Alejandro Oropeza G.
TalCualDigital.com / Columna: El Poder y la Libertad

“Queremos tantas cosas como sea posible
al precio más bajo posible, y eso nos deja indefensos
ante la aparición de nuevos Robespierres o Hitlers”.
Joost de Vries, en: “La república”, 2017.

No le he conocido personalmente, tampoco escuchado su notas lanzadas a los aires para acompañar al humo represor en calles y avenidas de Caracas. Lo he visto en videos, lloroso, con su instrumento destrozado por una funcionaria de la honorable Guardia Nacional, para luego apreciar una solidaridad nacional e internacional que puso en sus manos varios violines que sustituyesen aquel destruido valientemente por la aguerrida integrante de nuestra Fuerza Armada. Siguió dando su batalla solitaria, aupando y gritando al mundo el contenido rebelde de su libertad, su concepción del mundo, su canto que no transigía, su posición ante la vida, envuelto en los gases que tiñen de monstruosidad beligerante el ejercicio de la virtud cívica de buena parte de los venezolanos de nuestros días. Hasta que esa inocencia clamando derechos, como tantas otras, molestó, se convirtió en estorbo para la violencia oficial, para la inteligencia vestida de verdes y fue detenido, aislado, se afirma que torturado y luego de pretender quebrar su voluntad le soltaron, no lo dejaron en libertad porque creo que nunca la perdió. Soltado, así como cuando un bravo e irracional toro abandona al torero luego de batuquearlo a voluntad y zarandearlo como un guiñapo. El suyo es un ejemplo entre muchos. No pocos son los venezolanos que han padecido y padecen la irracionalidad de un régimen aferrándose a cualquier precio al poder, al dominio, a la posibilidad de obtener siempre un días más de impunidad, de botín, de ejercicio de violencia en contra de una mayoría que no los desea como gobernantes y ello porque simplemente, no han gobernado. Y las pruebas saltan a la vista día a día.

La saga de Wuilly Arteaga, su particular gallardía, su inocencia volcada a los vientos de la ciudad que muestra a su lado las cicatrices de la resistencia, estaba en mi pensamiento cuando leí una memorable entrevista hecha por Hugo Prieto a Sergio Bitar en Prodavinci, publicada el 13 de agosto reciente, en ella Bitar opina que cuando el régimen venezolano apela a la figura del presidente Allende para justificar la represión, el asesinato y la persecución que está ejerciendo en contra de la población miente descaradamente. Afirma Bitar: No hay ningún paralelo entre Maduro y Allende. Es una farsa lo que está haciendo el régimen venezolano al plantear una similitud. Allende fue un hombre impecablemente democrático toda su vida, toda su carrera fue de democracia, siendo dirigente estudiantil, diputado, presidente del Senado y candidato a la presidencia en cuatro oportunidades. Nunca se tocó en Chile a la prensa. Nunca se tocó al Parlamento, nunca se tocó a la justicia. Nunca se interrumpieron elecciones. Todas las organizaciones sociales —estudiantiles, obreras, empresariales— funcionaban dentro de la Constitución. Comparar eso con un régimen que se parece cada vez más al de Pinochet es algo que se tiene que señalar a lo interno. Pretende el dictador represor venezolano hacer suyos los atributos demócratas de unos de los políticos más culto, honesto y valiente de América Latina, quizás por pretender suscribir la impronta izquierdista del presidente Allende; y, en este sentido siempre me asalta la pregunta: ¿Es esto un régimen de izquierda? ¿Quién cree eso? Pero, a la distancia del tiempo cabe preguntarse: ¿el presidente Allende reprimió, asesinó, encarceló, torturó y exilió a los chilenos que se le oponían, como día a día lo ha venido haciendo el régimen del presidente Maduro? ¿se rodeó de leguleyos para burlar la Constitución de Chile? ¿hizo cómplices y alcahuetes a una gavilla de magistrados para que le sirvieran el poder a sus pies y desconocer el Estado de Derecho en beneficio de su interés personal y de la camarilla que lo acompañaba en el ejercicio de la primera magistratura? La respuesta es un NO absoluto. El honorable presidente mártir de Chile no tiene absolutamente nada que ver comparativamente con el dictador que asola a la Venezuela de hoy. Quizás, como bien lo señala Bitar, si vamos a comparaciones pareciera estar más cercano el presidente venezolano, al general Pinochet y a sus estrategias de dominio y represión en contra de la sociedad democrática chilena.

