heinz-sonntag“Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.”
Miguel Hernández, “Elegía”, 1936.

Alejandro Oropeza G.

Hace años, un joven y alegre alemán empacó sus metas, ambiciones y sueños en una caja de pandora conseguida a mitad de un sueño y fijó su norte en un país lejano, extraño, y así llegó a esta Tierra de Gracia. Traía las herramientas para hacerse un ciudadano merecedor de la estima de este país, quiso, fue su eterna ambición, no dejar nada dentro de sí y darlo todo, transmitir lo que la vieja academia le había enseñado, más lo que la propia y novedosa inquietud le exigía, le reclamaba. Quiso ser nativo de pueblos con nombres extraños al principio, luego certezas de su adopción y entrega a un universo que le abrió la esperanza a su azul mirada. Se decía, un alemán de Curiepe, pero, y he allí lo sorprendente, no fue jamás un chiste al paso, no. Quiso ser venezolano hasta el último aliento, con el temor de ver terminar sus días lejos de estos parajes. Se diseccionó presentes en los retos, no pocos retos, en los trópicos que hizo suyos y decidió amar. Amó de estas geografías desde sus inmateriales sombras a mediodía, hasta la presencia inmisericorde de las pasiones en las mujeres que le dieron sentido a sus días. Fue un torbellino pasional asesino de rutinas, un disloque de sueños imposibles atados al trabajo, al esfuerzo para hacerlos realidad. Fue entonces, un compatriota cercano venido de lejos, que se vistió de anhelos a nuestro lado y que nos ayudó a forjarlos y hacerlos verdad. Sí, pero no por el azar, los sueños ciertos solo se pueden hacer realidad con el afán, con el estudio, la disciplina y el trabajo. Esa, registramos, fue su enseñanza.

Es difícil acostumbrarse a las partidas definitivas y siempre pensamos que la enseñanza y el legado alivian la carga del adiós ¿La verdad? No hay nada más difícil y definitivo que un adiós para siempre. No hay racionalidad que sustituya esa certeza, simplemente es imposible; por ahí, por esos mundos de Dios, tal vez de Curiepe a La Quebrada, allá por Trujillo, deambula un hasta luego buscando destino, un tal vez pretendiendo reconciliarse con los tiempos, un conjunto de seres buscando comprender la despedida final a un alemán que quiso ser, porque sí, de estos horizontes.

Se dice que el ser obedece y se debe a una obra, a la posibilidad de trascender al tiempo, a su tiempo y, nos advierte la tradición, que un hijo, un árbol y un libro tienen la pretensión de conquistar la valía; más los amores, adicionamos, que generamos entre quienes vivimos. Ese hombre que vino de lejos, cultivó y pretendió sus fines y sus amores, es más, en oportunidades, los sufrió, en estos rezagos de algas marinas verdiazules que le regalaron las luces del trópico cálido que le dio cobijo a su piel y a su dolor.

Hoy, eres ajeno a esa tristeza conocida por ti, al engaño de los dioses porque no te dieron el olvido. Hoy, vemos que partes sonriente quizás, porque pudiste romper por fin el acertijo. Hoy te despedimos todos, pero no queremos dejarte ileso ¿Y sabes por qué? Hoy nos queda tu alegría, el dejo azul y blanco atrevido y retador de tu firmeza, la huella perenne de a quienes nos formaste, dentro y fuera de las aulas, donde fuiste el compañero siempre esperado y el orgullo compartido de la exigencia justa y válida.

Un ser es la obra de su andadura, más su andadura. Un amigo es el tormento de la superación de lo imposible y la posibilidad de la construcción de sueños a cuatro manos. Y un ciudadano, es todo eso más la comprensión de su pertenencia a un mundo de iguales. No somos la fortuna que decanta el destino en una vela que solo da rastrojos de su presencia no, somos la esencia de la vida pretendiendo la gloria del todo como conjunto; es decir, somos un sueño que a veces se hace realidad y que en algún momento tiene que partir y hacerse parte de la historia.

No sabemos si despedirte, no podríamos saberlo hoy. Solo tenemos la certeza de que no te veremos en el día a día, de que buscaremos tu opinión y solo nos quedará deducirla de tu recuerdo; pero eso es precisamente lo eterno Heinz, tu recuerdo.

Hasta la vista maestro y amigo…