epopeya_de_chile_de_pedro_subercaseaux“Debido a su inherente mundanidad, el amor únicamente se hace falso y pervertido cuando se emplea para finalidades políticas, tales como el cambio o salvación del mundo”.

Hannah Arendt, en “La condición humana”, 1974.

Alejandro Oropeza G.

Sabemos, la historia nos lo advierte, que determinados regímenes para concretar fines propios, regularmente asociados a la permanencia indefinida en el poder, necesitan hacerse de una épica que esgrimir antes las masas (no ante la ciudadanía, entiéndase) como sustento y fundamento, quizás hasta como justificación del ejercicio de ese poder, sea ilegítimo o ilegítimo de origen. Es decir, se requiere, se necesita y precisa conformar y reafirmar una tradición de hechos gloriosos que deben ser reconocidos y cantados por las masas e, indispensable, que tales hechos gloriosos se identifiquen con quien o quienes detentan y ejercen el poder. Lo difícil emerge cuando tal épica debe ser construida sobre hechos de muy corta data, casi que inmediatos o, lo que es lo mismo, que sean producto del ejercicio del poder presente sobre una masa ávida de epopeyas presentes que cantar. Mayor es el problema cuando los hechos históricos del pasado arropan al presente y no emerge nada con la suficiente categoría de epopeya que sobrepase aquel pasado que, de paso sea dicho, hace que la masa dormite en los laureles pretéritos.

Para tales problemas existen dos soluciones. Ambas demagógicas y, consecuentemente, sustentadas en la mentira y las medias verdades. La primera solución es: reinterpretar la historia, adecuarla a los fines que persigue el régimen que pretende perpetuarse en el ejercicio del poder. Entonces, ya los hechos no son los hechos, ya la verdad no es la verdad sino que tales variables deben ser comprendidas bajo el lente de una ideología política y dogmática que no admite críticas ni revisiones posteriores. La verdad es revisada para instaurar otra pero (ahora sí), esta última es absoluta, lo cual no deja de ser paradójico. La segunda solución es: crear nuevas épicas, novedosas epopeyas que sean susceptibles de generar admiración y reconocimiento en la masa y que permanentemente puedan ser esgrimidas ante los seguidores que las alabarán casi como iguales o superiores a las heredadas, a los laureles sobre los cuales indolentemente dormitan. Y, podemos pensar, que la primera solución aparece como más viable que la segunda, total se trata de hacer pensar a la masa que aquello ya no es aquello, sino que debe ser esto, lo que el régimen determine. Una nueva historia al final. Por eso El Libertador ya no murió de tuberculosis sino, al parecer, envenenado por los secuaces de las oligarquías venezolanas, colombianas y etc., del Siglo XIX, Etc., Etc.

Pero esto de las Épicas necesarias como se puede advertir no es tal fácil ni tan sencillo, aún cuando haya una masa cautiva que crea todo lo que le digan y tal como se lo pongan. Entonces, si no existe la posibilidad de producir una “Epopeya” grandiosa que trascienda heroica los siglos y sea digna de ser cantada por toda la eternidad, pues se deben generar epopeyas así como que de maqueta, más chiquitas pues, pero eso sí, esta vez sucesivas. Es decir, que puedan, cuando sea necesario, ser esgrimidas ante la masa diciéndoles y demostrándoles, “¡Qué arrechos somos! ¿No lo están viendo?” Y, un elemento capital, es que esas epopeyas sucesivas, buena parte de ellas representan gloriosos triunfos sobre los adversarios imaginarios, el enemigo interno y claro el externo. Vale decir, los apátridas y lacayos, el imperio, perdón, los imperios y las guerras exterminadoras que provienen allende las fronteras de la Patria. Otro aspecto determinante es que tales gloriosas hazañas deben demostrar a la masa criolla que la epopeya no solo, o quizás solo, es posible lograrlas y ejecutarlas en el exterior, para que el mundo todo aprenda cómo se hace. Y ello porque, para que gastar pues pólvora en zamuros acá mismo, la epopeya solo es tal si arropa al mundo todo, si tiene como objetivo la eternidad agradecida y en deuda con el nuevo y emergente procerato criollo.

Así, entonces, emergen las epopeyas gloriosas del régimen ungido por el Todopoderoso, en lo nacional por ejemplo, el desalojo de la Plaza Altamira hace unos meses; igualmente la brillante estrategia militar que condujo a la toma y liberación de la Plaza Alfredo Sadel ocupada por estudiantes, en Las Mercedes; la destitución de alcaldes electos por un pueblo perdido, confundido y apátrida; el haber logrado, imponentes, hacer doblar la cerviz al reino de Holanda por haber retenido, y posteriormente entregado, atemorizado ese imperio, a un nacional recibido como héroe por el congreso en pleno del partido político en el poder. Las externas: el haber sido electo el país por casi todos los votos posibles para ocupar un asiento en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, pero no se nos dice que el país era el único candidato. El contribuir con el mundo todo con la cantidad de $5.000.000,00 para la lucha contra el terrible virus del “ébola”, aún cuando en estos días se nos diga que al momento aún no ha sido entregado o se ha hecho efectivo (pero veamos que ya están en caja los modestos $100.000,00 que Colombia ofreció); la epopeya olvida (con Cumbre de Presidentes y todo de la ALBA) que en casa tenemos una de las epidemias más graves del país de dengue y chicungunya; que ya no se nos informan o son creíbles los niveles oficiales de inflación y desabastecimiento; que existe una crisis sanitaria importante; que se le escapa al Estado (sí al Estado) el monopolio de la violencia y de la coerción y que no existe un mínimo de protección de ese Estado sobre (ahora sí) sus ciudadanos. Dijesen por ahí: Claridad en la calle y oscuridad en la casa.

Así, sin posibilidad de epopeyas veraces y grandilocuentes (Como aquella del Dr. Gabaldón en la lucha por la erradicación de la malaria), no queda otra que venirse a menos y presentar epopeyas menores… lejanas, batallas épicas ganadas muy lejos, arrodillando a imperios que no se enteran de sus fracasos y capitulaciones incondicionales ante la revolución.

Lo mejor sería iniciar una gestión pública eficiente, efectiva y ética, alejada de pretender impactar y asombrar a los universos que nos contemplarán por siglos, ya que, al final del camino, la historia registrará lo que acá se haga y la seguridad que tengamos en todos los ámbitos los ciudadanos de esta “Tierra de Gracia”.

¡Ciudadanos! no masa que grita y grita; y aúpa y aúpa perdida y ciega.