Publicado en octubre de 2009
Ruben Amon

Con su fama de ‘enfant terrible’ intacta, es el filosofo mas influyente de Francia. La izquierda le admira tanto como le teme, y todos reconocen en él un pensador lucido y de una claridad fuera de lo común. En España se publica ahora su ya celebre obra ‘american vertigo’.

CARGO: Filósofo, periodista, cineasta, ensayista… / EDAD: 59 años / FORMACION: Licenciado en Filosofía en la Escuela Normal Superior; Althusser y Derrida fueron sus profesores / AFICIONES: El esquí y el cine / CREDO: Democracia y tolerancia / SUEÑO: El ateísmo político.

Son las nueve de la mañana en un hotel posmoderno de París. Bernard-Henri Lévy (Beni-Saf, Argelia, 1948) se hace esperar. Y se hace notar aristocráticamente cuando aparece en el vestíbulo con los ademanes de un Warren Beatty hierático. El traje que viste de pana fina y oscura está concebido milimétricamente a la medida. Sobresale, como el uniforme de un juez, el cuello de la camisa blanca -siempre blanca- y llama la atención la viril desabotonadura del pecho. Las gafas de sol, oscurísimas, le cubren los ojos igual que una máscara. No lo suficiente como para notarse que acaba de concederse un probable descanso en una estación de esquí. Podría tratarse de un magnate, pero BHL es el filósofo más influyente de Francia.

También el más cosmopolita, el más polémico y el más activo. De hecho, acaba de amortajar a la izquierda en las 400 páginas de su último libro (Ce grand cadáver à la renverse) y es noticia en España porque ediciones Ariel publica ahora American Vertigo, diario de a bordo de un viaje cuyas barras y estrellas comprenden 10 meses de exilio voluntario y 25.000 kilómetros en coche (con chófer, faltaría más). Quería BHL emular a Tocqueville, contarnos con agilidad periodística, instinto sociológico y trasfondo filosófico la realidad de Estados Unidos 150 años después de que la visitara el polifacético vizconde francés y alumbrara su famosa obra La democracia en América. Ha conocido a Sharon Stone y a Norman Mailer. Ha comido con Hillary Clinton. Ha descubierto a la hija de un minero de Wisconsin y ha charlado hasta el alba con una prostituta de Nevada. BHL habla como un profesional de la comunicación. Es ameno, orgulloso. Maneja como un niño la Blackberry [la solución móvil de última generación]. Y tiene sentido del humor, para sorpresa de quienes aún le consideran un sieso, un insolente y un niño mimado de Sartre que sigue queriendo ser Peter Pan.

-¿Ha cambiado su percepción y su entusiasmo por Estados Unidos después de haberlos recorrido en este exhaustivo road book?
– He profundizado en su conocimiento. Un país es como una persona: cuanto más lo conoces, más ves sus defectos y aprecias sus virtudes. Ahora tengo razones más fuertes para amar Estados Unidos. Y motivos más fuertes también para criticarla. El viaje ha acentuado los dos aspectos de esta percepción. Amo el país por sus inmensas cualidades. Y aun conociendo mejor su parte oscura, turbia, conservo siempre una mirada amable. He salido con un amor más grande. Un amor lúcido, con los ojos abiertos. Que no regatea las zonas de sombra.

– Un país donde la luz siempre está encendida, escribe usted.
– Estados Unidos es un país que tiene miedo de la noche y de las sombras. Carece del sentido trágico. Es una nación que escapa a la visión judeocristiana del pecado. No, Estados
Unidos no cree en el pecado original. Ni en el mal, tal como creemos en la cultura judeocristiana. Los americanos tienen una relación técnica con el mal, en el sentido de que puede solucionar los problemas que les ocasiona.

