HGL

 

Nos reúne hoy la Asamblea anual del Observatorio Hannah Arendt. Éste no es una reunión normal. No sólo porque sería injusto tildar a estos encuentros como “normales”, en el sentido de representar hechos rutinarios que no trascienden, que sólo se limitan a cumplir con ciertos requisitos formales de nuestros estatutos. Para una organización como la nuestra, que ha mostrado año a año su vitalidad en proyectos de gran pertinencia para con la situación del país, la Asamblea nunca es una simple rutina. Sirve, sí, para hacer un necesario balance de lo actuado, rendir cuentas y proponer acciones para el ejercicio en curso, pero ello se hace con base en una misión y un legado que hace que no sean meros ejercicios administrativos.

Esta asamblea es particular en dos aspectos. Conmemora los diez años de existencia del Observatorio Hannah Arendt. Y es la primera en la que ya no está con nosotros nuestro Presidente Fundador, Heinz Rudolf Sonntag. Hace más de diez años -si mal no recuerdo a finales de diciembre de 2005-, Heinz convocó a un grupo de profesores universitarios, algunos de los que estamos aquí presentes, para presentar una protesta pública por una arremetida anti semita del entonces Presidente de la República, Hugo Chávez, en su alocución de navidad, en la cual acusó a los judíos de haber “crucificado a Cristo”. Nuestra protesta salió publicada en periódicos de circulación nacional a principios de enero de 2006, bajo el título: “Contra las alusiones antisemitas en el discurso oficial venezolano”, firmado por numerosos intelectuales y escritores venezolanos y de otros países. Los reunidos entonces coincidíamos en que aquella acusación de Chávez no era un simple desliz, precipitado por su empeño en alinearse con la causa palestina y arremeter contra el estado de Israel. Formaba parte de una vocación totalitaria que empezaba a perfilarse de manera cada vez más nítida por parte de del autoproclamado “gobierno bolivariano”. La necesidad de continuar atentos a tal desarrollo y estar prestos a denunciar prédicas fascistas y lo que ello podía significar para las libertades civiles, nos convocó a sucesivas reuniones, también bajo instancias de Heinz, que terminaron con la constitución de un “Observatorio anti-totalitario”. Varias semanas después, quedó oficialmente bautizado como Observatorio Hannah Arendt.

Pero no se trata de echar una vez más el relato, sino de evocar con ello uno de los rasgos más preciados de nuestro querido profesor Sonntag, cuál fue su indoblegable espíritu por reclamar que se respetaran los derechos humanos, las libertades democráticas y que la dignidad de la persona estuviese siempre en el centro de las preocupaciones por la justicia. Heinz fue un destacado intelectual, con una obra fecunda, reconocida nacional e internacionalmente y habrán seguramente quienes sepan ilustrar mejor estos méritos que quien les habla. Pero para quienes tuvimos la dicha de ser sus amigos y compartir sus preocupaciones en el Observatorio, fue sobre todo un profundo humanista y es esta veta de su personalidad la que impregnó los comienzos de esta organización. Por supuesto en ello se deslizó su compromiso político, en el mejor sentido de la palabra y más allá de las lealtades partidistas, en pro de un mundo mejor, fundamentado en el reconocimiento pleno de los derechos humanos y en el fortalecimiento de la sociedad civil como protagonista y garante de los cambios a favor del bienestar material y cultural del venezolano. Y estos compromisos lo asumía Heinz con un candor y una autenticidad que fueron marca indeleble de su ser. Porque el humanismo de Heinz, si me perdonan la redundancia, era muy humano, muy revelador de su don de gente, de su nobleza como persona. No es el momento de hacerle una semblanza, pero sin duda uno de los aspectos que más nos cautivó como amigos y discípulos fue esa autenticidad, transparente y sin segundas intenciones, que lo llevaba a pronunciarse y luchar por lo que creía justo.

