“Los notables…
piensan que también son infalibles”.
Simón Alberto Consalvi: “Auge y caída de Rómulo Gallegos, 1991”. 

Alejandro Oropeza G.

Siempre me han llamado la atención, quizás por curiosidad, dos tipos de personas: aquellas que jamás apoyan decididamente ninguna iniciativa planteada por otro; y, quienes permanentemente lo critican y cuestionan todo y, sin embargo, jamás proponen nada. Como es de suponer en algunos personajes coinciden ambas posiciones, al no apoyar y comprometerse con nada y, simultáneamente, afirmar que absolutamente todo es susceptible de rechazo, sospecha, terceras intenciones, entregas, ausencias de compromisos y un largo etcétera que esgrimen como justificación de sus posiciones.

En el epígrafe que encabeza esta entrega, se refiere un capital e indispensable trabajo del desaparecido Simón Alberto Consalvi, en el cual se analizan en detalle una serie de documentos que dan testimonio de los hechos que condujeron al Golpe de Estado que depone al presidente Rómulo Gallegos en noviembre de 1948. En el trabajo preliminar analítico de dichos documentos, Consalvi se detiene en diversos hechos o bien analiza determinados actores relevantes; siendo uno de estos actores plurales: los notables. Trae el autor de marras una frase de Gallegos extraída del discurso con motivo de su proclamación como candidato presidencial de Acción Democrática, el 12 de septiembre de 1947, en dicha alocución el novelista afirma: “Estoy hablando para la historia”, entendiendo el providencial momento del cual él era uno de sus fundamentales protagonistas y, las condiciones y circunstancias determinantes del tiempo estelar que vivía el país. Cabe preguntarse ¿Cuántos no habrán volteado la atención hacia otro lado pensando (y regodeándose) respecto de la inutilidad o inconveniencia de manifestar un apoyo público a la candidatura de Gallegos o de cualquiera de los candidatos que decidirían participar en los comicios de 1947?

¿Cuántos criticarían y cuestionarían la conveniencia de dicha convocatoria electoral histórica? Histórica, entre otras razones por ser la primera elección universal, directa y secreta que se realizaba en Venezuela, con apego a la Constitución promulgada en 1947.

Ahora bien, como es sabido, una vez avanzada la gestión de gobierno de Gallegos, que apenas durará un poco más de nueve meses, los demonios se desatan y todo culmina con el nefasto golpe militar. Muchos factores explican y conllevan al inconstitucional pronunciamiento de las Fuerzas Armadas: desde el exterior del país no pocos factores conspiraban y aupaban la felonía; y, desde lo interno del país, que es lo que interesa en este momento, identifica Simón Alberto, entre otros factores domésticos, por una parte, la rivalidad política que lo consideró todo perdido y, por otra, el tremendismo de algunos destacados intelectuales atemorizados por una libertad que ni habían conquistado, ni les hacía falta. Así, la mesa estaba servida para la satrapía.

El historiador trujillano don Elías Pino, al analizar los hechos en su obra “Venezuela metida en cintura (1900-1945)”, y refriéndose a la forma en que era designado el presidente sucesor, delfín nombrado a dedo por quien detentaba la primera magistratura, en esos tiempos previos a Gallegos y a la Junta Revolucionaria de Gobierno, el general Medina Angarita; afirma que “los notables” pretendían imponer el nombre de quien ellos creían (y confiaban) sería el continuador del “medinismo”. Son muchos de esos notables, precisamente, los que subestimarán una elección que fuese bien vista y legitimada por amplias mayorías de ciudadanos, desandando el camino de la apertura democrática. Son esas “eminencias grises”, grises no por el tono de sus cerebros sino por la opacidad de sus posiciones y manifestaciones, para quienes la culpa y la responsabilidad siempre es de los demás pues nada más lejano de ellos que el sentido auto-crítico.

Un aspecto es claro y determinante el cual es: la negativa de las eminencias grises de la asunción de responsabilidades, de reconocer la posibilidad de estar llamados a rendir cuenta por sus posiciones que, en definitiva, no suponen una definición precisa y contundente respecto a cualquier punto de interés nacional, más allá de negar y criticar todo lo que los demás hacen o proponen.

Para ellos, para los notables grises, siempre es otro quien tiene la culpa. Quizás el reclamo repetido a lo largo de buena parte de la historia nacional, es que muchos de los notables que han acompañado esa historia no han sabido leer e interpretar el sentido y los signos de los tiempos que transcurren frente a sus miradas evasivas. Para muchos de ellos también, la cuota de poder (real o potencial) es más determinante e importante que la idea de democracia y la vigencia y aplicación legítima y honesta de la Constitución.

