de mecanimos de delegación por todos los ciudadanos, las leyes son estructuras racionales universales y abstractas, aplicables a todos bajo un supuesto (premisa) que hace “calzar” conductas reales en un ámbito supuesto. Es por eso que jamás la legitimación de un sistema político republicano y democrático podría basarse en la obediencia ciega, el terror de los ciudadanos (todos) ante el Estado-gobierno, sino a través de la construcción de acuerdos solidarios y, menos aún, cuando se da al traste con el Estado de Derecho.
¡Ah! Pero Nerón quiere tocar su lira. Y esa lira anuncia que cuando se erosiona el poder, porque su base de legitimidad: los acuerdos y consensos se están fracturando, se incrementa la violencia. Y esta se incrementa porque, o bien se pretende monopolizar  desde el Estado-gobierno (lo que se pretende diluir) los medios de la violencia (los Fasci, las SS, las milicias islámicas, los colectivos armados); y/o porque el uso de la policía y del ejército para controlar la desobediencia civil devenida de la ruptura del pacto, ya no cuentan con la aprobación de buena parte de la población, es decir, de la ciudadanía.
Cuando se reflexiona en los términos que hemos expuestos y vemos, conocemos y se nos informa de cómo se utilizan instrumentos de violencia en contra de ciudadanos que están ejerciendo un derecho legítimo, por reconocido en consenso, nos damos cuenta de que “algo” está afectando a la categoría política del poder, y ese “algo” al parecer es el agotamiento del consenso que dio origen a  su ejercicio. De ahí entonces podemos entender el porqué de la escalada de violencia apreciada en estas últimas semanas.
Arde Roma…
¿Quien encendió el fosforito?
¿Quién toca la Lira?
El tirano Nerón…

“El poder sólo es realidad […] donde las palabras
no se emplean para velar intensiones sino para
descubrir realidades, y los actos no se usan para violar y destruir
sino para establecer relaciones y crear nuevas realidades. […]
El poder surge entre los hombres cuando actúan juntos y desaparece
en el momento en que se dispersan”.
Hannah Arendt, La condición humana, 1993, Ira. Ed. 1958.