“Los hombres que actúan en la medida en que
se sienten dueños de su propio futuro sentirán
siempre la tentación de aduerñarse del pasado”
Hannah Arendt: La mentira en política, en Crisis de la República, 1972.

Alejandro Oropeza G.

Entendemos que siempre es preciso reconocer los momentos claves en la historia, esos hitos que nos permitan definir etapas particulares que se separan y se diferencian del regular devenir de los acontecimientos a lo largo del tiempo. Ello ha permitido establecer “edades” que obedecen a acontecimientos específicos que determinan su inicio y finalización. Así por ejemplo, se entiende que la Edad Media emerge, entre otros eventos, por el colapso del Imperio Romano de Occidente. También sucede que, dentro de dichas “edades”, existen períodos que han impactado a la humanidad desde diversas perspectivas, por ejemplo: El Renacimiento, la Revolución Industrial, etc.

Sin embargo, uno de los hitos, desde la perspectiva de la determinación de los hechos que guían a la humanidad, es la división de la historia en función a la fecha hipotética establecida de nacimiento de Cristo. Así, nuestras referencias históricas se orientan a ubicar su ocurrencia en referencia a ese momento. Todos los hechos, en buena parte de las metodologías de ubicuidad histórica, se asumen ocurriendo en determinada fecha en atención de si fue antes o después de aquel año 1. Se cuenta que fue el Papa Johanness I, por allá en el Siglo VI, quien encargó una cronología de los hechos para fijar el año de nacimiento del Mesías, a un monje con interés en matemática y en historia claro, de nombre: Dionysius Exigius. Poco importan en la práctica hoy, los errores de aproximación en la determinación exacta de aquel nacimiento en Belén, el hecho es que, a partir del Siglo XI es aceptado generalmente tal “inicio” y se reconoce como hito a partir del cual señalar cualquier evento histórico, en función de si ocurrió antes o después de Cristo: AC / DC.

Pero, ¿A qué viene tal referencia? Pues al hecho de que siempre asumimos los hechos que ocurren, en función del impacto que generan en nuestra vida, en la vida, sean estos de grata o triste recordación. Esa referencia marca una indicación, un antes y un después de aquel suceso clave. Muchas veces escuchamos, por ejemplo: eso pasó, lo recuerdo muy bien, dos años después del nacimiento de mi primer hijo; o, sucedió el año en que murió papá. En fin, siempre asiste un apoyo referencial importante para el contexto histórico que nos permite ubicar un hecho en un período de nuestras vidas. Si eso acontece a nivel individual, es lógico que lo propio suceda a nivel familiar y, claro, social. Igualmente, también opera en auxilio de grupos de interés que se constituyen alrededor de un evento importante para ese interés que los aglutina. No tendría por qué ser diferente para un país. Esos hitos se adhieren a la capacidad referencial de los ciudadanos que comienzan a dar ubicuidad a sus vidas, a sus hechos, en atención a hechos precisos a partir de los cuales se ordena la existencia. A veces, esos hitos son una desgracia o una catástrofe general que impacta a un país: una natural, por ejemplo: la catástrofe de Vargas; también social-política, el “Caracazo” o bien el golpe de estado contra Carlos Andrés.

En días pasados, en una amena conversa entre paisanos venezolanos que giraba en torno a la realidad de nuestra muy vapuleada Tierra de Gracia, fue evidente la necesidad de identificar un hito histórico determinante de eso que llamamos, en los párrafos previos: un antes y un después, en el desarrollo de los acontecimientos. Toda reflexión que se hacía en esa tertulia se refería, por supuesto, no al nacimiento o advenimiento de Cristo como Mesías Salvador del hombre para los cristianos; tampoco al año de nuestra independencia o de nuestra constitución como república una vez separados de la Gran Colombia en 1830. Se tomaba como punto de inflexión y por lo tanto hito determinante, la llegada de  Hugo Chávez al poder.

Nuestras reflexiones como sociedad, el examen crítico sobre las realidades actuales, pasa por el reconocimiento e identificación de un hito histórico puntual y, al parecer, generalmente aceptado, para ubicar un referente común que ha determinado la evolución del país. Un después que se inicia con el inicio del mandato gubernamental de Chávez y el proceso de absurdo desmantelamiento de todo lo que nos definía como país, nación, sociedad y como democracia. Un antes, testigo de la existencia de un sistema que, con sus altos y sus bajos, con sus defectos y virtudes, se correspondía en muy buena medida, con un anhelo de futuro posible más sustentado en una creencia de evolución positiva, que en este retroceso absurdo que padece y sufre el país en todas sus dimensiones. Se asume entonces, como colectivo, que ese hito histórico es el inicio de concreción de una sucesiva desgracia nacional que impacta sobre la inmensa mayoría de la población venezolana; aún de aquellos que hundidos en la necesidad, continúan aplaudiendo a los responsables de la catástrofe. Sólo el alto procerato revolucionario hipócrita escapa del derrumbe de la capacidad de accionar de un Estado cada vez más acorralado y penetrado por la ineficiencia, la corrupción, la anarquía, el terrorismo, el narcotráfico, la inflación y la entrega de la tan cacareada soberanía nacional a satrapías extranjeras.

Así como el hito histórico del colapso del Imperio Romano, entre otros se insiste, dio paso al oscurantismo, a la Edad Media en Europa; de esa misma manera la llegada de Chávez al gobierno es el inicio de nuestra particular “edad oscura” en la que: el maniqueísmo, la negación del otro, la ignorancia, el dogmatismo ideológico, la persecución política inquisitorial y la emergencia de una jerarquía que actúa y vive a espaldas de la población obnubilada por la necesidad y la inopia, encumbrada sin que le importe en lo más mínimo el sufrimiento de un pueblo al que desprecia. Marca ese año, el inicio del colapso progresivo de los servicios públicos: electricidad, agua, transporte público, salud, educación y cultura, entre muchas actividades más. Define ese año, el derrumbe de la capacidad operativa de una de las, para aquel momento, más importantes y reconocidas industrias del mundo: PDVSA. Ese año, es punto de partida del desmantelamiento institucional más criminal padecido en toda nuestra historia, y del impacto más macabro que sobre la población ha tenido el estímulo de la violencia y la delincuencia desde un gobierno irresponsable y perdido en sus elucubraciones “socialistoides” trasnochadas. 1999, es un momento, un instante en el tiempo patrio que determina el inicio, tímido al principio, calamitoso y trágico hoy día, de la diáspora venezolana que ha lanzado al mundo, a todo el mundo, a cerca del 10% de nuestra población. La más grande diáspora de la historia de América Latina, se atreven a afirmar muchos expertos.

Para nosotros, para los venezolanos que contemplamos y padecemos el derrumbe irresponsable y canallesco de las capacidades públicas y privadas (gracias al impacto siniestro del régimen nefasto sobre ese sector) de un país destruido, erosionado institucionalmente y abandonado a la buena de Dios por la denominada, también irresponsablemente, revolución bolivariana; para la gran mayoría de todos nosotros ese hito histórico que da inicio a la mayor fatalidad que nos ha tocado padecer: es la llegada al poder de Hugo Chávez y su gavilla de cómplices.

Un antes y un después que nos acompañará durante mucho tiempo en nuestra realidad social y política, en nuestra historia y futuro.

Antes de Chávez y después de Chávez…

Antes de la desgracia y después de la desgracia.

WDC
@oropezag – oropezag@gmail.com.