Y, no en balde, estas inquietudes se plasmaron en una organización que tiene como epónima a la filósofa judío alemana, Hannah Arendt. Me permito citar a nuestro principal “arendtólogo”, el profesor Carlos Kohn, para retratar cómo, en esos primeros años, sintonizábamos –diría que espontáneamente- con la visión de esta insigne intelectual. En una conferencia de 2006 titulada “El pensamiento político de Hannah Arendt: Categorías Fundamentales”, Carlos resumía esta visión de la siguiente forma:

“…(M)ientras el totalitarismo implica el miedo de los ciudadanos a participar en la esfera pública (y como resultado, el conformismo y la pérdida de esperanza), la libertad significa el compromiso hacia una forma pública de vida que implica que un ciudadano que se preocupa por el mundo, se complace en debatir y en actuar conjuntamente con sus iguales, antepone el bien comunitario al suyo propio, considera que se ha violado su dignidad cuando las decisiones que le afectan se toman sin su participación, y se arma de valentía para actuar cuando es necesario”. Completaba más adelante, Carlos: “ (E)s a través de esta acción libre del hombre que se socava un régimen totalitario e ‘irrumpe un nuevo espacio público’ para el ejercicio democrático del poder”.

La defensa de esta postura, la de que -según Hannah Arendt-, “la verdadera política es siempre acción libre” (cito de nuevo a Kohn), fue asimilada como leit motiv del Observatorio. En el curso de los años siguientes, se realizaron numerosos foros y eventos, y se montó nuestra página web con opiniones e información variada, para dar a conocer este pensamiento Arendtiano y hacer de él un pivote de la defensa de las libertades democráticas. Y no podía ser de otra manera, ante la arremetida creciente que se proyectaba desde el poder para someter a la población a los designios autocráticos de quien alardeaba “ser el pueblo”. ¿Para qué promover espacios en los que puedan profundizarse las libertades necesarias para avanzar los intereses de la gente, si quién ejerce la presidencia ES el pueblo? El espacio público para el ejercicio democrático fue siendo socavado por el desmantelamiento de las instituciones del Estado de Derecho y, con ello, el acoso a las organizaciones autónomas de representación social, para ser reemplazadas por entes partidizadas que se encargaban de transmitir la voluntad única y omnímoda del “comandante”. Porque, como argumentaba Hannah Arendt, la vocación totalitaria irremediablemente sustrae protagonismo a los individuos en la defensa de sus intereses comunes para convertirlos en masa informe cuya identidad e intereses emana de los dictámenes del líder supremo.

Cabe recordar que en Venezuela la manera como se implantó la democracia, más como compromiso ideológico que como emanación de las luchas de la sociedad civil, y su consolidación bajo tutelaje estatal, generó un ambiente poco propicio al desarrollo de la polis destacada por Hannah Arendt. La prodigiosa renta petrolera que captaba el Estado nutrió una relación paternalista entre gobernantes y gobernados, que degeneró en prácticas populistas y clientelares que negaban la esencia de su pensamiento. No obstante, diversas instancias de la sociedad civil, amparadas por el entramado legal de derechos y libertades que se habían entronizado en Venezuela luego de la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez, se organizaban en sindicatos y gremios, pero también en asociaciones culturales y de otra naturaleza, para reclamarle al Estado atención a sus planteamientos particulares.

Pero las promesas de bienestar creciente que habían alimentado el apoyo social y político a la democracia representativa no pudieron sostenerse una vez dejaron de crecer los ingresos petroleros. La prédica redentora de Chávez supo engarzarse con la frustración y el resentimiento de mucha gente y, junto a sus acólitos, buscó erigirse en el “auténtico” y único representante verdadero del pueblo. Éste se suplantaba por una ficción de pueblo esgrimida en consignas y discursos, ficción que barrió con toda posibilidad de alimentar espacios autónomos para la libre determinación política por parte de gente concreta.

