represion

Publicado en julio de 2007
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Publicado en Papel Literario

«Dictadura. Forma de autoridad absoluta y sin término temporal alguno sobre un Estado, ejercida por una sola persona o un grupo de poder (resultado de la correspondiente estructura sociopolítica). La dictadura, entendida en sentido escueto, carece absolutamente de legitimidad o legalidad constitucional y se apoya (sobre todo en los países agrarios y en vías de desarrollo) en los órganos coercitivos del Estado puestos bajo el mandato de un déspota o de una junta militar. La dictadura ‘cesarista’ se legitima por la aclamación plesbicitaria de un pueblo que, mediante manipulación y agitación, es conducido a un tipo de asentimiento ignorante e indiferenciado, básicamente emocional. Los restantes órganos políticos estatales, que también pueden existir en una dictadura (parlamento, partidos, órganos de gobierno, altos tribunales, etc.) no tienen ninguna capacidad de decisión o de control sobre los procesos políticos y sirven sólo como manifestación necesaria ‘hacia adentro’ o ‘hacia fuera’ de aparente legalidad constitucional».

Diccionario Enciclopédico de Sociología.
Kart-Heinz Hillmann
Editorial Herder
España, 2005

«Durante la dictadura nazi las instituciones mostraron de qué son capaces. Llevaron a cabo lo que Gehlen esperaba de ellas, a saber: exonerar al individuo de reflexiones morales y transformar el delito en un proceso de trabajo que, en definitiva, puede realizarse como una costumbre».

El mal o el drama de la libertad.
Rüdiger Safranski
Tusquets Editores
España, 2000

«El contenido de la actividad del dictador consiste en lograr un determinado éxito, ‘algo que poner en obra’: el enemigo debe ser vencido, el adversario político debe ser aplastado».

«En la dictadura domina exclusivamente el fin, liberado de todos los entorpecimientos del derecho y solamente determinado por la necesidad de dar lugar a una situación concreta».

«El dictador puede hacer todo lo que exija la situación de las cosas. Lo que aquí importa no son ya consideraciones jurídicas, sino solamente el medio apropiado para lograr un éxito concreto en un caso concreto».

La dictadura. Desde los comienzos del pensamiento moderno de la soberanía hasta la lucha de clases proletaria.

Carl Schmitt
Alianza Editorial
España, 2003

«El totalitarismo es un régimen que niega al individuo como valor (…) Lo que llamo la despersonalización está inscrita en el mismo programa de los totalitarios. Ya hemos hablado de la fragmentación impuesta por el sistema: la que se inflinge a los individuos para eliminar toda protesta, la que éstos practican para preservar un rincón de su existencia. El abuso del poder fue lo que más me afectó cuando vivía en un país totalitario. Mi experiencia del totalitarismo no está ligada, ya lo he dicho, a sus momentos de paroxismo. No estuve en las ciudades ucranianas cuando toda la población se moría de hambre, cuando los padres terminaron por comerse a sus propios hijos. No estuve en Auschwitz en 1944, cuando trenes enteros llevaban a los judíos húngaros para que los mataran. En la Bulgaria de los años cincuenta y sesenta que conocí personalmente, lo que dominaba era ese reino de la voluntad de poder, del abuso del poder. Todos los objetivos orgullosamente proclamados se habían convertido en simples camuflajes hipócritas. Los dueños del poder hablaban de paz, de igualdad, de libertad, de justicia, y a nuestro alrededor veíamos que sucedía todo lo contrario. Era entonces también el reino de la mentira generalizada. Lo que se encontraba detrás de esas grandes palabras huecas era la pasión por el poder, el egoísmo cínico, el `me lleno los bolsillos obligándolos a fingir que lo hago por su bien’. Es todo lo que queda en el país totalitario una vez que se ha renunciado a la utopía. Y el mal político produce el mal moral, esos seres abúlicos y preocupados exclusivamente por sí mismos».

Deberes y delicias. Una vida entre fronteras
Tzvetan Todorov
Fondo Cultura Económica
México, 2002

«El tercer hecho que, en la experiencia que he tenido de la Unión Soviética, me parece decisivo: el terror de la masa, fenómeno sociológico completamente extraordinario, y que difícilmente pueda concebirlo quien no lo haya experimentado a través del conocimiento de la sociedad soviética. Terror de la masa, eso quiere decir que las masas son a la vez sujeto, el sujeto y el objeto de ese terror; terror de masas porque, independientemente de los golpes sombríos en el partido, desde que se ingresa en la realidad soviética, no se encuentra a nadie que no haya tenido entre los suyos a un deportado – poblaciones enteras lo han sido y, junto a campesinos ‘degoulagizados’ (¿pero quién no era un goulag?), obreros que, por la simple aplicación del código de trabajo, eran víctimas de la misma represión por agravios mínimos. Pero las masas, diría yo, han sido siempre el sujeto de ese terror porque estaba simultáneamente acompañada de pasividad y de una suerte de participación; los discursos oficiales daban a entender que el enemigo estaba en todas partes, que era preciso, pues, defenderse de los procedimientos de la ‘democracia de masas’, es decir, notoriamente, a través de la denuncia, así las masas podrían colaborar con el terror que estaba suspendido sobre sus cabezas».

Entre mito y política
Jean-Pierre Vernant
Fondo Cultura Económica
España, 2002

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