Por:  Ovidio Pérez Morales

“ El totalitarismo profundiza y amplia el control que cualquier otro sistema político e ideológico despótico busca imponer.

Pretende monopolizar todos los ámbitos del entramado social: economía (tener), política (poder) y cultura -en la acepción más restringida de este término- (ser). Agrava la dominación característica de autocracias, dictaduras, tiranías y otras formas de monopolio social”

Una cosa es hablar por experiencia ajena y otra, haber sufrido en carne propia aquello de que se habla. Esto se aplica a san Juan Pablo II en relación al totalitarismo.

El papa Wojtyila padeció persecución por parte de los totalitarismos hitleriano y stalinista. Por eso tiene existencial resonancia la denuncia que estampa en su encíclica Sollicitudo Rei Socialis (1987): “Ningún grupo social, por ejemplo, un partido, tiene derecho a usurpar el papel de guía único, porque ello conlleva la destrucción de la verdadera subjetividad de la sociedad y de las personas-ciudadanos” ¿Resultado? Masificación despersonalizante.  Caído el Muro de Berlín, el mismo Papa en 1991 identificó la raíz del totalitarismo moderno en “la negación de la dignidad trascendente de la persona humana, imagen visible de Dios invisible y, precisamente por esto, sujeto de derechos que nadie puede violar: ni el individuo, el grupo, la clase social, ni la nación, ni el Estado” (Centesimus Annus 44).

Ante la avalancha de los totalitarismos, el Papa Pío XI había publicado tres contundentes y oportunas encíclicas: en 1931 Non abbiamo bisogno contra el fascismo, en 1937 Mit brennender Sorge contra el nazismo y Divini Redemptoris contra el comunismo. De estos deshumanizantes sistemas e ideologías se destacaban, entre otros, la negación de una real participación ciudadana y del libre emprendimiento, la absorción de la sociedad civil por el Estado, la hegemonía comunicacional y educativa, la absolutización e idolatría del poder, el utopismo del paraíso terreno.

El totalitarismo profundiza y amplia el control que cualquier otro sistema político e ideológico despótico busca imponer. Pretende monopolizar todos los ámbitos del entramado social: economía (tener), política (poder) y cultura -en la acepción más restringida de este término- (ser). Agrava la dominación característica de autocracias, dictaduras, tiranías y otras formas de monopolio social. La historia de Venezuela registra variados especímenes de sumisión societaria, pero de totalitarismo uno solo, a saber, el Socialismo del Siglo XXI. Éste copia el modelo comunista cubano, con peculiaridades, como las de que el “bolivariano” financia al isleño, y éste maneja la “inteligencia” del venezolano.

El criollo es un totalitarismo en ejecución progresiva. Por cierto, la pandemia del COVID-19 ha servido para acentuar la escalada represiva. La “profecía” anticonstitucional y vergonzosa del ministro de la Defensa sobre la inutilidad de las próximas elecciones para un cambio de régimen evidencia la dominación comunista en marcha.

En más de una ocasión he manifestado que la no percepción –culpable o inculpable– del carácter totalitario del proyecto socialista ha sido la causa de muchas fallas estratégicas, cuando no de claros fracasos operativos de la disidencia. Por otra parte, el populismo y la mentira institucionalizada del gobierno, ha sabido disfrazar propósitos oficiales y frustrar intentos de la oposición.

Las anunciadas elecciones legislativas constituyen un serio desafío a nuestra responsabilidad ciudadana. La abstención no puede identificarse –negativamente– con pasividad: tiene que asumirse, positiva y proactivamente, como actividad, iniciativa, como ejercicio de responsabilidad ciudadana, buscando generar unidad dinámica para el logro de objetivos democráticos. Hay retiradas estratégicas, que son sumamente productivas. Sobre todo, cuando lo que mueve la acción son nobles y altos propósitos como el restablecimiento del estado de derecho y la convivencia democrática. Es preciso ser ingeniosos en este sentido. La abstención puede convertirse en referendo para un cambio de régimen, en elecciones (también) presidenciales Hay que poner en juego el protagonismo y las facultades del soberano (CRBV 5), su poder constitucional, pero también supraconstitucional y originario.

La historia no es determinismo. La libertad constituye una energía irrefrenable. Los totalitarismos son estatuas imponentes, pero con pies de barro. Por eso debemos trabajar unidos y con gran esperanza, la cual, para los creyentes, se funda definitivamente en los designios bondadosos de Dios.

Agosto 6, 2020 https://www.elnacional.com/