Alejandro Oropeza G.

“… cuando el más vil interés se arroga descaradamente
el nombre sagrado del bien público, entonces la voluntad
general se vuelve muda, y todos, guiados por motivos secretos,
no opinan ya como ciudadanos como si el Estado no hubiera
existido nunca, y se hace pasar falsamente bajo el nombre de leyes
decretos inicuos que no tienen más fin que el interés particular”.
Jean-Jacques Rousseau: “Del contrato social”, 1762.

 

Cuenta la historia, o las malas lenguas, que en oportunidades vienen ha ser casi lo mismo, que el poderoso Imperator Nero Cladius Divi Claudius filius Caesar Augustus Germanicus, mejor conocido como Nerón, se regocijaba tocando románticamente la lira mientras a sus pies ardía la ciudad de Roma. Se dice también que él mismo había ordenado el incendio con diversos fines que no vienen al caso y que posteriormente achacaría a una secta religiosa emergente y débil las culpas de tal atrocidad: los cristianos, que padecerían incontables persecuciones y torturas por la culpa de algo de lo que no tenían ni la menor idea. Más allá de la veracidad de tales hechos, subyace el contenido (podríamos decir simbólico) de los mismos, es decir, lo que alcanzan a reflejar y demostrar respecto de las posiciones de un gobernante y que bien puede ilustrar un patrón de conducta, muy detestable patrón por demás, que no ha dejado de acompañar a muchos de los líderes desde entonces, desde mucho antes ciertamente y hasta nuestros días. En primer lugar: nuestro locato emperador al refugiarse en los muy destemplados toques de la lira mientras la ciudad se consume en las llamas no hace más que divorciarse de una realidad que, efectivamente, impacta terriblemente a la población que él está llamado a proteger y a la cual debe garantizar niveles mínimos de satisfacción de sus necesidades, y atención y resolución de sus problemáticas, ello a través de toda una complicada red de funcionarios con responsabilidades definidas, encabezadas por él mismo. En segundo lugar: el hecho de la sola sospecha de que el propio Imperator haya ordenado, estimulado, volteado la vista o sugerido el inicio de la catástrofe, refleja su más profunda responsabilidad en el hecho; así, él es responsable de las consecuencias que de tales acciones resulten de muertes, carencias y limitaciones y exacerbación del pueblo como reacción a tan absurda acción. Por último, el tipejo en cuestión no contento con marcar distancia de la realidad que afecta a su pueblo, de tener niveles de responsabilidad en los hechos, además de todo, endosa a otros la carga de los acontecimientos con todas las consecuencias resultantes, es decir, escoge un chivo expiatorio al cual atribuye la acción para sobre ese descargar su furia y aparentar, ante todos, el dominio de una situación que él mismo sabe y todos saben, que no va más allá de su propia mano. El ruido, que no los acordes, de aquella lira destemplada no lograrían ocultar ni silenciar la verdad de los hechos que, más temprano que tarde, terminarían con la rebelión de la guardia del Pretor, la denominada guardia pretoriana y el suicidio del tirano caído.

Tres hechos, tres elementos que en muy buena medida seguimos encontrando en la evolución de la historia de la humanidad hasta, claro está, llegar a nuestros días; en la realidad de unas fronteras entre países, con un gobernante usurpador e irresponsable, un pueblo que padece, una circunstancia, una lira y una tiranía haciendo aguas. Sin olvidar a una guardia pretoriana que deambula por ahí como queriendo deslindarse de la historia y unos agentes de la tiranía que portan las antorchas que incendiarán la ciudad o quizás unas gandolas, y que matarán y asesinarán sin remordimiento alguno, los patriotas colectivos.

No viene al caso si la historia siempre se repite o si es circular progresiva, con sus necesarias variantes y particularidades, dependiendo de cada etapa, de cada era. Pero acá, en nuestra vapuleada Tierra de Gracia la vimos regresar y aposentarse: sobre los puentes que comunican a la hermana República de Colombia, con quien el régimen ha roto relaciones diplomáticas (todo un hito para edificar la propia historia, por demás); y sobre las sabanas que nos integran con Brasil. Ahí, en el corazón adolorido de la Nación, una banda de salvajes incendió comida y medicinas destinadas a los venezolanos más necesitados y carentes, más abandonados y desprotegidos; ahí, bajo la mirada de todos, una tiranía y sus agentes portando antorchas de muerte masacraron y asesinaron a venezolanos que enarbolaban las banderas de la libertad y de la decencia, de la ayuda y de la solidaridad; ahí, en tierras ancestrales mostraron la verdadera faz asaltando la propia historia atacando a los miembros de las tribus originarias, acabando con la hipocresía del discurso lisonjero y populista, acomodaticio y falaz.

