Por Trino Márquez

“La negociación de ningún modo significa reconocer algún mérito en el contrincante u otorgarle algún tipo especial de dignidad o virtud. Nada de eso. Se le puede despreciar. Se puede sentir por él, generalmente es lo que ocurre, animadversión. La condición necesaria para entablar una nnegociación es que al adversario se le reconozca poder…” Trino Márquez

 

A raíz de la ronda de conversaciones en Oslo, varios sectores de la oposición, especialmente los que viven en el exterior, han expresado algunas opiniones sorprendentes por el nivel de desconocimiento e insensatez que manifiestan. Tomo una en particular: la de Jaime Bayly, quien sintetiza la posición de muchos de ellos. De acuerdo con este personaje, Juan Guaidó traicionó su diáfana postura inicial: solo discutiría con Maduro los términos de su salida de Miraflores; ninguna otra opción. Para Bayly la cuestión es muy sencilla: con terroristas y delincuentes no se discute, ni se negocia: se les aplasta o defenestra.

Esta visión presenta varias fallas de origen. Las negociaciones entre posturas discordantes forman parte de la historia de la humanidad desde la más remota antigüedad. Las primeras ciudades Estado surgieron de acuerdos entre sectores rivales para dotarse de un cuerpo mínimo de normas que les permitieran vivir en paz dentro del territorio compartido. Los acuerdos comerciales aparecieron para regularizar los intercambios entre grupos con intereses disímiles. Las guerras, que siempre se desatan entre adversarios encarnizados, fueron regularizadas para evitar que se violara la dignidad de las personas, y la violencia y el sadismo desbordaran los límites aceptables dentro de los conflictos armados convencionales. Incluso, se inventó, en el marco de la construcción de los acuerdos, el calificativo ‘crímenes de guerra’ para condenar y castigar los actos que salen del campo de los protocolos establecidos. La negociación, por lo tanto, se da entre rivales enconados.

Desde que el terrorismo apareció y se extendió como forma de ejercer presión y desatar la violencia política, se dice que a mediados del siglo XIX en Rusia, se conformó una rama especial de las negociaciones para tratar de lidiar, o sea, entenderse, con los terroristas. El diálogo se aplicó, por ejemplo, en 1975 cuando los ministros de petróleo reunidos en la sede de la OPEP en Viena, fueron secuestrados por un comando dirigido por Carlos ‘El Chacal’. La mediación del presidente de Argelia, Boumédiène, fue clave para que los liberaran, previa concesión a los terroristas de sus exigencias económicas. Si no se hubiese negociado, en Viena se habría producido una hecatombe.

En los Estados Unidos y Europa hay expertos en negociar con secuestradores, terroristas y toda clase de gamberros que ponen en jaque la seguridad de personas inocentes en centros comerciales, hospitales, aviones y escuelas, por ejemplo. La negociación suele preceder la aplicación de la fuerza. Solo en casos extremos, se obvia.

La negociación de ningún modo significa reconocer algún mérito en el contrincante u otorgarle algún tipo especial de dignidad o virtud. Nada de eso. Se le puede despreciar. Se puede sentir por él, generalmente es lo que ocurre, animadversión. La condición necesaria para entablar una negociación es que al adversario se le reconozca poder. Se admita que posee una fuerza que solo puede anularse o doblegarse mediante acuerdos que permitan resolver el conflicto existente al menor costo posible.

Esas son las condiciones que privan en Venezuela. Maduro cuenta con muy poco apoyo popular. Apenas llega a 20% de respaldo. En el plano internacional, se encuentra aislado y desprestigiado. El cerco financiero se cierra cada vez más. El malestar en el país y en sus propias filas es creciente. Sin embargo, todavía controla las Fuerzas Armadas y todos los aparatos de seguridad. Continúa siendo el jefe del Ejecutivo de un Estado centralista y presidencialista. Les dicta órdenes a los miembros de su gabinete ministerial, a los jefes de los órganos desconcentrados de la Administración Pública, a los directores y gerentes de las empresas estatales, al Presidente de Pdvsa y al de la CVG. Es el eje que organiza el aparato público. Carece del poder de la razón, pero posee el poder de las armas y no le importa gobernar sobre escombros. Le da igual que los venezolanos coman o se mueran de hambre. Que tomen agua potable o vivan como los camellos. Que disfruten de energía eléctrica o se alumbren con velas.

Es frente a un personaje con esas características que les toca lidiar a la oposición, a la sociedad venezolana y a los países vecinos y remotos, afectados por la diáspora venezolana.

La negociación planteada en Oslo, o donde sea que termine cristalizando, debe tomar en cuenta las fisuras del madurismo, la galopante crisis del país, los brotes de descontento dentro de la FAN, la asfixia financiera y la presión internacional, para tratar de lograr los mejores términos posibles en un pacto para la solución pacífica de la crisis.

Ni Juan Guaidó, ni sus representantes en Oslo, traicionaron a nadie. Intentan lograr una solución pacífica y electoral en el menor tiempo posible, considerando las características específicas de la pandilla que secuestró el país. El reciente leve giro de China y Rusia favorecen esta postura.

Tomado de La Patilla: 5 junio, 2019 lapatilla.com @trinomarquezc