Así me vino a la memoria una triste y lamentable historia, aquella del extraordinario músico, compositor y hombre de teatro chileno Víctor Jara. Jara, fue detenido en el claustro universitario donde laboraba, por las fuerzas militares del general Pinochet, sepultado en vida en el tristemente famoso estadio Nacional a donde llevaron a los opositores del régimen militar (algo así como el Helicoide nuestro); y a los días, luego de ser torturado y sus manos fracturadas a fuerza de culatazos (era guitarrista) ajusticiado, asesinado y lanzado su cuerpo a un patio. En aquella prisión Jara escribe lo que seguramente fue su último poema “Somos cinco mil”, el que dice: Somos cinco mil/ en esta pequeña parte de la ciudad./ Somos cinco mil/ ¿Cuántos seremos en total/ en las ciudades y en todo el país?/ Solo aquí/ diez mil manos siembran/ y hacen andar las fábricas./ ¡Cuánta humanidad/ con hambre, frío, pánico, dolor,/ presión moral, terror y locura! Ese fue el último canto de Jara antes de que su vida fuese vilmente arrebatada por la dictadura. E insisto: ¿asesinó el presidente Allende, por vía de las fuerzas armadas a sus órdenes, a chilenos que no estaban de acuerdo con sus políticas?

Si bien nuestro emblemático violinista Wuilly Arteaga afortunadamente no ha rendido su vida a la dictadura, sí a sufrido prisión, tortura y ha sido juzgado por cometer el terrible delito de ser un músico que con su violín eleva notas en medio de la barbarie que, como ecos terribles,  se revelan pacíficas y honestas en las calles venezolanas. Pero, lo terrible de la realidad, es que otros cientos de venezolanos sí han rendido sus vidas asesinados en las protestas, también han sido y son torturados y confinados; cantando también a la libertad, gritando a los vientos la creencia en la democracia secuestrada y perdida; recibiendo a ese país con nombre de bella mujer, violentada y en harapos tricolores, en el seno de la resistencia, porque es ahí donde renacerá a la vida, a la honra rescatada por los caídos y por los que siguen la lucha; por los que tuvieron que huir y por los que tienen la voluntad de quedarse; por los que trabajan día a día como políticos incansablemente; y por quienes les critican en la desesperación y el compromiso de pretender que las realidades adversas se modifiquen lo más pronto posible. De todos finalmente, somos un país atravesado de norte a sur y de este a oeste por infinidad de violinistas torturados y perseguidos, de cadáveres que exigen, que reclaman que su sacrificio sea reivindicado en la libertad y la recuperación de Venezuela. Todos clamamos por el inicio de la recuperación por parte de todos.

Existen… muchas formas de asesinar y, al parecer, los traidores de la democracia y del pueblo venezolano lo saben. No creo que sean aprendices de Pinochet ¡jamás!, ciertamente estimo que ya lo han superado por muy buen margen. Algunos de ellos quizás sepan también, que aquel estadio donde fue torturada, reprimida y asesinada parte de la juventud chilena, hoy día lleva el nombre de Víctor Jara, en su honor, en reconocimiento a su caída, a su entrega, a su valor como creador, músico y ciudadano libre chileno.

Sería momento de ir pensando qué nombre deberá llevar en el futuro cercano un centro cultural nacional ¡con sede en el Helicoide!

BA.