Tunel

Alejandro Oropeza G.*

oropezag@gmail.com

Llegó el 2014…

¿el 2014???

«Tráeme un poco de civilización» Leonardo Azparren

Los historiadores de esta Tierra de Gracia coinciden en afirmar que llegamos tarde, por un poco más de treinta años de atraso, al Siglo XX. Tardío arribo que ocurre con la muerte del dictador, del general Juan Vicente Gómez Chacón. Y ocurre preguntarse: ¿Solo al siglo pasado? Si revisamos desapasionadamente la era republicana propiamente dicha venezolana, esta no comienza sino hasta el año de 1830, cuando nos separamos de la Gran Colombia, año este que coincide con el de la muerte de El Libertador. Ya avanzaba, buena parte de la Región latinoamericana para aquel año de 1830, en pos del diseño y edificación de naciones con estructuras sociales y políticas definidas con sus altos y sus bajos, recordemos el caso de Chile, Argentina o Brasil por señalar solo tres. Nosotros andábamos por estos lares en la tarea de la necesaria destrucción total de la herencia española y de otras más inmediatas; en la práctica real posterior, este ejercicio de destrucción e invalidación es uno de los aspectos que nos definirá y nos define categóricamente como país y como nación: el afán necesario de pretender siempre comenzar de cero, pasando por encima o destruyendo todo lo anterior.

Siempre será indispensable borrar y desaparecer lo previo y declarar que no existe o, si se reconoce resignadamente su existencia, endilgarle a los tiempos pretéritos la innecesaria presencia, la inutilidad de su transcurrir, por lo que es urgente definir y renombrar los tiempos nuevos y, claro, los pasados re-bautizarlos con apelativos que los distancien y separen de las eras presentes que, ahora sí, serán el marco para el gran logro del futuro redentor y salvar del atraso y la orfandad a nuestro pueblo vilmente traicionado a lo largo de TODA la historia.

De allí es menester concluir que sí, que efectivamente llegamos tarde al Siglo XX pero, igualmente, como que también al XIX. En lo que respecta al S. XX responsabilizamos al sátrapa mayor de Juan Vicente Gómez Chacón; al S. XIX bien podrían ser las guerras intestinas o las traiciones oligárquicas al sueño político de Simón Bolívar, pero también (en conjunto) a la maldición de la herencia española, a los genes de los conquistadores que nos tocaron en suerte: la maldición negra, etc., etc., pero lo cierto es que siempre alguien o algo es responsable y a «eso» es necesario borrarlo y desaparecerlo para, ya lo dijimos, comenzar necesariamente de cero y eliminar ese maldito lastre histórico que nos condiciona y estorba por los siglos de los siglos. Emerge triunfal, alegórica e irredimiblemente presente una pava siríaca que nos persigue ad infinitum en nuestro, de no ser por ella, posible glorioso futuro histórico.

Escribo estas líneas desde el viejo continente. Este donde se ubica el origen de nuestras miserias antiguas y la razón ancestral que nos ha impedido conquistar los futuros todos; las miserias modernas, al parecer, se encuentran en el propio continente americano, un poco más arriba de nuestra geografía. Y mi querido amigo y compañero de tertulias analíticas, Leonardo Azparren, me dice vía «twitter» que le lleve «… un poco de civilización». ¡Cómo! ¿En pleno Siglo XXI? ¿En la vorágine roja y triunfal de la revolución casera absoluta e interplanetaria? Y me pregunto: ¿No será que, nuevamente, nos toca llegar tarde al bisoño siglo? Y que la variable que define el tradicional retardo no es otra que el rezago en el logro civilizatorio que caracteriza a nuestros países pares en la Región. ¿Civilización en qué términos? Pues no en otros que en aquellos que acerquen al hombre al ciudadano alejándolo de la masa y que le permita disfrutar de los frutos de la evolución política, económica, social y cultural de las sociedades, vale decir: seguridad personal, calidad de vida, garantía de ejercicio de derechos individuales o la posibilidad de su resarcimiento cuando violados sean, la posibilidad de generar satisfactores por vía de ingresos regulares y desarrollar democráticamente las potencialidades propias y muchas cosas más.

El punto es que esos elementos se asocian a procesos de «desarrollo» y avance de buena parte del resto de los países de América Latina, con muy contadas excepciones. Es decir, ¡Están Presentes! Y, si bien existen procesos, digamos civilizatorios, propios que no alcanzan a la totalidad de las poblaciones en esos países hermanos, no es menos cierto que persiguen la intención de pretender extender dichos beneficios a una mayoría importante de la nación; no así, nivelar la población toda en negativo, hacia abajo. O lo que es lo mismo, no se persigue que todos «pelemos bolas» solidariamente, sino que una mayoría cada vez más amplia viva cada día mejor.

Y entonces nos vemos… Y vemos a los hermanos de Chile, de Brasil o de Colombia; las sociedades de Uruguay, de Panamá o de la misma Nicaragua (que se abre a inversiones en el área turística y que ¡tiene vigente un tratado de comercio con el imperio!). Vemos a esas sociedades con niveles de seguridad personal envidiables, con sus supermercados surtidos, con sus parques automotores permanentemente renovados, con inflaciones de un dígito, sin controles cambiarios, sin operativos espasmódicos para cumplir temporalmente los fines de Estado, con mecanismos de cohesión social no ideologizados y dogmatizados, con una diatriba política fuerte y competida pero no discriminatoria, sectaria en extremo y persecutoria que define al Poder Judicial como mandarria operativa del Poder Ejecutivo.

Con una confianza, al menos mínima, en sus autoridades, en sus cuerpos de seguridad, en sus fuerzas armadas, en sus órganos judiciales y electorales; confianza esta que no se encuentra definida, filtrada y condicionada por la inclinación ideológica del ciudadano. No vemos la pretensión anti-histórica de perseguir la hegemonía eterna de un partido o coalición única de partidos, ni la caída absurda de la institucionalidad pública al servicio del poder de unos partidos en el poder. Mucho menos se aprecia la intención de que la historia pasada, presente y futura obedezca los mandatos ideológicos de una «secta» política.

Necesita Venezuela, como agua el sediento, al menos un poco de civilización y no sólo como medio para entendernos y encontrarnos en la preocupación por el país que atormenta a Leonardo Azparren y a muchos paisanos pensantes, requerimos iniciar el Siglo XXI de la mano y al nivel de los pares que se baten por construir civilización y futuro en la Región.

Ya la maldición de inicio tardío del naciente siglo se cumplió nuevamente, lo importante ahora es no dejar que vuelvan a pasar tres décadas para que se inicie realmente.

Vamosya en el 2014.

* Alejandro Oropeza G. es director generaldel Observatorio Hannah Arendt