ALEJANDRO OROPEZA G. @oropezag

Hoy nos invitan a matarnos entre sí, hoy se aúpa la esperanza de que hermanos nos reventemos la vida y nos dicen que es una fiesta que será eterna y en donde la mesa estará servida de miseria y las botellas estarán repletas de sangre fraterna

“Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: ‘¡No mueras, te amo tanto!’
Pero el cadáver ¡ay! Siguió muriendo”.
César Vallejo: “Masa” (fragmento), en:
España, aparta de mi este cáliz, (1937).

Es… como un repique sordo de difuntos, como el encuentro de una alternativa ciega con muros de metal chorreados de óxidos de sangre. Resuena… como invitación a cónclaves de sal para hacer perdurar las noches. Parecen… potros de pinturas blancas, tanquetas cabalgadas por macacos verdes que invitan a una fiesta de lutos que se hará una cuadra más allá y en la cual todos los de la calle tenemos un lugar reservado. El convite es para matarnos de a miles; para sepultarnos las voces en papeletas amarillentas dobladas en cuatro con nombres perforados de balas doradas; para morirnos de tiempo perdido, y resistir la sombra de unos que se quieren poderosos para siempre y desean la eternidad prestada al lado de un palacio de colores mustios. ¡Cuántos! ¡Cuántos en todos lados nos han invitado a estas muertes! En frente, al lado de un antes en el que perecen los ahora y se suicidan los futuros. Pero, siempre se pretenden inánimes a los otros, a la carne joven que no retorna del barracón podrido donde una rata devora un ojo que ayer veía y hoy se le presta a una madre que llora en silencio.

No cabría el abandono no se permitiría la tregua y menos aún, la rendición del enviado a buscar el catafalco negro que, como una hogaza sucia, crepita en el atrio de una iglesia llena de los que esperan el turno. Ahí… los copones tiemblan el padecimiento de mil hostias que no se repartirán los domingos que vienen por la esquina, porque no habrá bocas que los reciban ni de un lado ni del otro. Cavilarán los soldados, los guardias se vestirán de troja limpia para el Señor que ya no puede ni desea llegar; el guerrero seguirá la lucha con un escudo de papel que le protege del infierno que queda al final de la autopista, al principio de la trinchera, después de la casa que parecía un hogar cuando era cálida y celosa. Después viene, la verdad, traen a una mujer arrastrada por los cabellos, es un fango de desdicha que alienta al espíritu burlón y sucio de un casco negro sin nombre, sin número, sin sombra porque se le quedaron en la urna blanca que partió quien sabe a dónde ayer mismo. Ya no volará, ella ya no levantará la vista, será un esqueleto de mimbre a la puerta de algo sin paredes que antes fue un hogar en donde se nacía, se crecía y se moría serenamente… el país roto que de las trizas sobrantes hace abrigos para guarecer del frío a los que se fueron lejos con libritos vino tinto buscando una alcabala ajena que lo selle y le ponga una fecha vacía.

Quieren, es un anhelo, que se sienta el fogonazo en el pecho, los once impactos en la cara, y esparcir las cenizas de todos en las orillas que se lamen las heridas con terciopelos negros y rotos, en las playas turquesas a las que se les olvida nadar a cada gota evaporada. Quieren, es un antojo, la sangre buena que aun camina por ahí, buscando una sombra para taparse de la luna que persigue a la guadaña para arrebatarle el quejido.

Te quieren muerto para vivir del sustento… te quieren combatiente para olvidarte en la obscuridad. Te necesitan sepultado para hacer de ti la patria anónima que se resguarda allá donde nacen las flores, para reclamarte jamás más allá o más acá del tiempo… tu entrega callada. Es como pretender regresar al soldado anónimo que algunos conocieron para quitarle el nombre definitivamente, pero… entregarle el consuelo de una corona roja en reconocimiento a mil identidades perdidas. Es como pedirle al niño triste que se suicide, antes de que se mate él mismo algunos años después sediento de tristeza.

Hoy… algunos nos quieren ciegos de esperanzas, porque de esa ceguera se nutre su porvenir; hoy… aquellos otros quieren que nos hagamos polvo de calle, de acera rota, para ascender a la eternidad falsa de un futuro que jamás llegará, porque se le hizo tarde en la parada del autobús que no se detuvo a recoger a nadie hace casi 20 años. Hoy nos llega un convite a una nueva “cena miserable”, como aquella en la que César Vallejo estuvo y en donde alguien que se sentaba había bebido mucho y se burlaba y se acercaba y alejaba de todos; así, como una cucaracha negra que vivía una triste existencia humana… ese alguien era una tumba, que de paso no sabía hasta cuando la cena duraría.

Hoy nos invitan a matarnos entre sí, hoy se aúpa la esperanza de que hermanos nos reventemos la vida y nos dicen que es una fiesta que será eterna y en donde la mesa estará servida de miseria y las botellas estarán repletas de sangre fraterna.

No vayamos… no protagonicemos… no aceptemos esta invitación absurda… consintamos y trabajemos por el abrazo, el reencuentro; por la certeza de que somos todos venezolanos nuevamente; por la reconciliación y el esfuerzo conjunto para retomar la senda del crecimiento y la prosperidad, la paz y la familia; todo eso nos señala el camino del futuro, no el de la guerra fratricida y la tragedia.

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