Alejandro Oropeza G.

“Gentes con futuro
en vez de rostro”.
Hoja de libro nocturno, Tomas Tranströmer .

Crédito: notihoy.com

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A veces el Universo se convierte en cárcel terrible, en un mundo, como nos decía Ciro Alegría, ancho y ajeno; que por ajeno no pertenece y muchas veces,por lo ancho, jamás será cálido. Es como si un encierro de vientos y soles cercara la existencia por todos los costados y se quedara la vida ahogada y semi sepulta en un mar sin olas ni gaviotas, sin sol. Se puede andar, ir y venir, hacer sombras en todas las rutas y llegar a destinos inimaginables, tan lejos que no se sabe en donde se está; pero, no es posible aproximarse al lar donde se pertenece, de donde se es, donde está la vida y los recuerdos, los idos, los llegados ¡Eso! La Patria (con mayúscula y sin color), el terruño grande y el lugar, el recodo que siempre viene a la memoria con sus olores y sus melodías.
Alguna vez un exiliado de oficio: Edward Said dijo algo así como que el exilio es un temor inmisericorde que se transforma en la más profunda pena cuando se hace realidad, cuando se tiene que decir adiós a mucho y se parte con nadas quien sabe adonde, da igual. Pero, es casi como un alivio pues sabemos que por fin, las arenas de un tiempo inacabado están ahí, frente a frente a la vida. Entonces, todo es una gran tristeza solemne y digna, en medio de sonrisas oportunas para no olvidar reír, una nostalgia intravenosa resignada en el centro de los afanes de la sobrevivencia; la lágrima siempre a punto de brotar, el recuerdo domesticado para que no perezca tan regularmente al acecho de la mente, el ojo que vela más allá del tiempo y que nos deposita, tarde o temprano, en el propio olvido y en el de los demás.
No, nunca hemos sido los venezolanos un pueblo de emigrantes definitivos y ¡Sí! A ratos la oportunidad política adversa envió lejos al estorbo ideológico pero, siempre regresó la diáspora a casa y conocemos y hemos oído de historias, dolores y pasiones rotas y mudas; otras, no tanto. Ahora, al destierro ideológico-político le tenemos que sumar también el exilio de la desesperanza, más terrible que el primero porque casi nunca esa diáspora regresa, cuando se edifica más allá la calidez del hogar primero.
Ahora nos vamos porque ya no somos ciudadanos sino camaradas de unos que mandan y otros que destruyen y a veces, ambos especímenes coinciden; nos vamos porque una joven mujer se aterra frente a dos compatriotas con dos fusiles y una franquicia, una patente, ella llevaa sus hijos en el asiento trasero y no quiere la desesperanza de los chiquitos, sus muertes tempranas. Nos vamos porque la mentira se volvió verdad, porque la justicia se quitó la venda y se puso franelas de colores variopintos vendida al mejor postor; lejos, porque la que conocimos altiva y orgullosa yace sucia y hambrienta al pie de una escalera tricolor sudando sangres y sedienta de muchas cosas, con los hijos perdidos que se van lejos. Sí, como aquella loca de los páramos, la de las manos ateridas y abiertas. Nos vamos porque las definiciones ya no reflejan la realidad posible y los discursos, en su solemnidad de carnavales decadentes, apestan a soles calcinados en aguas sucias.
Otros, tercamente, no queremos partir¿a dónde, para qué? Nos aferramos a la esperanza del país de siempre, al lugar del principio, el de los domingos de lluvia y olor a pájaros libres. El hogar grande de la referencia con mayúscula, de la conversa que aguarda los mejores días, esos los que haremos con las manos que tenemos, las que quedan, que no son pocas. Todo apunta, al final, a la otra parte del Universo, el que siempre quedará a la espera de los que se fueron.
Quien sabe para quien será más difícil: ¿Para quién se va o para quien se queda? Creo había un bolero que algo de esto lamentaba.
¿Qué opinarán los otros,
los que ignoran el bolero?