Bajo el lema cínico y engañoso de la “democracia participativa y protagónica”, la participación ciudadana devino en movilización para la confrontación, para la imposición de un pensamiento único que, por antonomasia, era “la voz del pueblo”. Invocando la gesta emancipadora, transformada en gloriosa épica popular en el discurso bolivariano, Chávez exaltó las pasiones en torno a una concepción maniquea de la política según la cual el pueblo noble, creatura de El Libertador, era asediado por unos enemigos –la oligarquía y luego el imperio-, empeñados en sabotear el proceso revolucionario con el cual asumía su glorioso destino. Todo intento por parte de grupos sociales diversos de labrarse su propia representación debía ser condenado por sobreponer intereses subalternos, de parcialidades, al grandioso futuro colectivo que sólo el comandante podía resumir. La centralización del poder en manos de la Presidencia de la República y, con ella, la conducción de los asuntos políticos, económicos y sociales, liquidó a la sociedad civil. Al subordinar los poderes legislativo y judicial a la voluntad de Chávez, acosar a la economía privada y arremeter contra toda crítica por parte de medios independientes, se entronizaba la vocación totalitaria que tanto había denunciado Hannah Arendt.

Y la fortuna le prodigó a Chávez ingresos jamás vistos, con precios del petróleo superiores a los cien dólares por barril. A realazo limpio, mediante dispendiosos programas de reparto, la “revolución” parecía cumplir con sus promesas de una mejor vida para los pobres. Desde luego, ello fue a costa de restringir las libertades públicas, destruir las capacidades económicas propias, hacernos cada vez más dependientes del suministro externo y chuparle las entrañas a PdVSA hasta dejarla exangüe, incapacitada para sostener la vorágine de gastos del “socialismo petrolero”. Al calor del usufructo discrecional y personalista de la renta del crudo, de la confiscación arbitraria de propiedades productivas, de los controles y regulaciones, y de la contratación a dedo de obras y de compras, se fue afianzando un régimen de expoliación que depredaba la riqueza social. En nombre de un “socialismo del siglo XXI” fueron privatizados los bienes públicos para privilegio de una mafia atrincherada entre los intersticios del poder, conformando un Estado Patrimonialista como no se veía desde la época de Gómez. Y los excluidos de tal juego “suma-cero” eran cada vez más.

Al morir Chávez se desplomó la magia que mantenía pegada este adefesio “revolucionario”. Todavía quedaban dos años de precios altos del crudo en el mercado internacional, pero ya el populismo irresponsable pasaba factura y auguraba su inviabilidad futura. El heredero designado, desprovisto de los dotes histriónicos y de la capacidad de maniobra de su mentor, al verse restringida su capacidad de acción, no encontró otra respuesta que no fuese extremar las medidas de control y de represión. 2014 dejó un saldo trágico de 43 muertes a manos de fuerzas represivas militares y de “colectivos” fascistas que disparaban contra manifestantes inermes que protestaban por sus derechos. Numerosos fueron los heridos y centenares los detenidos, entre ellos Leopoldo López y Antonio Ledezma, acusados de instigar estas protestas. Lo que se entendía como natural en cualquier democracia era criminalizado por un régimen que había hecho de la violación de los derechos humanos su signo distintivo.

Pero la tragedia no se resume sólo en el asesinato y prisión de manifestantes para cercenar las libertades más preciadas. También en la criminal negativa a atender la terrible situación de desabastecimiento, empobrecimiento acelerado, falta de medicamentos y hambre que padece la población que una vez puso sus esperanzas en los cantos de sirena “bolivarianos”. El desplome de los precios del crudo en los mercados mundiales acentuó la crisis ocasionada por la destrucción del aparato productivo interno, la dependencia de las importaciones y la inflación desatada por un gasto dispendioso alimentado por la impresión de dinero por parte del Banco Central. En clara manifestación de repudio a esta gestión empobrecedora, insensible y cruel, el pueblo venezolano le propinó una derrota histórica al chavismo en las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015, que dio una mayoría calificada de dos tercios a las fuerzas democráticas.

