Alejandro Oropeza G.

“[La resistencia pasiva] … se trata de una de las más activas
y eficaces formas de acción que se hayan proyectado, debido a
que no se le puede hacer frente con la lucha, de la que resulta
la derrota o la victoria, sino únicamente con la matanza masiva
en la que incluso el vencedor sale derrotado, ya que nadie puede
gobernar sobre muertos”.
Hannah Arendt: “La condición humana”, 1958.

 

No es aventurado asegurar que los espacios públicos habían sido abandonados por buena parte de la sociedad venezolana. Entendiendo como tales espacios los ámbitos en donde es posible relacionarse con otros y reconocer diferencias y semejanzas, coincidencias y diferencias, lo análogo y lo distinto; ello, en definitiva, supone aceptar y aceptarse. También en esos espacios es donde se construyen los acuerdos sociales que legitiman buena parte de la acción social y política que las comunidades, los ciudadanos e individuos materializan. ¿Los medios para ello? La palabra, la voluntad, el discurso si se quiere, que no es más que la expresión oral y vívida de dicha voluntad. Decimos que buena parte de la sociedad venezolana había abandonado estos espacios porque renunció a las posibilidades de reconocerse a sí misma como actor político y social integrado, y de aceptar al otro distinto como posibilidad de acompañamiento común en medio de la diferencia, hecho fundamentalmente peligroso porque supone la división extrema de la sociedad, su antagonismo. Sin embargo, tal retiro también genera dos consecuencias que se incrustan en el seno social: la primera, se abdica a la posibilidad de alcanzar acuerdos que legitimen la evolución constante de los pactos sociales que habilitan el ejercicio del poder, por lo que este, el poder, queda sin una legitimidad de base y solo posibilitado para imponer decisiones a través de un recurso de uso expedito: la violencia. En segundo lugar, se despoja voluntariamente la sociedad de la acción política y de la acción comunicativa, lo que entraña la dificultad de generar “apariciones” de iniciativas para construir acciones a favor del ejercicio ciudadano, la democracia y la libertad. Así, ya que los ciudadanos deciden no agruparse ni organizarse no existe posibilidad de ordenación sólida frente al ejercicio de la violencia instrumental. Esta realidad es perfecta e ideal para los regímenes tiránicos, cualquiera que sea su forma de manifestación. Dice Hannah Arendt que el poder es la esencia de la esfera pública, esa donde ocurre la acción política y la comunicativa, donde se alcanzan los acuerdos para evolucionar como sociedad a través de sucesivos pactos sociales, donde nos reconocemos y diferenciamos, por lo que es el espacio de potencial “aparición” entre y de los ciudadanos que actúan y se comunican; ahí emergen y entonces aparecen los liderazgos legítimos de la sociedad. Es por ello que la filósofa alemana nos dice que el poder, que necesariamente debe de estar sustentado en acuerdos alcanzados en la esfera pública por los ciudadanos para que sea legítimo, surge cuando actuamos juntos y desaparece en el momento en que nos dispersamos. Un régimen tiránico propiciará esa dispersión (a través de la violencia, la frustración, la necesidad y la desesperanza, por ejemplo) y perseguirá y reprimirá los elementos que faciliten la unión, la reflexión crítica y las alianzas.

Estaremos de acuerdo los venezolanos de consciencia democrática, que lo visto y sentido en las últimas semanas en las calles de la mayoría de las poblaciones y ciudades del país ha traído una frescura al ejercicio de la acción ciudadana. La avalancha de mujeres y hombres sin distinción alguna, reocupando los espacios voluntariamente abandonados por medio de acciones comunes también voluntarias augura el resurgimiento de la posibilidad de generar y construir acuerdos mínimos que permitan evolucionar, a través de la renovación de los pactos sociales que legitimen el ejercicio de un poder potencialmente emergente y, por tanto, desconocer el dominio de un régimen ilegítimo y usurpador; pero, también permite el renacer de valores presentes e insertos en el tejido histórico de nuestras comunidades: la democracia, la libertad, el deseo y la necesidad de opinar y manifestarse como individuo parte de un grupo que tiene algo que decirle a los tiempos; sin olvidar que esta reocupación entraña por sí misma la asunción de parámetros de corresponsabilidad ciudadana en el diseño y gestación de los destinos del país, a partir de metas y fines que todos sentimos y calibramos en dimensiones más o menos similares, reconociendo las dificultades que supondrá el trabajo de reconstrucción necesario; y por último, esta acción de regreso abre los espacios para la aparición y el reconocimiento de liderazgos renovados y renovadores de y para la acción política. Es un acto plural de resurrección de la comunidad política venezolana adormecida por la pérdida del poder de acción y la impotencia, y ello solo es posible por la expresión de una realidad que está ahí, que no tiene nombres o posee un universo de ellos; que se reconoce a sí misma en la posibilidad de legitimar un objetivo común basado en la confianza en un liderazgo que salta de su seno y que, por tanto, es parte de ella. De ahí que la confianza en el liderazgo representa la renovación de la confianza de sí misma como corpus colectivo.