– La excepción sería George Bush y el modo obsesivo de mencionarlo.
R.- Es una evidente contradicción, sí. Como también lo es el resurgimiento y la pujanza de las religiones evangelistas. Porque no es el islam la confesión que más se extiende. En EEUU están prodigándose una suerte de iglesias neoprotestantes que poco tienen que ver con las raíces cristianas. Es una religión distinta, nueva, según se mire. Es un cristianismo sin trascendencia. Sus adeptos notan la presencia de Dios en la almohada, en el sofá, yendo a la compra. Dios les habla al oído. La cuestión judeocristiana, en cambio, concierne a la ausencia y a la presencia de Dios. La palabra y el silencio. El cielo pleno y el cielo vacío. La esperanza y la desesperanza. Las iglesias evangélicas rinden culto a un Dios parlanchín, voluble. Que nunca se calla.

– Y que susurra al oído la maldición de Darwin.
R.- La negación de Darwin encarna la peor América de hoy. La más inquietante y la más oscura. Es la que yo defino como la sombra más espesa de América. La América creacionista es la América de la estafa. Y atención a lo que quiero decir: cuando una estafa se presenta como tal, no ocurre nada grave; pero cuando se presenta como una verdad asistimos a un peligrosísimo dogmatismo ideológico y religioso. Advertir de estos riesgos no significa dejarse cegar por el antiamericanismo insensato ni por ciertos estereotipos insostenibles.

– Usted dice, por ejemplo, que EEUU no es un país imperialista. También admite que el imperialismo es más bien involuntario o, a lo sumo, una tentación.
R.- Estados Unidos no es un país imperialista. Nunca se ha visto una instalación duradera fuera de sus fronteras. La voluntad de conquista jamás ha estado en el puesto de mando. Ni tampoco la pretensión de someter. Pongamos por ejemplo la Guerra de Irak. Yo me he opuesto a ella con todas mis fuerzas, pero no la considero una guerra imperialista, ni una intervención por el control del petróleo. En caso de que primaran esos intereses, habría sido mucho más fácil llegar a un acuerdo con Sadam Husein. Yo me he encontrado ante una nación donde prevalecen el latido y la vitalidad democráticos. Estados Unidos sigue siendo nuestra solución, nuestra referencia. Sigue siendo nuestra garantía, como hemos visto en Bosnia y en Kosovo. El problema ya no es si Estados Unidos quiere imponerse en la escena internacional, sino que podría tener la tentación de retirarse. Podría acabarse su confianza en el mundo, y decir:
«Arreglároslas vosotros. Ocuparos vosotros de Corea y de Irán. Detened a Ahmadinejad».
– Emanuelle Todd sostiene, en cambio, que EEUU siempre había sido la solución, pero que ahora, sobre todo a raíz de Irak, es el problema.
R.- No estoy de acuerdo. Estados Unidos, satánica, como dicen algunos, es el que pone de manifiesto el fruto de nuestros fallos, el precio de nuestras renuncias y de nuestros fracasos.
Estoy hablando de Europa. Estoy criticando la visión grotesca que equipara a EEUU con un vampiro. El país nació de la descolonización, no de la colonización. Surgió de un movimiento de liberación. Proviene de quienes escapaban de las tiranías europeas y de quienes se llevaban todo aquello que había que salvar del corazón del moribundo. La mejor Europa ha reflorecido en Estados Unidos. Por eso hay que confiar en ella. Y apreciar su grandeza.

– ¿Qué importancia le concede a las elecciones presidenciales de 2008?
– Muchísima. Estados Unidos sale de un periodo crítico porque George Bush ha sido un presidente nefasto. Uno de los peores de su Historia. Estos años ha crecido el antiamericanismo porque él lo ha alimentado. Es capital que se vaya Bush. Es vital que reaparezca una oleada democrática y que no se mire hacia otro lado cuando se habla de los protocolos de Kioto, de Guantánamo, de los tribunales penales internacionales…

– Usted ha conocido a uno de los candidatos demócratas, Barak Obama.
– Obama puede ser un día presidente. Lo tiene todo: el carisma, la competencia, la formación. Su condición de negro puede dar razones de orgullo a una parte de la población. Y, además, parece no querer apostar por el arma culpabilidad, sino por la estrategia de seducción. No quiere ser el reproche de EEUU, sino la promesa. Responde a una buena educación. Sólo hace falta saber si su momento es éste.