Desnudado el régimen en su verdadera naturaleza, sin fortunas que despilfarrar entre sus seguidores y sin la capacidad taumaturga del embaucador mayor, al presidente Maduro y los suyos no se le ocurrió otra cosa que violar abiertamente el ordenamiento constitucional, negándole al Poder Legislativo Nacional sus atribuciones, con la vergonzosa aquiescencia de un tribunal supremo írrito, presurosamente armado por la mayoría legislativa anterior para amparar los desmanes del equipo gubernamental. Fueron invalidados cuatro diputados del Estado Amazonas proclamados por el CNE, desconocidas la Ley de Amnistía y Reconciliación, la que otorgaba títulos de propiedad a los asignatarios de la Gran Misión Vivienda y otras, anulada la reforma a la Ley del Banco Central que prohibía, conforme al artículo 320 de la Constitución, financiar los déficits fiscales, así como el voto desaprobatorio del Decreto de Emergencia Económica, y prohibida la comparecencia de funcionarios públicos a rendir cuentas a petición de la representación popular del Órgano Legislativo.  De manera insólita, tamaño atropello a la voluntad que los electores habían expresado apenas unos meses antes, se hacían ¡a nombre del pueblo!

Lo último en esta huida desenfrenada hacia adelante por no poder ni querer enfrentar los terribles padecimientos causados a los venezolanos, ha sido el Decreto de Estado de Excepción y Emergencia Económica del 13 de mayo de este año, cuyos considerandos califican a las fuerzas opositoras de desestabilizadoras, de librar una “guerra económica” contra el país, de desconocer a los demás poderes públicos y al orden jurídico existente. Es decir, ubica claramente a las fuerzas democráticas de enemigas y de constituir un peligro tal para la patria que amerita un Estado de Excepción. Y entre las atribuciones que le otorga este decreto a Maduro están el endeudamiento y gasto discrecional sin necesidad de ser autorizados por los otros poderes –léase la Asamblea Nacional-; la impunidad de altos funcionarios cuando su sanción pueda obstaculizar la implementación de las medidas de emergencia; mayores controles sobre la producción y comercialización de bienes y servicios  privados; contrataciones a dedo; planes especiales de seguridad pública –represión- ante “acciones desestabilizadoras, es decir, la protesta ciudadana; y una fiscalización más estrecha de ONGs, sobre todo las que reciben financiamiento internacional. Cabe señalar, en particular, la creación de Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAPs) para distribuir directamente bolsas de alimentos a los hogares y para que, junto a las fuerzas represivas, mantengan el orden público. Es decir, se crea un mecanismo de control social, extorsionador, que, a través de una odiosa manifestación de discriminación política, trueca alimentos por sumisión, por permanecer inermes y callados ante tanta ignominia, so pena de verse privados de ellos. En fin, si todavía cabían dudas acerca de la naturaleza fascista del régimen, las medidas tomadas en los últimos meses por Maduro las disiparon contundentemente.

Pero como dijo Talleyrand a Napoleón, “las bayonetas sirvan para todo menos para sentarse en ellas”. Confiar exclusivamente en las fuerzas represivas para permanecer en el poder, abortando los procedimientos democráticos previstos en la constitución para dirimir pacíficamente los conflictos políticos, tiene los días contados, ya que desata la reprobación de una mayoría que inexorablemente socavará el poder autocrático. Tiene, sí, enormes costos, sobre todo para la población que se le impide manifestar su voluntad. Y volvemos entonces, por fuerza, a Hannah Arendt. “(E)s a través de la acción libre del hombre que se socava un régimen totalitario.” Está en la construcción de ciudadanía –la acción de hombres libres ejerciendo sus derechos y cumpliendo con sus deberes para contribuir con la preservación de esos derechos- que pueda contenerse y derrotarse definitivamente el totalitarismo.