El marasmo, la desesperanza y la impotencia impuesta por la necesidad son el caldo de cultivo perfecto para que el régimen trate de imponer hechos cumplidos que significan, aguas abajo, la entrega y la rendición definitiva de la sociedad a la “boliarquía”. En tropel pretendían despojar a la juventud de su fuerza renovadora y de la responsabilidad de construir sus propias expectativas, exaltando como un hecho el abandono de sus futuros, la negación de sus atributos de irrupción de los destinos y la carencia absoluta de liderazgos responsables, limpios, transparentes y renovados. En medio de esa realidad en la cual el procerato de la indolencia, de la apatía hacia el país se sentía reinante y seguro, irrumpe la sociedad e inicia el arduo trabajo de recuperar los espacios abandonados y secuestrados por la desesperanza.

Esta reaparición expresa en la práctica de su ejercicio, no solo la retoma per se de espacios geográficos propiamente dichos, calles, plazas, avenidas, poblaciones y comunidades, ciudades y capitales; sino también la acción comunicativa de la ciudadanía a través de todos los canales y vías de información disponibles gracias a las herramientas de los nuevos medios de intercomunicación, redes, etc. Acción que también reclama responsabilidad a los medios tradicionales (radio y televisión), algunos de los cuales se censuran el deber de la comunicación de la verdad que se genera día a día en cada manifestación o protesta, de la dimensión que ella sea, en cada asesinato, exilio, detención, tortura, denegación de justicia, criminalización del ejercicio democrático, etc. Hoy voltean la mirada para no asumir riesgos, ¡bien! ¿Y qué harán mañana en descargo y justificación de su irresponsabilidad y cobardía?

Ese espacio público en el que comienza a renacer la sociedad, la democracia y la libertad tiene dos significados claves: representa el reclamo de una transparencia en el actuar de la sociedad y del liderazgo reconocido, y legitimado por ella, por lo que se demanda la mayor publicidad posible, de manera tal que la realidad emergente objeto del discurso se corresponda en buena parte con la verdad; pero también lo público de lo cual somos integrantes todos y que contiene el mundo común a todos debe ser expresión y vía de la posibilidad de poder agruparnos, relacionarnos y también diferenciarnos. Es tan sano el reconocimiento de lo que los une y semeja como de lo que nos separa y diferencia, sin que eso se constituya en fundamento ideológico para que una verdad pretendidamente absoluta, intente dividirnos como sociedad, estrategia aplicada en estos veinte años de debacle general del país.

Para unos y otros, tanto para la sociedad y los liderazgos, para los que retoman la confianza en sí mismos como ciudadanos, y para los que aún recelan de la acción que renace en las calles y medios de expresión; para los que creen en la lucha por un acuerdo social que impulse un nuevo pacto que relegitime un poder emergente y para aquellos aún sujetos por la necesidad y la ideología a un régimen destructor y corrupto, valga la opinión de Hannah Arendt: la publicidad de la esfera pública es lo que puede absorber y hacer brillar a través de los siglos  cualquier cosa que los hombres  quieran salvar de la natural ruina del tiempo. Así, el fin del mundo común ha llegado, cuando se ve bajo un solo aspecto y se le permite presentarse únicamente bajo una perspectiva.

¡Vamos por buen camino!

WDC
@oropezag – oropezag@gmail.com.