La reina del carnaval rojito

Luis Betancourt Oteyza
Los que tuvimos el interés y la paciencia de ver por televisión el desfile militar realizado ayer en Los Próceres, pudimos constatar la puesta en escena de un aberrante espectáculo destinado a humillar a los venezolanos y en particular a las Fuerzas Armadas Nacionales. No fue tan solo un show, intrascendente y ridículo, como ligeramente algunos han observado. Fue la conclusión de una operación de propaganda política montada con la excusa de la celebración de una efeméride patria únicamente para ensalzar la figura de Chávez, en el mejor ejemplo de culto a la personalidad que se ha realizado en Venezuela. El ritual, el escenario y sus acabados, los disfraces y, sobre todo, las palabras emanadas de los guiones declamados por los locutores militares, exaltando al socialismo sectario y la revolución chavista, excedieron cualquier manifestación anterior de ofrenda a nuestros tiranos históricos. Pio Gil se hubiera asombrado y avergonzado del grado de postración, y embelesamiento de los acólitos de Chávez, y del abuso perpetrado con los militares venezolanos. La figura del General Alcalá Cordones sobre el más grande blindado del mundo, con un atuendo revestido de los adornos más insólitos será recordada por muchos años como ejemplo de la adulancia y la ridiculez más extrema: la boina roja, los guantes rojos, la bufanda roja, las mangas rematadas en rojo y bordadas en oro, el fusil rojo y todo aderezado, como una ensalada exótica, por un cúmulo de medallas, nacidas de sus valientes gestas de obsecuencia, nos recordó a aquel tragicómico dictador de Uganda, Idi Amin Dada, “Señor de todas las bestias de la tierra y de los peces del Mar”, como se auto designó, para beneplácito de sus felicitadores.
Vimos una exposición del derroche más irresponsable en vestuario, banderolas, armamento y carrozas que clama a la justicia ante tanta necesidad social. Equipos bélicos sofisticados, suministrados por rusos, bielorrusos y chinos, que no se usarán jamás en la defensa del país antes de convertirse en obsoleta chatarra; batallones de manuelitas, de milicias campesinas fantasmas, de mujeres de rojo con botas invernales blancas, de burócratas rojos, etcétera, etcétera, todos inventados para la ocasión; fue más que una exageración un delito de corrupción. No obstante, lo más triste del desfile fue ver y oír cómo se obligó a nuestros oficiales y soldados a marchar al trote cantando a un socialismo que rechaza más del 90% de los venezolanos. La cubanización lograda por los mandos impuestos desde La Habana se manifestó con desparpajo en la humillación escenificada por los soldados venezolanos; agria venganza por sus gestas gloriosas de los años 60, cumplidas en defensa de la soberanía y la libertad de Venezuela ante la invasión castrocomunista.
Pero todo lo frustró el destino. El homenaje y coronación quedó para los segundones, incluyendo los chulos dignatarios de primera fila. Nuestro Stalin no pudo asistir. Todo ese dineral gastado en polainas rojas y tanques rusos no fue para él. La naturaleza lo venció y lo dejó trancado detrás del balcón de Miraflores. Se perdió la fiesta, la música, las canciones y el cotillón. Y se lo perdió para siempre por más que ahora esté inventando el Campo de Carabobo para el año que viene. Se acabó. Él lo sabe pero no sabe cómo asumirlo sin que sus secuaces no entren en pánico, y terminen de raspar sus ollas, con tanta complicidad concedidas y corran.
Esto también es hora que lo empiecen a asumir los demócratas y, sin hipócritas manifestaciones de solidaridad ni concursos de simpatía, se ocupen a programar la reconstrucción del país y la limpieza de los restos que se les queden por allí al chavismo. Es la hora de pensar en el futuro y dejar las ambiciones personales presentes de lado; los que no lo entiendan serán descartados. Como los pueblos que han sufrido un cataclismo, debemos, con seriedad y paciencia, organizar desde ya los equipos que recogerán los escombros de la nacionalidad y acometerán la reconstrucción de la moral y las instituciones. Gracias también a la providencia habrá con qué, sólo falta escoger, con madurez y sindéresis, los quiénes. Ya lo hemos hecho en otras ocasiones menos dramáticas como la que nos tocará vivir, pero apelando a nuestros académicos, empresarios, sindicalistas, políticos, militares y venezolanos de valía, lo lograremos. Hay luz.