Alejandro Oropeza G.

 

“La pobreza obliga al hombre libre

a hacer muchas cosas serviles y bajas”. 

Demóstenes, Orationes, 57.45.

Recientemente releía El Príncipe de Maquiavelo en medio de una pavorosa tormenta que azotaba la ciudad. Siempre los clásicos nos brindan la oportunidad de releer y hasta cierto punto, entender la realidad con criterios que, si bien lejanos, ayudan a comprenderla y hasta a pensar en cómo diseñar acciones para superarla, cuando está definida por tiempos de crisis y miserias para las sociedades. Esa lectura la acompañaba en esos días con la más reciente obra de los profesores Steven Levitsky y Daniel Ziblatt: How the Democracies Die, en el cual no son pocas ni ligeras las referencias al proceso de desmantelamiento del sistema político democrático en Venezuela por parte, primero, de Hugo Chávez y, luego, de Nicolás Maduro.

Para el italiano reputado fundador de la ciencia política, el criterio que guía la acción política es la gloria, norte que orientaba dicho actuar en la antigüedad clásica. Esto puede ser entendido desde varios puntos de vista: como registro histórico de un ejercicio que será motivo de estudio y ejemplo en el futuro; como reconocimiento de un impacto positivo en la sociedad, pueblo o realidad en la cual dicha acción genera un aporte que es valorado en ese presente; también, dicho reconocimiento puede extenderse a los pares que reconocen y aplauden una gestión que deja huella; y, finalmente, como posibilidad de un atributo personal de quien o quienes dieron los pasos y estrategias para que la gloria se hiciese presente como consecuencia de su actuar al frente de tales acciones políticas, las cuales podrían ser parte del ejercicio del gobierno o no. En este sentido, Maquiavelo opone a la gloria el “poder”, entendido como ejercicio real que no encuentra acomodo en alguno de los puntos de vista señalados. Sorprende que asegure que la maldad no puede brillar más gloriosa (atributo de la acción política) que la bondad. Entonces, ¿qué entenderemos por maldad? Ella, la maldad, siguiendo a Hannah Arendt, surge de lo oculto; es deshonesta, impúdica y destruye directamente al mundo común; es decir, aquel en el que todos los miembros de una sociedad estamos llamados a estar, permanecer, reconocernos y diferenciarnos. Pero, igualmente, trae un punto extremadamente importante al afirmar que si la bondad, atributo de la gloria, emerge de lo oculto y asume un papel de reconocimiento público es corrupta en su esencia, ya que da fundamento a la demagogia y se revestirá de la corrupción “…a cualquier sitio que vaya”.

Siempre acude a la reflexión, al registrar concretamente la terrible situación que existe en nuestra muy vapuleada Tierra de Gracia de si es posible afirmar, sin lugar a dudas, que esta realidad ha sido planificada y es producto de una intención de la acción política desarrollada a lo largo de estos años por parte del procerato revolucionario en ejercicio del “Poder”, de ese precisamente que en palabras de Maquiavelo se opone a la gloria. El derrumbe del sistema político democrático no es un colapso que ocurra individual o aisladamente, arrastra en su caída varios aspectos de la vida pública y social venezolana: la crisis económica, el colapso de los servicios públicos en su totalidad, la pérdida de la acción ciudadana por parte de la sociedad, la fractura e indiferencia entre los integrantes de la sociedad venezolana, los absurdos niveles de pobreza y necesidad que padece la población venezolana, la incredulidad pasmosa de que estemos, efectivamente, viviendo-padeciendo una realidad que nunca, repito, nunca podría haber estado presente en cualquier escenario posible que se diseñara en los años previos a la llegada de esta plaga al poder.

El objetivo, la estrategia de la acción política del liderazgo que guía a la supuesta revolución es crear seres necesitados, es decir, dependientes de “algo” que les permita sobrevivir. Que un día más de vida dependa de la posibilidad de arrastrar la voluntad a los pies del tirano para recibir su dádiva y el reconocimiento de que la vida va de su mano, y no que escapa de ella. Y de allí la particular observación de la referida filósofa alemana quien afirma: La objetiva y tangible diferencia entre ser libre y ser obligado por la necesidad ha dejado de captarse. Ello es particularmente cierto en el caso venezolano en tanto no es que se ha entregado la libertad (independientemente de la definición que acudamos a otorgarle en el particular contexto nacional), es que se ha pretendido eliminar la diferencia entre ella y la necesidad. Corolario de lo cual o manifestación de tal realidad, como queramos verlo, es el discurso político del candidato-presidente, el cual sin pudor alguno reclama la entrega de la voluntad a cambio de una posibilidad siempre futura, dependiente de su voluntad, y que mantiene al individuo sujeto a su necesidad, entregando su libertad y abonando una esperanza que, paradójicamente, es individual pero dependiente de una ideología colectivista de fundamento. Contradictorio si, pero muy efectivo. Y allí emerge diáfana la presencia de la maldad opuesta a la gloria. En efecto, están ganando más poder (en esa particular concepción contraria al atributo de la gloria) ¿Quién lo duda? Pero, ¿Dónde la gloria en el ejercicio de la acción política? Es más, es dado pensar ¿Les interesa? O bien, ¿Es sostenible en el tiempo?