Y en esto es menester señalar que el Observatorio ha estado a la altura del reto planteado por su figura epónima. Con modestos esfuerzos ha venido contribuyendo desde hace años con esta labor. Gracias a la visión y empuje de quien para entonces era nuestro director de proyectos, Alejandro Oropeza, hoy director del Observatorio, así como del equipo que reunió, se fueron instrumentando, con cobertura cada vez mayor en distintos estados del país, seminarios de construcción de ciudadanía para la paz y otros talleres de formación de protagonismo en la defensa de los derechos humanos y civiles, a veces en alianza con otras ONGs. Junto a los coloquios sobre totalitarismo y cultura, se ha llevado el pensamiento de Hannah Arendt más allá de los círculos académicos para convertirlo en instrumento de activación ciudadana. Este esfuerzo tesonero, año tras año, realizado con dedicación y calidad, ha logrado incorporar y organizar a muchas voluntades en actividades de participación y ha recibido un justo reconocimiento al Observatorio en numerosos foros, incluso más allá de nuestras fronteras.

Acabamos de escuchar el informe de los proyectos realizados y en curso en la prosecución de estas labores durante el año de gestión que culmina con esta Asamblea. El Proyecto de Ciudadanía Sindical II 2015 – 2016, realizado en cinco estados del país, continuación de un proyecto precedente con el mismo nombre, se propuso explorar los mecanismos –las estrategias- que debe desarrollar el movimiento sindical y otros actores clave para afrontar y superar las restricciones de los derechos fundamentales sindicales sufridos durante estos últimos 17 años. El Proyecto de Estrategia Política Electoral Integral EPI 2015 – 2016, que realizó 25 talleres en igual número de poblaciones a lo largo del país a finales del año pasado buscó motivar la participación ciudadana en las elecciones de diciembre de 2015 que, sin duda, coadyuvó en la importante victoria de las fuerzas democráticas. Y, finalmente, el Proyecto de Gobernabilidad Parlamentaria 2016, actualmente en ejecución, que procura contribuir al empoderamiento del ciudadano dándole a conocer las posibilidades que están en juego con una Asamblea Nacional en manos de fuerzas democráticas, y de una mayor interacción entre electores y representantes elegidos.

Hoy conmemoramos diez años de fructífera labor, que sintetizan aspectos centrales del pensamiento de Hannah Arendt. Como gusta recordarnos Alejandro, son pocas las ONGs que logran perdurar tanto tiempo. Podría decirse, empero, que la pendiente por la cual se ha venido deslizando el país hacía imperativa la existencia del Observatorio. Y a él y al equipo que lo acompaña debemos que esta permanencia haya sido activa. Esta síntesis, que recoge la sensibilidad y la vocación para la denuncia de injusticias que nos legó Heinz, con el trabajo tesonero que lo complementa, de organización y promoción de espacios para la participación y construcción de ciudadanía, resume la presencia de la polis, tan cara al ideario de Arendt.

Hoy el país enfrenta situaciones muy duras y difíciles. Un régimen despótico que ampara a una nueva oligarquía voraz que depreda el país gracias a la destrucción de las instituciones del Estado de Derecho, se niega a someterse a los procedimientos de revocación de su mandato, previstos en la Constitución. Como ha sido así durante nuestra década de existencia, plantea retos formidables a las fuerzas democráticas y a las ONGs que, como nuestro Observatorio, tienen como misión velar por los derechos civiles y la participación ciudadana. Y estos desafíos no habrán de desaparecer con el relevo político deseado: la construcción de ciudadana durante las transición será pivote central en el asentamiento de una República civilista, donde el cultivo de la participación y de los derechos, así como el cumplimiento de los deberes, aseguren niveles crecientes de bienestar y justicia social.

Quizás valdría cerrar estas palabras con la observación de que esa valiosa síntesis del pensamiento Arendtiano a la que hemos aludido como sino del Observatorio a lo largo de esta década, no ha sido del todo simétrica en el tiempo. Recordando a nuestro Director Fundador, Heinz Rudolf Sonntag, y a esos primeros tiempos cuando la denuncia y la discusión acotaban nuestro actuar, me pregunto si estos tiempos, cuando los zarpazos de un fascismo acorralado y virulento intenta preservar el usufructo privilegiado del poder y de la riqueza, no nos están demandando también acentuar nuestra voz de denuncia y de alerta ante la infamia totalitaria.

Gracias.