Vimos a la canalla; sí, a la canalla, a lo más bajo y ruin del venezolano, dirigidos por el procerato delincuente asaltar y asaltarse a sí misma; asesinar y condenarse; mostrar la verdadera cara de un régimen inhábil y fanático, sin más instrumentos que la violencia, la mentira y la manipulación ¿Cuántas madres, hermanos, familiares y amigos de esos desalmados estarán necesitando y requiriendo lo reducido por ellos mismos a cenizas? ¿Cuántos de ellos hoy estarán en una fila aguardando la dádiva lisonjera que salve la vida de uno de esos familiares luego de destruir la posibilidad de futuro de sí mismos? La canalla no piensa, no reflexiona, solo reacciona irracionalmente y obedece a quien la conduzca al abismo de su soledad compartida por el bárbaro que le acompaña; cumple con aquellos que desde la distancia contemplan sonreídos y complacidos, y hasta orgullosos (desde la distancia) de la destrucción que patrocinan ¿Qué podrían importar y significar tres o cuatro o miles de gandolas de medicinas y alimentos si han destruido y reducido a escombros a un país entero?

Y así vemos emerger los tres aspectos que hemos identificado en el terrible Nerón que trasciende a su propio tiempo por su violenta saña, su cobardía y su locura; pero no en la Roma imperial, ni en un país olvidado y perdido por allá en el África meridional, o en una lejana comarca en la lejana Asia o donde sea; no, están presentes esos aspectos en el régimen usurpador instalado acá mismo, acá en nuestra Tierra de Gracia. Veamos: mientras se reducen a nada medicinas y alimentos enviados por el mundo para atender las necesidades de una población abandonada y postrada por la necesidad; el sátrapa criollo como tocando destempladamente una antigua lira, baila salsa en una tarima, ajeno, aparentemente feliz, y satisfecho; y lo acompaña la Lady Macbeth nacional al compás de un ritmo, de una danza macabra de muerte y miseria; mientras la población se organiza para recibir y distribuir la ansiada ayuda, el tirano criollo ordena incendiar, asesinar y perseguir a los ciudadanos esperanzados y necesitados de lo que está a metros de convertirse en una posibilidad de vida, de satisfacción y de esperanza. La orden suprema y patriótica; indiscutida, infalible y poderosa es destruir, acabar, asolar, que no quede nada, que no llegue nada, que nadie pueda beneficiarse de nada más que de muerte, hambre y miseria, es su sino, es su objetivo. Por último, en un primer momento se trata de endosar la propia responsabilidad: son las intenciones y ambiciones imperialistas que quieren atentar contra la soberanía ya “entregada” nacional, es la derecha universal que quiere traer medicinas y alimentos para hacernos sentir limosneros y pedigüeños, pero también son ellos mismos los que incendian y destruyen lo que traen, es la derecha (nuevamente) y el imperio (nuevamente) y Colombia y Brasil y Perú y Paraguay y todos los culpables, ¡todos! Pero luego una insensata del procerato revolucionario (¿resentido?), advierte orgullosa y altiva, si cabe la imagen, de que sólo vimos una parte de lo que son capaces ¡Ah, sorpresa!, entonces no son otros los culpables, son ellos, aceptado y confesado por uno de ellos mismos. No es tan semejante la historia, por lo menos Nerón trató de desprenderse de la responsabilidad de incendiar Roma, lo que denota un dejo de decencia y culpa, muy poca, pero algo es algo. En nuestro cálido trópico no hace falta, la vergüenza y la justificación no es necesaria, no tiene sentido ¿Para qué? ¡Lo hicimos! ¡Sí, y qué! Que se jodan todos.

El horizonte trata de limpiar la nube de humo, otros regresan con las manos vacías, algunos se van a casa a sabiendas que, por los momentos, nada llegará. Aquellos, se sientan a descansar el cuerpo en una acera a la espera de la próxima oportunidad. Los mejores, que son la gran mayoría, se preparan para el siguiente tiempo, caminan y andan para reordenar, para recomponer y reorganizar a los buenos, sí a los buenos que cada vez son más. Casi ninguno voltea a mirar donde se atrinchera la mayoría de la guardia pretoriana, tan bailadora de salsa como el mejor, está seca, entregada, es alcahueta y sin criterio, entregada a su propio malandraje corporativo, a su parcela de cielo.

Se escucha un ritmo picante a lo lejos, dos seres perdidos se baten rítmicamente sobre un pavimento nevado de cenizas como macacos nerviosos.

Cerca… muy cerca, una pira nueva comienza a arder.

WDC
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