“Noche de Ronda 
qué triste pasa 
qué triste cruza 
por mi balcón. 
Noche de ronda 
cómo me hiere 
cómo lastima 
mi corazón”.

Bolero del mexicano Agustín Lara, estrenado en 1935.

 

Alejandro Oropeza G.

 

La oscuridad ataca, simula la certeza de la tranquilidad, no importa el infortunio que traiga acurrucado entre sus brazos. Oculta en la marisma del sueño prepara su artero asalto entre los lienzos corroídos de catres que cumplen apenas con sus funciones. Es crepuscular el vacío que delata la sombra solapada, el puesto roto que no va a parte alguna, el siseo inocente de una respiración que se agota a cada paso. Los calabozos resuman siempre los recuerdos de otros, escurriéndose por las paredes, a veces, con nombres también manchados, celosos del que nunca se queda definitivamente, venciendo al tiempo o entregándolo en cada acento no puesto, en cada símbolo errado. Es de noche, a veces, se cuela un hilo de viento entre los barrotes negros que no contienen la memoria (no pueden) y llegan y refrescan la cabeza recostada, es un alivio de cruces en el piso, de cementerios de otros que aguardan el contenido de lo que se detiene entre cuatro planos limpios ¿Seis?, es un decir, y temen el recuerdo, el pensamiento.

En otros lados, la noche se hace más oscura, dicen que justo antes del amanecer, así se porta. Más desesperanzada y menos dispuesta, casi sin puentes, con muchos túneles tenebrosos y con escasos ruidos ¿Tendrán café? No importa ¿Serán diez? ¿Quizás quince? ¿Cien? Se cubren con la noche misma tejida sobre su rostro al pasar montañas de sí mismos entumecidos por la misión patria que se aproxima. La orden. La obediencia ¿Alguna duda? El asalto, la victoria posible, la ocupación, la bandera, el futuro, la expectativa… ¿Nerviosos? No ¿Por qué habrían nervios? se actúa sobre seguro, no existe posibilidad de respuesta en esta noche, es el alegato de la sorpresa, la violencia administrada contra nidos de pichones mal heridos después de una tormenta tropical, hasta inocentes; el resto, ¿para qué contarlo? La Victoria es victoria y no importa su tamaño o el lugar donde la hagamos acaecer, así sea de “mierda”. Pero, se tapan los espejos, no lo de las paredes, no existen en la prevención, los de los ojos de los demás, esa confesión queda enterrada en una marisma que nunca tocaremos, en una gota que jamás termina de caer por voluntad propia. Son los guardianes de la noche, del incesto propio con la evocación propia jamás reconciliada, son el triunfo obnubilante de lo que ya queda atrás sin haber sucedido, de la vuelta de la mirada por ¿vergüenza? Son la fuerza de los destinos que no tienen más allá de siete metros cuadrados en donde se ejecutar la victoria segura. Ahí, en el centro del mundo, en la noche oscura con sus puentes rotos y sus túneles milenarios a medio hacer sin luces al final, por los momentos.

Se alzan, se levantan, comienza el paso de las cordilleras colocadas sobre pasillos en circunloquios repetidos que ¿Nunca acabarán? O mejor ¿Cómo empezaron? La misión definitiva, el peligro presente más allá del silencio, el silencio… la noche en una  Caracas detenida en mazmorras postmodernas, la fase de la luna perdida en los tuétanos de todos, de quienes duermen y de quienes vigilian ¿Qué importa la luna? Solo la noche ¿La luna dónde cabe, dónde entra? ¡Ilumina! Y solo se requiere oscuridad.

En plenilunio, el asalto, diez en fila, veinte al fondo, sobre los pasillos lustrados, limpios, la luz cobarde… el grito, la sorpresa. El segundo acto, las botas muy pulidas, los cascos también ¿La noche en la cara? Primero que todo, la estela. ¿Lo demás? Mejor quince en fila, no importa, es más seguro para marchar a paso de vencedores sobre los puentes que están más allá de UNA puerta blindada de luces. Los pensamientos mienten pero tampoco importa ¿Las armas bien pulcras? Como todo en la Patria, como las que están fuera cumpliendo sus funciones, bueno… otras funciones. Acto tercero, regreso al asalto, la orden precisa, jamás inacabada, se derrumban los túneles cercanos y se apagan definitivamente las lunes singulares de una nuche frustrada sin rondas ni rondines ¿Se entiende? Tampoco importa. El asalto, con la estela de ojos tejidos en el rostro, ya no importa cuántos, pero son cien. Los gritos, alaridos guturales de duendes nerviosos sacuden el cemento viejo, el afán ¡La batalla!

Un ojo se abre, luego el otro… no hay sonrisas, no hay tiempos para que un brazo y una mano apretada elevándose al aire cumplan su función. Acto final, inicia la vigilia, se fractura la noche, sin embargo, ella contempla como quiebran sus cometidos. Vuelan casi como pájaros sin alas colchonetas y sábanas blancas, palomas perdidas, rezagos olvidados ¡Sorpresa!

¡VICTORIA!

La victoria es total, cumplida la misión, asestado el mazazo demoledor en medio de la noche. El hombre, se piensa, es cada vez menos hombre en cada asalto victorioso, el problema es que por esos barrotes por los que entran los hilos de viento también salen hilos de valentía y esperanza.

¿Fue victoriosa la requisa esta madrugada?

¿Lo será?