Alejandro Oropeza G.

“Una tormenta hace girar las aspas del molino
que salvajemente, en la oscuridad de la noche, muele la
nada…”.

Tomas Tranströmer,
“Meditación agitada”,
en Poemas Selectos y visión de la memoria.

Crédito: www.theguardian.com

Crédito: www.theguardian.com

Segismundo Freud le regaló a la humanidad un concepto que define el resultado de acciones defectuosas de nosotros, los individuos. En Psicopatología de la Vida Cotidiana acuña Freud el término Fehlleistung, traducido por los expertos al español como actos fallidos. ¿Qué es un acto fallido? No otra cosa que acciones emprendidas cuyos resultados son muy distintos a lo planificado, a lo pensado por quien las emprende, resultados que traducen un fracaso que es debido a la injerencia de deseos, conflictos opuestos, variables externas en fin y un largo etcétera. Pero, fijémonos que estos actos fallidos presuponen dos aspectos determinantes; por una parte, significan un error, un fracaso al final del camino porque no se alcanzaron los objetivos; por otra, se refiere específicamente a sujetos individuales. Siendo esto así, es el individuo el responsable del fracaso, del error y el que debe cargar con las consecuencias de “su” acto fallido.
¿Y si se nos ocurre pensar trasladar la definición de acto fallido a, por ejemplo, el Estado y a su órgano de acción, el gobierno? Es decir, imaginemos que el gobierno emprenda una cantidad de acciones, planes, programas, políticas, que tienen por objetivo lograr y alcanzar una serie de objetivos que, sigamos imaginando, tienen por fin generar un “bien común” para la sociedad a la cual se debe y de la cual emerge. ¿Puede generar ese gobierno un acto fallido? ¿Acciones defectuosas y errores? Y aún más¿Así como en los individuos, se pueden imputar esos actos fallidos a injerencias externas, deseos contrarios, errores, no imputables al propio gobierno? Y ¿Quién o quiénes son los llamados a presentar tal realidad y asumir la responsabilidad?
Un aspecto aparece diáfano, en el individuo que se enfrenta a un acto fallido y le toca asumirlo, él es el responsable de asumir las consecuencias del acto, independientemente de las justificaciones que lo puedan sustentar. A ese sujeto le toca verse a sí mismo al espejo y, como se dice en criollo, asumir su barranco. Pero si es el Estado por intermedio de su órgano ejecutor, el gobierno, la cosa como que va cambiando y ello por varias razones. Primero, las consecuencias del acto fallido, del fracaso tienen consecuencias para una gran colectividad, sino para toda la sociedad. En segundo lugar, el fracaso supone una pérdida de recursos, entre los cuales no solo se deben considerar los financieros, ahí entran recursos humanos, políticos y uno que en oportunidades no consideramos en su real dimensión: el tiempo perdido. Así, el sujeto se mira frente al espejo y asume su realidad, se explica a sí mismo qué pasó y calcula las consecuencias que se producirán de su fracaso y de su error. ¿Y el Estado, el gobierno, adónde se mira, dónde el espejo? Su espejo es la sociedad toda y a ella es que debe acudir a explicar la razón el por qué del fracaso. Tiene la obligación de identificar ante esa sociedad las reales explicaciones que produjeron el error y la pérdida de los recursos invertidos. Decimos reales, porque no se trata de crear falsas razones, enemigos internos o externos, guerras con apellidos etcétera, básicamente porque tales aspectos debieron ser identificados, considerados, sopesados y apreciados en su justa dimensión al momento de planificar.
De esta asunción de realidades por parte de ese Sistema Político, necesariamente se tienen que desprender responsabilidades y la justicia debe actuar, como parte sustancial de un Estado de Derecho que debería servir de base a ese Sistema Político que tuvo su acto fallido, su fracaso, su error, seguimos imaginando.
En nuestra Tierra de Gracia ¿Cuántos actos fallidos contamos? Solo mencionaremos algunos, veamos: El saneamiento del río Guaire ¿Qué pasó?; los impactos que generarían las decisiones tomadas en el marco de la Emergencia Económica; la enorme inversión (suponemos, porque es un secreto) que hizo PDVSA en el patrocinio de Pastor Maldonado en la Fórmula 1; la modificación para atrás y adelante del horario legal del país; los veinte y tantos planes de seguridad para hacerle frente a la delincuencia; la invitación que el pasado año hizo el presidente a activar la vía constitucional del revocatorio; la millonaria inversión en infraestructura para atender la crisis de generación eléctrica; una muy relevante, aquella de convertir a Venezuela en una potencia mundial en muchos particulares: alimentaria, inversora, petrolera; la seguidilla de expropiaciones de fundos agropecuarios, etc. etc. Cada quien puede ir agregando particulares de actos fallidos a la lista, a la muy larga lista.
¿Qué queda? La frustración, el bien común fracturado, sino humillado, una élite política que no desea mirarse en el espejo de la sociedad a la cual se debe, sino en el espejito de una pequeña polvera que contiene la facción que le apoya.
¿Qué viene? La responsabilidad, tarde o temprano.
Los molinos de la historia jamás se detienen, porque nadie puede detener al viento que, como nos dice Tranströmer, muele la nada.