candadoEs curioso cómo se complace la fatalidad en elegir para encarnarla rostros indignos o mediocres”.  Françoise Sagan. Buenos días, tristeza.

Alejandro Oropeza G.

Fue una onírica posibilidad, un duermevela que iba y venía y se resistía a ese dominio nervioso navegando en sábanas de cualquier color. Era algo así como un insistente retorno que no deseaba abandonar los aires; era un pasado llegando al día de hoy, un alerta vagando en aires lejanos con decisión de encuentro, de luna inmanente dentro de una órbita negra que hablaba de miedos, temores y pálpitos, taquicardias sonoras que retumbaban una tras otra en la sien cansada, a veces… triste. Ratificaba un temor, un incendio del ánimo con certeza de aceras sucias cargando seres a favor y en contra, en unas escaleras que quieren hacer invisible a quien baja con nada y sube con poco: el humillado, el humillante. Vino entonces la memoria, el encuentro, el acaso de la desvirtud que siempre regresa y se hace día a día, en el día de los otros, los perseguidos, los acosados de hoy, de siempre.

Los sueños deshilachados trajeron a la verdad dieciséis camiones de oliva, largos, recién bañados, a la vereda de una retícula rojiza con justificaciones y hambres ajenas, los siempre otros. Se posesionó la razón perdida de acertijos mudos, en toda una República de cualquier nombre, cerrando las playas con algodón, acordonando los cielos con lonas ambarinas, ese país de azar encuadraba la pesadilla, de antes de ahora. Así, vergonzosamente la humanidad regresa siempre sobre sí misma, con sus dolores, con sus verdugos de turno, uno tras otro. Pero, era regular la mañana y los días de acoso, una maqueta de mil mundos que cabe en cualquier mesa, que sirve para cualquier hombre a caballo y siempre por ahí, más cerca o más lejos, un arcoíris escondiéndose por las esquinas de más allá… a la espera.

Fue la escenografía del ámbito roto, la oscuridad adúltera del nuevo delincuente. La pesadilla trajo la imagen de mil sinagogas encendidas a media noche, una nueva carta que establecía el delito de origen, nuevo, y las penas por ser, desde siempre allá, lejos en el tiempo. Ahora, llegaba una nueva carta a la maqueta de país, el nuevo delito, maquinalmente preparado, perfectamente creado, mas… ¿Ético? No importa, por los momentos. Antes, el delito de origen y el cristal roto un millón de noches, la estrella amarilla, el silencio tatuado con números; hoy el nuevo origen, el comerciante, el productor, mil candados rotos para ver que hay dentro, las mil y un puertas al saqueo. Un millón de días. La orden, como antes, del SS, del Fiscal, del secretario, del jerarca, de los de atrás, de los armados: una hora y se lleva lo que pueda. El diálogo perdido de hoy: Pero ¿Por qué? La respuesta de toda la historia dando vueltas sobre sí misma: porque sí y te callas maldito. Y una mirada, otra vez de hoy, busca dentro, hacia el fondo de ese ojo negro que maldice, buscando un motivo, más allá de las armas nuevas, diseñando un apoyo posible, la verdad dentro de la imprecación, el resto del sueño rajado de 35 años que vinieron de lejos ¡Nada! La salsa vencida que no lo está, 17 es igual a 15, qué más da, es como regresar a aquel 6 x 8 que nunca entró en la memoria. ¡Nada! No hubo permiso para explicarse, la maldición se pretende encuentre al des-ciudadano, anónima, oblicua, de regreso en la escalera de las que quiere desaparecer para no confundirse con el nuevo milico  que sube a buscar más a sentenciar solemne: ¡Vete esto ya no es tuyo es de la Patria! ¿Y la maldición?

Sí, regresa la noche rota, aquella,  te vas porque digo yo, y te llevas lo que cabe en tu memoria de dos cerrojos sin llaves. Te quedas maldito porque lo decreta la calle prestada. Te desapareces por que ahora eres otro delincuente, lo dice la nueva carta, la perfecta, como aquella. Y el ojo negro habla en su ¿profundidad? Ahora eres otro, no eres cercano, eres eso que baja el escalón con una bolsa negra con los libros de contabilidad de tu transcurrir que no le importa al ojo. Pero otro ojo, cierra su comisura, se avergüenza, era hora, y apoya y canta la sublevación y el sustento posible; otro ojo negro, el de un Fiscal anónimo se cierra y parte insoportando los candados rotos, el asalto para buscar lo que sea. Hambre en la tierra próspera. Nuevos cristales rotos asediados por la luz, por los otros que gritan: ¡Paren! ¡Para! La gracia llora, todo gime en un coro de manos, piernas y cuencas con esperanza mientras corre en la acera el maná perdido.

A lo lejos, ondea una palabra que descontinúa el significado traducido de lo banal, de lo imposible, de lo absurdo que voltea la cara y mira para otro lado. Pero mira finalmente, su insoportabilidad de novela no escrita, de cuento que no termina, de jerarcas de turno impreciso y vago sin camisas, con la moral raída en maletas blancas, en aviones de otros, en vagas mansiones que reposan en playas prestadas, en barcos requisados.

¿Los otros? Muy cerca, en el centro de la maqueta, sombras largas con dueños cercanos y, la esperanza en el centro del ojo de múltiples tonos, que paciente espera…. El siguiente y próximo arcoíris.