maria-elena-ramos_web Publicado en marzo de 2007
María Elena Ramos
1- Desavenencias connaturales entre cultura y autoritarismo.

Primera desavenencia

-La cultura requiere la armonía. Tomemos una buena obra de arte. Vemos que su complejidad y su maravilla radican en buena parte en la coexistencia de los contrarios. En pintura o escultura vemos la tensión que crean los opuestos: luz y sombra, lo plano y lo profundo, la quietud y el movimiento. En la novela o la pieza teatral crecen las diferencias, el bien y el mal protagonizan, el amor y el odio tejen la trama. No existiría el espacio dramático si no estuvieran allí, y radicalizados, los opuestos. Y en la sinfonía musical los acordes consonantes conviven con los disonantes.

Pero es en el encuentro armónico de todas las diferencias donde tiene lugar la obra verdadera. Ella existe en rica tensión entre confrontación y síntesis. Y a la vez que se muestra la particularidad de los componentes -las figuras, las formas, los sonidos-, ya en la obra lograda se da el acuerdo integral del conjunto.

La cultura artística tiene así, como nutriente cotidiano, esta costumbre de poner lo distinto a mirarse junto, a sonar junto. Pero, más amplio aún, este hábito interno de los lenguajes del arte es llevado a un territorio mayor, pues una cultura que esté sana y activa asume -a conciencia o no- un carácter mediador esencial con la sociedad.

La cultura entonces, con su costumbre de trajinar la variedad y la diferencia, tiende puentes entre lo artístico, lo estético, lo ético, puentes comunicantes y liberadores de las mejores cualidades de lo humano la sensibilidad ante la naturaleza y el mundo; la libertad de pensar y de elegir; la apertura de la conciencia, entre ellas-.

No sucede lo mismo con el poder autoritario. Si la cultura artística se alimenta del logrado acuerdo entre lo diferente, por su parte el poder autoritario actúa coercitivamente, no se aviene bien con las imprevisibles porosidades del arte, con sus intangibles, sus complejidades y sutilezas. A su natural diversidad la interpreta como caos, y así necesita normar, centralizar. Ese tipo de poder se opone tradicionalmente a jerarquías que son naturales y legítimas (la del excelente pintor, la del talentoso novelista, la de la creación necesitada de verdadera libertad tanto para ser producida como para ser divulgada). Se excluye a excelentes artistas por desacuerdos políticos, mientras se incluye los que no lo son, por sus adhesiones. Se impone la razón política sobre la cualidad estética.

No sólo el artista resulta incómodo, también el trabajador intelectual, de manera más directa. Y más un escritor que un músico dedicado a su melodía, por ejemplo. La intención es en todo caso amenazar el pensamiento libre, la autonomía interior y de conciencia. Y la exclusión es apenas un primer paso.