– O si es el de Hillary Clinton.
– Puede ser una buena presidenta. Aglutina una expresión absoluta de la venganza: Vengar y vengarse. Ocupar el despacho oval, hacerse con el espacio donde transcurrió aquel vodevil de la felación Lewinsky, cuyos pormenores han tenido abiertos los ojos y los oídos del planeta entero. Hillary puede vengar el honor de los Clinton haciendo una Presidencia sin mancha [BHL insiste en decir mancha]. Me imagino a las mujeres ultrajadas de EEUU sintiéndose vengadas por Hillary. Una mujer admirable, digna, erguida, bella. Tocqueville la hubiera llamado «casta». Y habría visto en esa castidad la prerrogativa del Estado social democrático. Los americanos políticamente correctos estarán formando filas detrás de una santa que se desposó con un golfo y que, aun así, hizo el regalo de limpiar el honor de la familia. Será interesante ver cómo se desenvuelve en la escena internacional.

– Empezando por Nicolas Sarkozy, que parece haber leído su libro como un vademecum. ¿Qué piensa del abrazo entre Francia y Estados Unidos?
– Es el lado bueno de Sarkozy. Soy muy hostil y muy crítico hacia él, pero la aproximación y la plena integración con Estados Unidos son fundamentales. Mi actitud es de atención y de vigilancia.

– Su último libro revela que le llamó por teléfono en enero de 2007. Quería reclutarlo.
– Fue, seguramente, una conversación estereotípica. Me diría lo mismo que le habrá declarado a todos las personas que ha reclutado: necesitamos gente como tú, hazme un artículo propicio… Me dijo que tuviera valor, que saliera de mi cama. Y me llamó «mi pequeño Bernard». Me opuse a darle cualquier apoyo. Le expliqué que mi familia política es la izquierda. Que siempre he votado a la izquierda y que iba a seguir haciéndolo.

– ¿Se arrepiente? ¿Considera que aliarse con Ségolène fue una buena idea?
– No, no me he equivocado. Desde luego no participo en esta campaña según la cual Sarkozy es un monstruo. No es un diablo ni un fascista. Pero hay aspectos de su política que me desagradan. Particularmente en el terreno de la identidad nacional y de la inmigración. Es indigno realizar tests de ADN a los inmigrantes para verificar su filiación. Es repugnante incitar a que los prefectos de policía compitan entre sí para aumentar las cifras de expulsados. Los inmigrantes no son un stock ni una masa de carne. Es peligroso hablar de cuotas geográficas, porque éstas terminan convirtiéndose en departamentos étnicos. Me ha desagradado ver la pompa con que nos hemos tratado con Gadafi. Me molesta esta relación privilegiada con el presidente de Venezuela, Hugo Chávez. ¿Vamos a venderle una pequeña central nuclear a cambio de su mediación en el caso de Ingrid Betancourt? No creo que sean dignos de Francia este cinismo y esta especulación inmoral.

– El libro se abre con la conversación de usted y Sarkozy. Pero tiene como destinataria el inquietante horizonte de la izquierda.
– Existe una tentación totalitaria de la izquierda. Ya hubo una tentación, que fue el comunismo. Y hablo de una tentación vencida. Ahora, en cambio, se repropone una nueva suerte de totalitarismo que tiene sus raíces en el antiliberalismo, el nacionalismo exacerbado, el jacobinismo, el antiamericanismo, el antisemitismo, el laxismo. Está bien visto a la izquierda que las mujeres tengan derecho a llevar el burka o el velo. Queda bien rendir un homenaje al Che y colocarse una kefia [pañuelo palestino] en la cabeza.

– ¿Ha cobrado forma concreta y política este totalitarismo?
– Chávez es la encarnación más palpable del neototalitarismo de izquierda. Es un déspota, un demagogo, un antisemita, un aliado de Ahmadinejad, un antiamericano romo e irreflexivo. Muchos partidos occidentales de izquierda lo consideran una especie de héroe. Y, en realidad, es un verdadero fascista que aglutina con su verborrea un pensamiento en el que comienza a reconocerse demasiada gente. Me refiero a esta visión del complot americano, a la amenaza del sionismo. Por eso creo que el antiamericanismo es una metáfora del antisemitismo.

