Alejandro Oropeza G.*

“… el perdón pretende hacer lo que parece imposible,
deshacer lo que ha sido hecho, y que consiste establecer
un nuevo comienzo allí donde los comienzos parecían
haberse hecho imposibles”.
La tradición del pensamiento político, Hannah Arendt.

ovoSemanas atrás leí una opinión enviada a través de Twitter la cual expresaba el airado reclamo de una venezolana de la necesidad, lo indispensable de hacer borrón y cuenta nueva y comenzar todo en nuestra Tierra de Gracia, desde el principio, desde cero. Algo así como actuar socialmente según la clásica expresión del latino Horacio: ab ovo (desde el huevo). Así, muy respetuosamente le envié un mensaje advirtiendo que esa pretensión, más ilusión que otra cosa, de querer siempre comenzar desde un hipotético reinicio fundador de todo, ciertamente podría ser una de la explicaciones de encontrarnos en las graves dificultades que hoy día nos agobian. La preocupada compatriota, palabras más palabras menos, riposta: trate usted de construir un edificio en un pantano; a lo que le respondí que los holandeses tenían siglos haciéndolo. Percibí entonces claramente esos reinicios permanentes como la condena de Sísifo, obligado a cargar la pesada piedra hasta la cumbre y luego soltarla y eternamente repetir el trabajo.

El corto intercambio expuesto expresa dos posiciones ante la vida, ante el mundo: la necesidad permanente de cambio, por una parte; y el instinto de la preservación, por otra. Lo primero supone evolución, avance, construcción de futuro, pero también rupturas violentas y erráticos sueños; lo segundo estabilidad y, muchas veces, estancamiento. Llevando esto al plano de la acción política encontramos a progresistas y conservadores. Y entre ambos extremos una infinita posibilidad de graduaciones que traducen las posiciones y equilibrios, necesarios equilibrios, entre unos y otros, pues cuando uno de los extremos logra imponerse absolutamente al otro, definitivamente esa sociedad está en problemas. Pero, en realidad toda la trama del cambio por el cambio mismo y su contrario el retrógrado conservadurismo no reflejan cada uno en su dimensión, sino aquella muy pertinente afirmación de Hannah Arendt: “Es bien sabido que el más radical de los revolucionarios se tornará conservador al día siguiente de la revolución”. Por lo que los extremos no son más que ilusiones de las cuales permanentemente sacar conejos de peluche de un sombrero de mago para engañar a audiencias que siempre tratarán de descubrir el truco, bien para desenmascararlo, chantajearlo o emularlo.

Lo que se advierte es que cuando se pretende reiniciar desde cero, ab ovo, la lógica evolución de los asuntos públicos (así como pretender detener su marcha), lo que se está pretendiendo es invalidar las tradiciones que soportan el corpus social de la nación, por ejemplo. Recordemos que el barón de Montesquieu en L´Esprit des Lois advertía que uno de los fines del despotismo es precisamente la destrucción de las costumbres y del clima intelectual. De donde se concluye que la eliminación de la costumbre la paso a la tiranía. ¿Puede una sociedad ir a cero para reiniciar su marcha a y por la historia? Definitivamente consideramos que ello no es posible ¿Lo han perseguido liderazgos, básicamente de cuño mesiánico? En efecto, y todos han fracasado ¿Por qué? Básicamente porque la tradición es sustentada por eso que entendemos como sentido común que ajusta las variables que definen la idiosincrasia del resto de los sentidos a ese ámbito geográfico donde habita la nación y que en común se comparte con los demás.

Siendo esto así el sentido común se desarrolla en el espacio público y, en consecuencia, la tradición habita en ese espacio que es el espacio de lo político y de la moral. Cuando dicho espacio público es impactado negativamente por vía del abandono de la tradición, el sentido común y los juicios comúnmente aceptados que de él se desprenden ya no se sostienen y se abre la puerta a la conmoción y muy probablemente a la violencia y a la tiranía.

Nos recuerda Arendt que los romanos de la República desarrollaron el sentido común y lo convirtieron en el más elevado criterio para organizar los asuntos públicos y por tanto políticos. Entonces, respetar la tradición es, entre otros aspectos, recordar el pasado, que no es otra cosa en sociedad, que el recuerdo de lo que poseemos en común y que es fundamento del origen mismo de la nación. Ese pasado que es expresión determinante de la política, es la amalgama que primero persigue destruir el aspirante a tirano, bien pretendiendo hacer borrón y cuenta nueva; bien aspirando reinterpretar la historia, vale decir: el recuerdo común de la sociedad y echar abajo la herencia compartida a lo largo de los tiempos. Ese aspirante a tirano lo que persigue entonces es atrofiar el sentido común (común – colectivo) lo que tiene por consecuencia una progresiva superficialidad que cubre todo con una nube de sin sentido y caos. El pretendido final de la tradición es el colapso del juicio de la historia, es la posibilidad de su reedición y reinterpretación con fines de dominación por los tiranos. Muerta, aparentemente, la tradición, surge la oferta de eras de plata y oro futuras que durarán mil años pero, que reclaman el sacrificio de la entrega de la libertad por los pueblos del presente, convirtiéndolos en masa utilitaria regida, no por el sentido común, sino manipulada por las ambiciones de la tiranía.

En atención a estas reflexiones, no es baladí el repasar sobre la pretensión, siempre renovada en parte nosotros, de querer reiniciar desde el principio, desde cero, de recomenzarlo todo para, ahora sí, alcanzar los fines que no se han podido lograr en el tiempo. Pero, ¿Dónde se guardan por siempre las experiencias, la cultura cívica adquirida, la memoria como sociedad, el sentido común y la tradición? Más aún ¿Es posible archivarlas? ¿Es pertinente, en el supuesto negado, olvidarlas?

Cierta y afortunadamente no es posible ese reinicio y si se pretende, su vigencia tiene los días contados, como las tiranías que lo aspiran ¿Por qué? Porque las sociedades siempre regresan al cauce de sus tradiciones para en común construirse el futuro deseado. Solo cabría dirigir la mirada entonces a las naciones de Alemania, Italia y Rusia hoy día.