union«Somos en la hora presente un archipiélago: o sea, islas unidad por aquello que las separa”. Vladimir Maiakovski, citado por Juan Bonilla en: “Prohibido entrar sin pantalones”,  2013.

Alejandro Oropeza G.

La conciencia de la sociedad nacional venezolana respecto de la problemática de su división emerge clara y diáfana en buena parte de ella. Ello supone que esta problemática  debe ser atendida a través de mecanismos que conlleven sinceros y efectivos pasos para amalgamarnos de nuevo y tales pasos se deben dar en dos grandes dimensiones complementarias y, digamos, universales porque se ha de suponer deben abarcar y/o contemplar a la sociedad toda. La primera de estas dimensiones debe ser la sociedad misma, dividida políticamente entre unos y otros, es decir, chavistas y no chavistas, herencia terrible que deja el legado del fallecido presidente Hugo Chávez; segmentación que impacta todos los ámbitos de relaciones al considerar a ese “otro” como enemigo susceptible de ser barrido, borrado, eliminado, pulverizado y exterminado dado que su “confusión” entorpece los más grandes fines nacionales de la revolución. La segunda, nos conduce al interior precisamente de los componentes de los ámbitos políticos en pugna a saber: el chavismo y la oposición; unos y otros en su interior se estremecen en pos de imponer criterios y pareceres, se dividen y alejan sin medir las consecuencias tanto para ellos, como ideales mecanismos de intermediación entre la sociedad y el Estado, como para la sociedad misma que recibe los ramalazos de su visión maniqueísta y absurda.

Vemos como la base de la destrucción de la unidad social nacional es el elemento político, en uno de sus ámbitos mas peligrosos: el ideológico, el cual traduce en sí la imposición dogmática de pareceres y fines que unos tratan de imponer al resto, en el entendido que dichos fines nos traerán la felicidad eterna en un futuro dorado. ¡Ah! Pero mientras tanto ello supone una cantidad de sacrificios que, como es de suponer, erosiona paulatinamente las filas de los partidarios de la ideología. Ese otro, contrario desde el principio o tránsfuga a posteriori, es el enemigo a exterminar, por lo que es menester identificarlo, perseguirlo, acosarlo, exponerlo al odio publico de la masa que clama su castigo, su ejemplar y fanático castigo. Unos y otros piden las cabezas de sus contrarios, sus almas, sus bienes, sus familias que deben ser inmoladas en los altares de la revolución en peligro.

Pero, una parte de la sociedad, pide sosiego, calma un poco de sindéresis articulada sobre nosotros mismos. Es consciente de la problemática de que no podemos continuar partiéndonos, suicidándonos pluralmente y destruyendo posibilidades, algunas ya irremisiblemente perdidas para siempre. De allí precisamente es que emerge la paradoja, el cáncer social que nos destruye: solo una parte de la sociedad es consciente de su agonía, la otra, no importe su visión ideológica-política, aprende sobre la marcha a ejercer su condición de masa, su carácter de utilitario individuo diluido en la multitud, su entrega plural identificado con un río que clama y clama, aplaude y aplaude y asume la certeza de que el futuro es algo así como una posibilidad inmediata de satisfacer necesidades puntuales y cheques post datados firmados por la esperanza. ¡Los fanatismos! Cuantos males han dejado y dejan en la historia.

Si se considera el elemento político propiamente dicho, se aprecia como unos han podido entender que el acuerdo mínimo es motor de construcción de posibilidades en el corto plazo; que parte de la sociedad (dentro de la paradoja) entiende y reclama un rol mas responsable de actores políticos porque ya la política no es un ámbito que se puede estructurar en conciliábulos divorciados de la realidad, la historia y las demandas de la sociedad.

Al parecer unos entienden menos que otros. Unos suponen que el mandato no viene de la sociedad misma sino del poder de las posibilidades alejadas de las expectativas de individuos y grupos de interés; otros maldicen el que unos pretendan el poder que ellos ejercen y los exponen como elementos perniciosos que persiguen plantear ideas nuevas: pecadores políticos que no deben regresar ¿regresar? ¿han estado? Dentro de las facciones se desoyen los pedidos, la sociedad no es convocable para exponer fines, para reclamar que la unidad es vía de recuperación y amalgama social, se regresa a la causa de la pérdida del favor y la confianza del pueblo, se cabalga una y otra vez dando razones a la antipolítica del pensante, se hace política al revés porque se ignora a los otros: nos dicen que no sabemos, que estamos confundidos; nuevamente la soberbia de los que pretenden saberlo todo.

Las paradojas emergen infinitas, una tras otra. De lado y lado. Mientras el país, la sociedad, la nación y la patria se derrumban en un macabro domino que lo alcanza todo. Todo…

¿La esperanza? Una juventud que ha venido viendo, oyendo, sintiendo. Una juventud que tiene conciencia clara de lo que no se debe hacer en política, que representan unos tiempos en que unos no son otros y que esto es un terrible flagelo que debe desaparecer; que la política no debe ser oferta fanática para invidentes, que la gestión publica no es posible pintarla de verde o de colores discriminantes en donde el ciudadano no tiene cedula de identidad sino franelas de variados colores que ponerse dependiendo de la oportunidad.

Solo pedimos que llegue pronto el tiempo de los relevos y que llegue la nueva política de los que emergen como ciudadanos-políticos, no como salvadores mesiánicos para nuestras carencias y necesidades de espaldas a la historia.