La historia nacional desde aquel vil Golpe de Estado al gobierno del maestro y novelista Rómulo Gallegos está ahí, se padece viva acá en nuestros días, vemos cómo la satrapía uniformada nacional (heredera directa de los gorilas de 1948 y de las felonías de 1992) no cesa y se resiste a abandonar el protagonismo en nuestro devenir político y social o bien, rehúsa asumir la responsabilidad histórica de un pronunciamiento institucional demandado por la Carta Magna. Registra esa historia que no olvida, las conjuras de aquel febrero, de ese noviembre, la traición, el pensar que porque sí porque me da la real gana, nos hacemos con el poder porque yo lo haré mejor, y fundamentalmente, porque somos los más arrechos porque tenemos las armas y punto y, además, que la Constitución y las leyes no son más que libritos, mercadería de buhoneros que se pueden interpretar de cualquier manera por el leguleyo que mejor convenga poner a eso. Para eso es el poder. Y es a ese poder al cual se acercan también las eminencias grises a colocarse cómodamente bajo su sombra.

Hoy también surgen los notables, algunos son eminencias grises arrellenados en las torres de marfil hechas a su medida, que lo critican y cuestionan todo, que no apoyan decididamente ninguna iniciativa presentada por algunos que tienen la valentía de dar un paso adelante y tratar de encender una luz en medio de la tiniebla.

Otras eminencias opacas, pactan con el que está cansado de darle palos a la lámpara de las posibilidades de acción y futuro; otros desde una poltrona lejana o cercana dan consejas y se rasgan las vestiduras superficiales clamando por la atención para, finalmente, no asumir ninguna responsabilidad específica ni plantear abiertamente un criterio, alguna ruta.

La crítica demoledora y el cuestionamiento (a veces la burla) va dirigida a las personas y no a la idea propuesta; va orientada a las circunstancias insustanciales y no al fundamento que sostiene y justifica el ejercicio de lo público; se centra en las nebulosas de las reflexiones vacías que no aportan a lo contingente una propuesta alternativa o complementaria de lo que se adelanta. Entonces, no se analiza, solo se mira con desdén, por ejemplo, un libro para desviar la atención. Sí, tal y como lo hacía la flamante representante del gobierno usurpador en la Asamblea General de la ONU hace pocos días, mientras el presidente Trump daba su mensaje, y cabe pensar al respecto: Si, al parecer, no le prestó atención al discurso ¿Cómo podría luego argumentar en contra de lo señalado por Trump? Y, también me generó curiosidad: ¿Así se lee un libro, en alto, a la altura de la mirada, como para que todo el mundo vea que leo y no escucho? ¿Cuál era la finalidad última? O bien ¿Para qué fue, para que solo la vieran con el librito?

El DRAE nos orienta en el sentido de informarnos que un notable es una persona principal en una localidad o en una colectividad, es decir, alguien que es referencia en una sociedad y que su opinión es escuchada y atendida o bien cuestionada argumentativamente, por parte de los miembros de esa comunidad, por lo que sus criterios se atienden y debaten en la esfera de lo público y con los cuales se puede estar a favor o en contra, en tanto que nadie tiene la verdad absoluta. Esos atributos suponen por parte de quienes son reconocidos ad factum como tales, como notables, la asunción de criterios sólidos de responsabilidad ante los integrantes de esa localidad, colectividad o sociedad, en fin, ante el debate que sus opiniones puedan generar en la esfera pública donde calan, se analizan y discuten sus mensajes.

Y, en efecto, tenemos en nuestro país, en nuestra convulsionada y vapuleada Tierra de Gracia, muchos notales responsables que plantean sus criterios y opiniones, que acusan y reciben la crítica sustentada (a veces no tanto) de sus posiciones y opiniones y quienes debaten en atención a las mismas sin descalificar ni ofender a quien formula dichas críticas.

Acá he citado a uno de ellos, a don Elías Pino y como él tantos venezolanos honestos para con el pensamiento, la palabra y las posiciones asumidas. También tenemos a muchas eminencias grises, marmóreas (por lo voluminosas y pétreas) en ocasiones, irresponsables por el silencio; o bien, que agreden, insultan y descalifican a quienes cuestionan su posición activa o su omisión; otros, danzan al ritmo salsoso de la falta de compromiso; por allá aparecen algunos a los que se le notan las costuras, y que no asumen responsabilidades contundentes con lo que cuestionan o que no proponen algo concluyente y acabado (desde la reflexión y el análisis) como contrapartida a la acción que se desarrolla y que, parafraseando a Gallegos, parecieran no percatarse de que están hablando para la historia.

Unos y otros, varias tipologías de notables y muchas eminencias grises en la arena de una realidad que sacude salvajemente a un país inerme y lo destroza a dentelladas feroces.

Nos corresponde pensar y distinguir entre notables responsables y eminencias grises.
¿A quien escuchar?

WDC
@oropezag – oropezag@gmail.com