stalin

Publicado en julio de 2007
Nelson Rivera
Publicado en Papel Literario
Son historiadores especializados en las figuras de Hitler y Stalin. Han publicado libros imprescindibles. Richard Overy es también autor del fascinante Por qué ganaron los aliados. John Lukacs, por su parte, ha publicado Cinco días en Londres, mayo de 1940. Churchill solo frente a Hitler, ensayo que atrapa por su imperturbable tensión narrativa.

Fueron centenares las advertencias. Desde once meses antes espías comunistas, embajadores, aliados en Alemania y el propio sistema de inteligencia soviético lo había anunciado: Hitler preparaba una guerra contra Rusia. Desertores del ejército alemán habían cruzado la frontera para avisar lo que vendría. Desde marzo de 1941 las evidencias eran incontestables: casi 3 millones de soldados alemanes, así como aviones y tanques por millares se habían concentrado en la frontera. Los vuelos de reconocimiento sobre el territorio soviético no cesaban. Hasta Chiang Kai-Shek había informado al Kremlin la fecha con exactitud: la noche del 21 de junio de 1941 Alemania atacaría a Rusia.

Stalin no lo creía. Mejor: no lo aceptaba. En un segundo de lúcida anticipación, Churchill lo había previsto y le había enviado una carta al jefe comunista con fundadas advertencias. Sin embargo, el odio del georgiano por Inglaterra continuó dominando en su visión. Merkulov, que se desempeñaba como Comisiario de Seguridad de Estado llevó un informe a Stalin plagado de evidencias. Su jefe contestó: Camarada Merkulov, puedes enviar a tu fuente en los cuarteles centrales de la aviación alemana a que le haga compañía a su puta madre (Stalin tenía una única obsesión: todo aquello no era más que una conspiración inglesa para desatar una confrontación con su socio alemán).

Escribe el historiador John Lukacs: «Casi sin excepción, los embajadores y ministros rusos en las diversas capitales del mundo se sentían cohibidos, o, para ser más precisos, atemorizados ante la idea de informar a Stalin sobre lo que Stalin, de manera cada vez más obvia, no deseaba oír». Stalin seguía preso de una idea: Hitler iría contra Inglaterra. Había levantado una copa de champagne por el líder nazi (le dijo a Joachim von Ribbentrop, el canciller de la Alemania nazi: «Sé cuánto ama la nación alemana a su Führer, por eso quiero brindar a la salud de este gran hombre») y había ordenado, con reiterada frecuencia, decenas de gestos y concesiones.

Faltaban menos de tres días, la tarde del 19 de junio, cuando, abrumado por los hechos, Stalin ordenó camuflar sus aviones, pero sin dejar de advertir que sus fuerzas debían evitar las provocaciones. Era ya muy tarde. Hasta el último minuto el dictador se negó a escuchar lo que durante casi un año se había fraguado en contra de la Unión Soviética. Aproximadamente a las 2 de la madrugada del domingo 22 de junio Stalin se acostó a dormir. Minutos después, a las 3:15, millares de cañones alemanes comenzaron a avanzar y a disparar sobre el suelo ruso.