– ¿Percibe riesgos parecidos en la izquierda europea?
– Yo digo que hay síntomas preocupantes. Hay españoles y franceses que creen que Chávez es un progresista. Hay muchos occidentales que han hecho bandera de la antiglobalización y del antiliberalismo. Hay sujetos políticos que tratan de volver al peor de los maniqueísmos. No puede reducirse la complejidad humana a la confrontación de dos fuerzas. Y no puede demonizarse el liberalismo como encarnación del mal. Claro que hay que ser contrarios al mal liberalismo, pero no al liberalismo como tal. El liberalismo ha sido una conquista incuestionable, esencial. Y esto nos lleva, claro, al American Vertigo.

– La prensa estadounidense ha sacado punta a su encuentro con Sharon Stone. Resaltan que usted la miró a la cara cuando ella cruzó las piernas. Qué profesionalidad.
– No deja de ser una anécdota. Una experiencia que se ha exagerado demasiado. Claro que Stone es una mujer fascinante, pero me refiero a su altura política, a su buena cabeza. Estuve en su casa de Beverly Hills. Y me dijo que en su opinión Bush no quería ser presidente. Lo hizo para complacer a la familia. Esa es la puerilidad del presidente saliente.

– Sharon Stone está considerada un sex-symbol. Usted también. ¿Le molesta o le agrada esta clasificación mundana? Vanity Fair, por ejemplo, le coloca entre los hombres mejor vestidos del planeta.
– Un sex-symbol? El título sólo tiene sentido si realmente se lo cree mi mujer. Ella es la única que puede darle un sentido a semejante reconocimiento. Pero admitire que me gusta cuidar mi aspecto, mi marca. Trato de hacer deporte, de mantenerme. Me gusta el esquí. De vez en cuando salgo a correr, pero el mayor tiempo del día lo paso escribiendo y leyendo.

– ¿Ha tenido entre sus lecturas los libros donde usted aparece como una máquina de poder, un esclavista, un compadre de los presidentes, un histérico…? Se diría que ha nacido un nuevo género en Francia: la biografía anti BHL.
– No puedo perder el tiempo leyendo estos libelos ni dándole notoriedad a los tipos que escriben contra mí. Allá ellos con su vampirismo. Me resulta grotesco, pero creo que buena parte de esta corriente destructiva proviene de la vulgaridad de mi apellido. Hay muchos Lévy sueltos. De modo que se me atribuye el comportamiento de todos ellos cuando hacen cosas negativas. Bien sean pederastas, bien sean asesinos o bien sean violadores. Hay que tomarse con sentido del humor este disparate.

– Pero si usted no tiene sentido del humor, ¿no? – [Se ríe].
– Ya ve, ahora estoy fingiendo.

– Debo de ser buen actor [dice actor en perfecto español]. Entonces es cierto que habla bien español.
– Me encanta España, me atrae su lengua. La aprendí hace 10 años, con ocasión del rodaje de una película en México. Tengo además la certeza de que mis orígenes son españoles. Nací en Argelia, pero mi árbol genealógico se remonta a España.

– ¿Y qué piensa de la filosofía española? Clement Rosset dice que España es un pueblo filosófico… sin filósofos.
– He leído, en efecto, muy poca filosofía española.

– Las banderas están de actualidad. Algunas se queman, otras de prohíben.
Francia recupera la suya, Estados Unidos la enseña obsesivamente…
– Soy antinacionalista. Detesto el macronacionalismo y el micronacionalismo. El nacionalismo vasco es un horror. Un laboratorio que nos enseña hasta qué extremos disparatados puede llegar el delirio identitario. El nacionalismo vasco provoca muertos y aberraciones. Por eso debemos aprender de ese escarmiento. ¿Hablábamos de Estados Unidos? Su bandera es un síntoma de debilidad y no de fuerza. De incertidumbre y no de orgullo. No están seguros de su pertenencia. La obsesión de exhibir la propia bandera aloja en el fondo un problema sobre la propia identidad. Yo soy un cosmopolita. No me emociona ‘La Marsellesa’. Amo el mestizaje. Me gusta la idea de Europa. Deploro, por ello, el terrorismo vasco.