Con un aderezo terrible, de dos cabezas para mayor desgracia: la ausencia de una voluntad popular que dé piso y fundamento a una posibilidad de democratización tan decisiva como la propia indignación y la protesta; a ello lo acompaña una dramática pérdida de confianza en los mecanismos y posibilidades de intermediación Sociedad-Estado que están llamados a cumplir los partidos políticos entendidos primeramente, como estructuras sociales activas.

“¿Y si nuestro gran desafío consistiera precisamente
en construir unas mediaciones menos rígidas,
pero mediaciones al fin y al cabo, en la economía,
en la política o en la cultura, que compatibilizaran
tanta libertad como fuera posible con la arquitectura
que proteja derechos y corrija los efectos no deseados?”.
Daniel Innerarity,
“La política en tiempos de indignación”, Barcelona: Galaxia Gutemberg, 2016.

En la profunda crisis general que padece nuestro país, que afecta la institucionalidad, el sistema político, los valores ciudadanos y sociales, la economía, la producción, la salud, la confianza en las intermediaciones acostumbradas y un largo etcétera; cuando se pretende encontrar una explicación que justifique tal realidad, es pertinente recordar aquello que ya habían afirmado y aprehendido los clásicos: en política, cualquier valor sin contrapunto, sin contrapeso efectivo se convierte en una posibilidad amenazante.

Pueden acudir, como en efecto lo hacen, infinidad de aspectos para explicarnos la génesis de nuestra aciaga realidad, pero por limitaciones lógicas no se podrían abordar todas acá y, menos aún, el diseño de las posibles estrategias que de tal reconocimiento pudiere desprenderse como consecuencia; por lo que solo es permitida una referencia muy precisa a solo algunas de ellas.

La primera que salta a la vista es la que es consecuencia de la advertencia de los clásicos ya referida: cuando no existe la inspección, los contrapesos, los controles, no cabe ninguna posibilidad de advertir sobre la pérdida del camino deseable. Y como decía mi abuelo: con tanto amén se acaba la misa. La misa y, en nuestro caso, el país. El desconocimiento y la inexistencia o la inutilidad de tales sistemas de controles, en todos los sentidos, es una ruta directa al fracaso; sin el debate, sin el planteamiento de alternativas disímiles y la imposición de una pseudo ideología que se satisface con el mero enunciado sin un contenido verificable y práctico, la mesa del desastre está servida. El ingrediente de la soberbia política, acompañado de la autosatisfacción del mesianismo como estrategia de proximidad a la población, tarde o temprano cobra su factura a unos (los jerarcas encumbrados en su supuesta infabilidad) y a otros (la población que más temprano que tarde sufre las consecuencias). La consecuencia de toda esta desbandada es la ruptura del acuerdo político y el secuestro de la voluntad popular, la ocupación por la violencia y la ilegalidad del espacio político donde se fragua la renovación de los acuerdos políticos. Así, se abre la puerta y se da la bienvenida a la tiranía.

Nuestra vapuleada Tierra de Gracia, al momento cercano o lejano de iniciar los necesarios y justos procesos de transición y de reconstrucción institucional y en general del país, se hallará ante la realidad, y no es una exageración, de una post guerra, en donde nada, repito, nada funciona como debería. En donde la casi totalidad de aspectos que integran el modelo productivo, las relaciones intersocietales, la institucionalidad, la salud, educación, el campo y sus capacidades de generación de alimentos, la industria, etc., están inoperativas o colapsadas.

La pregunta es cómo recuperar esa voluntad y esa confianza; de cuáles mecanismos la misma Sociedad y el Estado deben hacerse eco para retejer en un muy corto periodo de tiempo tales valores, a objeto de darle posibilidades y viabilidad a un proceso de transición hacia la retoma de procesos de consolidación democrática.

Muchos teóricos y analistas de la acción política refieren las bondades de la aproximación, de la proximidad en mejores términos, entre los políticos y sus franquicias organizacionales (partidos y organizaciones políticas) y la gente, los ciudadanos. Debiendo entenderse esta, la proximidad, como uno de los mecanismos y medios para hacer frente al descrédito y a la desconfianza en la política. Y en efecto, podría ser y operar un real cambio en los modos de generar legitimidad política. Pero, no se debe olvidar la supuesta cercanía, la proximidad, de aquellos que destruyeron todo a su paso, a la población que en buena medida los aclamaba y aplaudía las medidas que paulatinamente iba sepultando a la masa enardecida que vitoreaba el despojo de sí misma.

Se requiere entonces que esa proximidad se impregne, en palabras del profesor vasco Innerarity, con un ethos de modestia y de pequeña escala; de asumir que no seremos la salvación y la gloria suprema del Universo todo. De reconocer finalmente por Dios, como bien insiste e insiste mi amigo Leonardo Azparren, que somos un gran país sí, pero un gran país mediano; con sus recursos sí, pero que mal administrados sería preferible que no existieran porque entonces generan corrupción y frustración; que no somos ni seremos, porque sencillamente no podemos serlo, los salvadores absolutos de la dignidad de todo el continente, básicamente porque no existe una dignidad única que pueda ser enarbolada como bandera por nadie ni por ninguna sociedad que le muestre el camino a las demás. Eso es, sencillamente, dormir sobre los laureles; lo peligroso, es despertarse sobre ellos y emprender las cruzadas que dejan a las sociedades exhaustas, extraviadas y confundidas.

Por lo tanto la tarea de TODOS, no solo de los políticos, sino también de los ciudadanos, de los productores, empresarios, maestros, etc., pareciera ser equilibrar y equilibrarnos, entre la proximidad y la lejanía que deben poseer los mecanismos y estrategias de intermediación entre Sociedad-Estado-Sociedad-Estado… entre lo local y lo global, la inmediatez y la prospectiva, la Agenda Social y la Agenda de Gobierno. No se puede seguir creyendo y practicando el inmediatismo por parte del político, de la dádiva populista para comprar el hambre y el apoyo de quien tiende la mano; pero tampoco el individuo debe ponerse en venta al mejor postor para rematar su consciencia. Y ello porque la proximidad tiene mucho de artificio y de demagogia y de allí, a convertirla en ideología vacía para trabajar por la propia legitimación, un paso.

El reto, uno de tantos entonces, es rescatar y más que rescatar, reconstruir la confianza en nosotros mismos como sociedad, pues de ella emerge la intermediación legítima ante el Estado, los acuerdos, la representatividad de nuestros anhelos y la interpretación de nuestras agendas, expectativas y necesidades; también el reconocimiento de nuestras limitaciones y potencialidades. Los retos se enmarcan en el desafío de poder articular una posibilidad, una idea de representatividad de la voluntad de la sociedad que no caiga por el desfiladero absurdo del seguidismo, el fanatismo y el grito de apoyo a lo más ruidoso, inmediato y fácil.

Es pertinente tomar las palabras de Innerarity: Necesitamos de un sistema político cuyos agentes escuchen realmente a todos: a las voces más ruidosas y a los murmullos más profundos, que atiendan las urgencias del momento pero no descuiden la anticipación del futuro, que equilibren adecuadamente el corto y el largo plazo. Así también, debe emerger una sociedad responsable que se corresponda con esa necesidad, la apuntale y la exija.

Alejandro Oropeza G. | @oropezag Publicado en Talcualdigital.com  Enero 20,  2018

Director del Observatorio Hannah Arendt