En varios trabajos expuestos en algunos foros o encuentros aquí y allá en los últimos tiempos, así como en entregas anteriores por este mismo medio; se ha expuesto la realidad de que la pérdida de la cualidad de ciudadano o bien, la imposibilidad del ejercicio de derechos obliga a la sociedad a abandonar lo que Arendt define como la “Esfera Pública” que es donde se sucede y ocurre la acción política, la comunicación, el reconocimiento del otro y la aceptación de las diferencias. Cuando se abandona dicho espacio no es posible la renovación de los acuerdos sociales que legitiman el ejercicio del poder o bien, cuando se pretenden tales, el autócrata hace uso de la violencia para desalojar dicho espacio y, aunado a la existencia de una necesidad de sobrevivencia, el espacio se ocupa por el populacho: la masa ciega que aplaude al tirano. ¿La consecuencia? Ahí está… en nuestro día a día.

El sabio orador y político ateniense citado en esta entrega en el epígrafe, Demóstenes (384-322 a.C), es preciso y lapidario en su afirmación de que la pobreza, y agregamos la necesidad, llevan al hombre a convertirse en un ser servil y bajo. Y no hay mayor servilismo y bajeza que la pretensión de forzar la entrega voluntaria de la propia libertad a cambio de satisfactores temporales para hacer permanente la necesidad y la sumisión. Esas operaciones en términos de Maquiavelo, ejercidas como acción política para subyugar a una sociedad, están muy lejanas de la gloria como criterio que podría definir dicha acción y muy cercanas a la maldad que, como hemos afirmado, surge de lo oculto y es además impúdica. Así la disolución de la libertad en la obligación se hace presente como estrategia del régimen ¿por qué?, porque la necesidad de la supervivencia del día obliga a entregar la posibilidad de disentir, de reclamar, de cuestionar y de reaccionar. Pensemos: ¿Es esta la realidad que se vive en Venezuela hoy?

Quienes reclaman, protestan, exigen y pretenden la recuperación de los espacios arrebatados; quienes niegan la necesidad como sustituto absurdo de la libertad de pensar, decir y expresarse; quienes asumen la posibilidad de reconceptualizar con dignidad el atributo de pueblo y de nación; quienes exponen a los ojos de los políticos la precariedad de una condición que no obnubila ni sustituye el ejercicio de libertad de la acción social, jamás permitirán diluir la obligación (o la necesidad) con la libertad en detrimento de la última. Queda ciudadanía. Quedan criterios de acción. Queda futuro. Siempre queda futuro no dependiente de la esperanza inactiva.

En el difícil y muy duro momento que se vive en Venezuela, voces apuestan por la entrega definitiva, la sumisión y la pérdida de la historia. Otras voces señalan un camino posible; otras, diversos rumbos. Lo importante es que se escuchan opciones que difieren de la entrega y la resignación. Hay venezolanos trabajando en las universidades, en centros de investigación, en los partidos, en la sociedad civil organizada, en las organizaciones de base, en las organizaciones estudiantiles, en las escuelas y comunidades, sabemos que esto no es el futuro deseado ni posible; por lo tanto tenemos que superar al presente y ver pronto, muy pronto, el inicio de la reconstrucción.

¡Esas son las guías! Debemos trabajar las opciones, definirlas, redefinirlas, discutirlas, consensuarlas, desechar la mala hierba, reconciliarnos y reencontrarnos como pueblo y reconstruir la esperanza cierta. Es momento de articular juntos la gloria de nuestra propia acción social y política, derrotando a la maldad en el poder y reconquistando el espacio de la libertad y la acción política digna y responsable.

 

TALCUALDIGITAL – VENEZUELA

Columna: El Poder y la Libertad