ulpiano_checa_la_invasion_de_los_barbaros“El objetivo de la seguridad no son los culpables, sino los inocentes, a los que es preciso mantener todo el tiempo atemorizados para que colaboren con ella y la ayuden a alcanzar este otro ideal: una sociedad totalmente transparente, bajo continua vigilancia, en la que el aparato de control pueda disponer de un conocimiento total sobre la población”. Tzvetan Todorov, La experiencia totalitaria, 2009.

Alejandro Oropeza G.

En estas últimas semanas se percibe una necesidad casi general (tanto de tirios como de troyanos), que no es otra que tratar de comprender y explicarse la realidad nacional. Pero más que la realidad, lo que se pretende conocer es algo muy elemental: que es cierto y que no lo es tanto ¿Cuál es la situación real a la que nos enfrentamos, las circunstancias y hechos que van construyendo el día a día y la historia verdadera de los venezolanos? Y esa necesidad, hasta cierto punto preocupante, lleva a recordar aquel poema de Constantín Kavafis titulado “esperando a los bárbaros” en el cual un pueblo se siente sometido por la amenaza perenne de una invasión bárbara; y al final cuando se dan cuenta que nunca se concretará la invasión reconocen que, hasta cierto punto, la amenaza era una forma de vivir, una costumbre, una necesidad, hasta una solución. Y, efectivamente, no en pocas sociedades a lo largo de la historia, su forma de vida y sus relaciones inter-societales se han basado en la presencia o reconocimiento de un enemigo, de una amenaza interna o externa. Umberto Eco en la enumeración de los elementos que caracterizan lo que denomina “ur fascismo” identifica el “principio de guerra permanente”, el anti-pacifismo como elemento sustancial de aquel; y otros autores señalan como pre-condición fascista y totalitaria el estado permanente de emergencia, lo que lleva a la incertidumbre y, en definitiva, a desconocer la verdad.

Ese denominado “principio de guerra permanente” por Eco, se sintetiza en la concreción de enemigos identificados y definidos desde el Estado-Gobierno (sí, así diluido lo uno en lo otro) y que generalmente adquieren dos dimensiones o categorías desde las cúpulas que ejercen el dominio sobre la sociedad: un enemigo externo y otro, tanto o más peligroso que el primero, un enemigo interno. En el caso del III Reich, por ejemplo, ambas categorías emergían claramente definidas e identificadas, en el caso del enemigo externo teníamos a los bolcheviques, a la URSS y a las democracias occidentales (Inglaterra, Francia, etc.); en el caso del interno, aparecían de manera estelar la comunidad judía y la disidencia de los nacionales alemanes, entre otros. Al final lo que se pretende es crear un estado de zozobra, de inseguridad y de incertidumbre, tal que haga que la población en lugar de verificar sus necesidades inmediatas, su agenda social de problemas, obvie estas y considere responsable de todas sus cuitas a los enemigos señalados por quien la domina. Es decir, se constituye, crea y aúpa una “agenda social paralela” cuyos principales problemas son responsabilidad, no del Estado-Gobierno, no de una administración ineficiente y corrupta, sino de los enemigos externos e internos claramente reconocidos, identificados y expuestos; siempre, siempre el responsable será “otro”. Por lo tanto la gestión política, la acción

del estado-Gobierno se justifica en función no de atender los problemas, sino en función de identificar, perseguir y exterminar a los enemigos que entorpecen el desarrollo de un plan que conducirá a la sociedad toda dominada, a una “edad de oro”.

En el caso de la propia Alemania del III Reich y de la Italia de Mussolini ¿a qué condujo la acción? A la derrota, a un Estado fallido al final del día (de la guerra); al dominio por el miedo y el terror de sociedades serviles, calladas, entregadas; donde la disidencia era delito y perfeccionaba la condición de enemigo al que había necesidad de neutralizar, destruir y hacerle perder hasta la propia condición de ser humano en las cárceles políticas y en los campos de concentración, tristemente célebres. El fin del consenso supuso el dominio absoluto del Estado y el ejercicio general de la violencia. No es ajena a esta realidad la URSS, la cual colapsará años después, en 1991.

Hace unos años, percibí en una realidad de ocasos a media tarde, frente a fuertes militares propios y ajenos, la soberbia y la ceguera del acorralado. Era, el “Hombre Fuerte de Panamá” el general Manuel Antonio Noriega (heredero de las glorias del también general Omar Torrijos), quien blandía un machete con el que golpeaba furioso un pódium, invitando a los “gringos” a la derrota, a respetar, era la señalización y reconocimiento de un enemigo al que aquel hombre haría morder el polvo y lamer el sucio de sus botas de campaña ¿Al final? Sí, llegaron los esperados bárbaros un 25 de diciembre y aquel trajeado de arrogancias, terminó bajo la sotana del Nuncio Apostólico del Estado Vaticano pidiendo protección y el perdón de Dios Urbit et Orbi ¿Al final? Fue juzgado por narcotraficante y allá en “el imperio” purga condena, tan tranquilo, pacífico y callado.

¡Los enemigos! Esos, los creados, los concebidos, estimulados e imaginados para dominar y engañar a los pueblos, han hecho quizás más daño a las sociedades que los ciertos y reales. A veces su mención y elevación a los altares de sacrifico en donde deben ser inmolados por las armas heroicas, los estimula, los hace aparecer para sembrar el caos y la violencia; en esa realidad sobrevenida los líderes mesiánicos, los hombres fuertes, los arrechos, salen corriendo con el rabo entre las piernas; transformados en asesinos de juventudes, ofrendando las vidas de otros, cobardes, soberbios ¿Recuerdan a Galtieri, el general argentino, que haría morder el polvo de la derrota al imperio británico en Las Malvinas? En fin.

Y ahora resulta que soplan aires bélicos por estos lares, se hacen maniobras militares con otro imperio (el ruso, heredero del soviético), ejercicios en donde muere un joven soldado sin dispararse un tiro y donde llevan misiles amarrados con mecates en un camión. La retórica de la guerra y la violencia atraviesa el país, del heroísmo y de los nacionalismos heridos ¡Vienen los bárbaros! Es urgente apresar a la disidencia apátrida y traidora: el enemigo interno. Pero ¿y los problemas de la población?: El abastecimiento, la guerra interna que día a día libra la sociedad contra la inseguridad y los malandros, la dotación de los hospitales, la atención a los campos agrícolas y el largo etcétera.

¿Dónde queda la Agenda Social, las problemáticas públicas responsabilidad del Estado y de su órgano, el Gobierno, en medio de la épica bélica en contra de uno de los imperios?

¡Ahí vienen los bárbaros! Son tan necesarios… ¡tan útiles…!

¿Se comprende y entiende la verdad?