Querido Heinz:

No es una carta de despedida. Por el contrario, es para decirte lo que muchos de nosotros debimos haberte dicho y quedó atrapado en nuestros corazones, esperando el momento que desaprovechamos.

Algunos, como yo, te conocimos personalmente mucho después de haberte leído, escuchado y, por esos mismos motivos, respetado y admirado. Llegaste como otros intelectuales y académicos venidos a esta tierra de otros lares, cuyas personalidades no solo se forjaron en aquellas regiones extranjeras por sus estudios y conocimientos, sino por vivencias, si bien disímiles, igualmente traumáticas que caracterizaron de implacable al siglo XX.

Al igual que otros extranjeros que escogieron a Venezuela como el lugar idóneo para un nuevo comienzo, te dedicaste por entero a formar a los jóvenes venezolanos que deberían conducir al país hacia un futuro que vislumbrabas prometedor y merecido por el talante acogedor de su gente.

Devolviste con creces la buena voluntad con la que fuiste recibido. De ello son testigos la Universidad Central de Venezuela, el Cendes, el Observatorio Hannah Arendt y nuestro Espacio Anna Frank. Pero mucho más que eso, y es la mayor de tus virtudes: afrontaste la muy difícil y voluntaria posición de haber nacido en el país en el que el totalitarismo mostró, por primera vez, las monstruosidades en las que se sustenta, sin dejar pasar ni una sola ocasión para alzar la voz y subrayar la vileza de cualquier tipo de discriminación, comenzando precisamente por la más antigua y duradera, el antisemitismo; hasta el punto de conseguir, en dos días, llenar una página entera del diario El Nacional con cuatrocientas firmas rotundamente opuestas a una campaña destinada a lesionar la reputación de los venezolanos judíos, con las clásicas consignas del más vil prejuicio.

Las carencias que hoy sufrimos todos los venezolanos, nacidos aquí y por elección, te han obstruido la posibilidad de ver recuperada la “Tierra de Gracia” que te recibió en su día. Pero el ejemplo de integridad y responsabilidad social que dejaste sembrado nos la devolverá, como lo mereces tú y todos los que tanto la amamos.

Con mi cariño y respeto,
Marianne.

Marianne Kohn Beker

Tomado de NUEVO MUNDO ISRAELITA