Alejandro Oropeza G.*

“[…]el deber de todo creador
es escuchar atentamente el mundo
y convertirse en intérprete de los sentimientos
que sacuden a su pueblo”.
Tzvetan Todorov, en“Insumisos”.

glasses-booksLa vi, una afortunada noche hace años en el teatro Municipal de Caracas, el acompañamiento de aquella magia era de Ravel, El Bolero, específicamente. Aquella extraordinaria mujer era como una culebra de mil brazos de aire que se enrollaba en el cuerpo de su compañero, una musa divina que poseía espacios y cantaba a la luz de las tablas, al tiempo que se orquestaba una posesión que rompía la cuarta pared y uno “sentía” estar en aquel glorioso serrallo que daba marco al in crescendo que agitaba a las estrellas más allá de la monumental araña del techo. La recuerdo en su gloria: menuda, compacta, segura, enorme, posesa de una agitación sensual que envidiaría cualquier diosa amante; alegre y trágica, diabólica y sublime; era la época en la que el nuevo mundo conquistaba las salas de buena parte del planeta y hacía estremecer a la crítica y a los públicos que obnubilados aplaudían a rabiar a la caraqueña en su período dorado.

En estos días llega a mis manos una también extraordinaria edición del búlgaro Todorov titulada “Insumisos”, la cual tiene una dedicación muy particular: “En memoria del insumiso desconocido”, y trae a tema el sempiterno punto de la posición de los intelectuales, de los creadores respecto de los regímenes que rigen, o pretenden regir, los destinos de la humanidad. Advierte nuestro autor que, basados sus comentarios en su experiencia vivida en el socialismo real soviético impuesto a sangre y fuego en Europa Oriental, los regímenes comunistas tenían un grave defecto el cual, entre otros, es la confusión que se sucede entre “moral y política”, entendiéndose que todas las decisiones y fundamentos de la política derivaban de la nobleza que regía al Estado en atención a los principios morales que le servían de base. Pero, nos advierte Tzvetan, que el fin verdadero y auténtico era el completo dominio y control del país y los límites que se imponían los jerarcas de los partidos comunistas no eran ni de cerca esa moral sino las directrices que diseñaban los jefes del Partido Comunista soviético. Ante esa realidad en el seno de la población se conformaban varios grupos: el primero integrado por los miembros del equipo en el poder y sus familiares y amiguetes que, como es de esperarse, gozaban de innumerables ventajas y cuyo discurso integraba dosis de credulidad y cinismo, graduadas estas dosis en función del mayor o menor nivel de fe (real) que profesaban a la ideología dominante. Un segundo grupo lo conformaba parte de la población que, creyente real o a la fuerza, adoptaba los valores oficiales y adaptaba a ellos su conducta y cooperaba delatando a amigos y vecinos que pecaban del credo estatal. Un tercer grupo lo integraban aquellos indiferentes que, obedeciendo órdenes y cumpliendo aparentemente con la fe, daban importancia a los ámbitos de la esfera privada que escapaban al control ideológico de la inquisición moral, viviendo una especie de exilio interior. Quizás, reconoce el autor, era posible que existiera un cuarto grupo: los disidentes, los opositores al régimen que, de existir, debían estar pudriéndose en los campos de concentración y/o de reeducación.

Pero fijémonos, la acción política es la actividad de lo público y de lo real, debe, en principio, orientarse a generar decisiones que convengan y satisfagan los intereses y las necesidades y demandas de una sociedad, de un país o de cualquier colectivo. Si podemos hablar de “acción moral” esta, reivindica principios universales, por lo que el interés particular no está, o no debería estar presente. Los criterios para evaluar los resultados de una u otra, son prácticamente contradictorios; la primera, la acción política, se valora en atención a los resultados concretos y reales que logra como satisfactor de necesidades e intereses. La acción moral, solo podría ser evaluada en función de las intenciones que persigue quien la lleva a cabo. Ah, pero yo puedo, moralmente eximirme moralmente a mí mismo. Así, quien diseña acciones morales para que sean otros quienes se sometan a ella es inmoral por partida doble: consigo mismo y con los demás.

Volviendo al punto del tema una y otra vez analizado de las posiciones de los intelectuales y creadores respecto de la acción política, en oportunidades no considera, cuando presente o diluido está en ella la acción moral. Aspecto clave sobretodo cuando esa acción moral se encuentra asociada a la construcción de utopías (Acción Política – Acción Moral – Utopías). Es en ese ámbito, en esta realidad cuando es indispensable emerja quien no voltee la mirada, quien no recurra a refugiarse en la esfera exclusivamente privada de su vida: el insumiso. Este insumiso, frente a la injusticia, la opresión y el miedo no recurre a la violencia equivalente, no articula mal por mal, no pretende ser más maniqueo que el maniqueo poderoso; intenta situarse más allá de la imitación de aquellos, como de la rivalidad confrontacional con ellos. Nuestro autor afirma que la insumisión puede conllevar resistencia física y de lucha, pero en muchos casos, asegura, la primera se libera de la ayuda de la segunda e incluso resulta ser más eficaz que ella.

Uno de los ejemplos que se trae de insumisos es el del escritor Boris Pasternak quien en febrero de 1936 dijo: “Un arte sin riesgos y sin sacrificio interior es impensable, la libertad y la audacia de la imaginación se conquistan al pie de la obra”.

Todo intelectual, todo creador es un libre-pensador, o debe serlo; pero debe advertir el estado de su sociedad, porque de ahí surge y mana su esencia. No es discutible que, en atención a ese estado de la sociedad, persiga orientar o decir algo respecto de los fines de la acción política, cuando la evaluación de esta no refleja un impacto positivo en los más necesitados; es, por el contrario, válido y necesario. Pero ¿Qué decir cuando aplaude la dilución de lo político y lo moral? ¿Qué, cuando voltea la mirada a la necesidad y el padecimiento y vitorea a quien diseña la moral para que otros la persigan como utopía?
En medio de estas reflexiones, subo todo el volumen y escucho extasiado como siempre, los últimos acordes de El Bolero de Maurice Ravel y, recuerdo aquella noche…

* Alejandro Oropeza G. Observatorio Hannah Arendt. Director General.