Alejandro Oropeza G.

“!Oh, Alemania!
Quien solo oiga los discursos
que de ti nos llegan, se reirá.
Pero quien vea lo que haces,
echará mano al cuchillo”.
Bertold Brecht, citado por Hannah Arendt,
en el epígrafe de la obra:“Eichmann en Jerusalén”.

Crédito: acn.com.ve

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La acción del hombre se enmarca dentro de dos grandes ámbitos de acción: lo público y lo privado. En esta delimitación, entre el universo amplio que los estudios sociales informan, es determinante el aporte que hace la filósofa alemana Hannah Arendt cuando analiza la esfera pública y la privada en la obra La Condición Humana. Entre ambas esferas como mecanismo de intermediación se ubica la noción de libertad como elemento de equilibrio entre dichos ámbitos. Y es esa libertad de la sociedad la que reclama y concreta la restricción y la limitación de la autoridad política. Afirma Arendt que la libertad, entonces, se ubica en la esfera de lo social; y, la fuerza y el uso de la violencia (entendido como monopolio del gobierno, como órgano del Estado) se ubica en la esfera de lo público. Así entonces el ámbito de lo privado supone actividades inherentes a la acción social y el ámbito de lo público acoge lo político. Entre ambas esferas el mecanismo de intermediación que por excelencia emerge como límite y restricción de lo público desde lo privado, desde lo social, es la libertad. Cuando este mecanismo de intermediación desaparece o es cuestionado desde el gobierno, la estructura del sistema político institucional democrático entra en peligro.
Así las cosas el poder, el ejercicio del poder en mejores términos, como atributo de lo político se ubica en la esfera de lo público; y la actividad humana de producción, en cualquiera de sus manifestaciones, pertenece a la esfera privada. Arendt propone, al estudiar la “dicotomía” poder-violencia, que el poder es resultado de un acuerdo entre gobernantes y gobernados y que ese acuerdo es la fuente de legitimidad primera del gobernante; además, dicho acuerdo, jamás podría ser pétreo, estático, sino que por el contrario, se fundamenta y revalida en renovaciones sucesivas del mismo, lo cual le permite adaptarse a los tiempos y a los cambios de la sociedad dela cual emerge. ¿Qué pasa cuando el acuerdo que genera al poder y soporta la legitimidad, se rompe? ¿Qué, cuando el gobernante pretende impedir la renovación sucesiva de dicho acuerdo? En esta circunstancia hace su aparición el segundo extremo de la dicotomía: la violencia instrumental, ilegítima. La violencia utilizada como instrumento por el gobernante o la élite gobernante, para reprimir las manifestaciones que reclaman la renovación del acuerdo y su sucesiva adecuación a los tiempos.
El análisis arendtiano orienta el punto cuando asegura que en las revoluciones socialistas o comunistas se produce en general un “marchitamiento” de la esfera privada y, en particular, de una de sus principales manifestaciones: la propiedad privada. Interesa por el momento el marchitamiento general aludido, ese en el cual la sociedad impactada por el poder represivo de la violencia instrumental, es obligada a renunciar a expresar los fundamentos y la decisión de renovar el acuerdo que legitima el poder, por lo tanto se limita su libertad de abandonar el apoyo al gobernante autoritario o ineficiente o simplemente caduco. Entonces, si la élite gobernante pretende desconocer la ruptura o la erosión del acuerdo e imponer su voluntad a la sociedad por vía del uso de la represión y de la violencia instrumental ilegítima, abandona la esfera de la política, de lo público, para ir a refugiarse en la esfera de lo privado; en donde tienen cobijo los intereses individuales de mantenerse a toda costa en el ejercicio del gobierno. Así, se ejerce el gobierno pero jamás el poder, porque este se basa en el acuerdo. De esta manera, el poder surge entre los miembros de una sociedad cuando juntos actúan y alcanzan un acuerdo que legitima el ejercicio del gobierno y, desparece cuando esos miembros se dispersan porque rompen el acuerdo. Por lo que la violencia y la represión que usa el gobernante contra la sociedad que rompe el acuerdo es capaz de destruir el poder, el pacto, el acuerdo, pero jamás lo puede sustituir, da paso a la tiranía. En palabras de Arendt: la tiranía impide el desarrollo del poder.
En las revoluciones socialistas o comunistas apareceuna paradoja característica: El Estado, pretendidamente diluido con el gobierno, se propone ocupar la esfera privada de la sociedad, los mecanismos de generación de bienes y servicios y controlar, mediante la violencia, su ámbito de acción libre (libertad) que se expresa en la posibilidad de restricción legítima del ámbito de acción del Estado; pero, simultáneamente, abandona la esfera pública de lo político para llevar los fines de su ejercicio al ámbito de los intereses individuales de los gobernantes, es decir, conducir lo político a la esfera privada. Lo que debería estar en la esfera de lo privado se lleva a lo público; y la esfera de lo político-público se pretende conducir a la esfera de lo privado.
Este trasladoentre las esferas pública y privada solo es posible ejecutarlo en regímenes que no se sustentan en un acuerdo de la sociedad o que perdieron el apoyo de la misma, por lo que son categorizados como tiranías, sustentadaspor el uso de la violencia instrumental y de la represión. Además, el valor de la gobernabilidad democrática se fractura y desaparece de los fines del gobierno y ello, porque el fin no es diseñar satisfactores (políticas públicas)eficientes para los problemas que integran la agenda social, sino generar estrategias para salvaguardar sus intereses individuales por vía del mantenimiento del régimen político que los soporta. Punto clave es que la fractura del valor democrático de la gobernabilidad viene acompañada por un derrumbe de la institucionalidad pública y una desaparición y/o relativización del Estado de Derecho.
¿Qué realidad presentan las esferas aludidas en la Venezuela de hoy?
Piense y diga usted…