Me dirijo entonces a ustedes como rector universitario y como profesor e investigador de Química, para reiterar que nuestra primera prioridad para atender las ingentes necesidades de nuestra gente es recuperar la democracia y la institucionalidad. Pero debo recalcar que, dentro de ello, la más cardinal de las prioridades es la educación y la ciencia, porque sin ellas no es posible construir ni sostener las instituciones democráticas.

  • Benjamín Scharifker: – Orador de  Orden en la Asamblea Nacional en ocasión del 208º aniversario de la Declaración de la Independencia – 5 de julio de 2019
  • Es rector de la Universidad Metropolitana, Profesor Emérito de la Universidad Simón Bolívar e Individuo de Número de laAcademia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales

Reproducimos a continuación el discurso del doctor Benjamín Sharifker:

Comienzo por agradecer al Ingeniero Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional y presidente encargado de la República, a la Junta Directiva y a los diputados del poder legislativo, la invitación para dirigir unas palabras a todos ustedes en un día tan significativo como el de hoy, y por el enorme privilegio que significa poder hacerlo ante este digno Cuerpo, en la extraordinariamente grave circunstancia que vive nuestra nación.

Debo agradecer también a los colegas, colaboradores y amigos que nos acompañan; a los estudiantes que invariablemente han dado lo mejor de sí para desentrañar, resolver y esclarecer los más intrincados problemas y las situaciones más confusas; y sobre todo, a mi padre y a mi madre y a mis tres hijos, de quienes siempre he obtenido inspiración para seguir adelante y me han brindado su incondicional apoyo, así como a mis más entrañables, queridos y cercanos compañeros de vida, quienes por diversas circunstancias no pueden estar físicamente presentes entre nosotros en este momento y en este lugar. A todos ustedes, señoras y señores, mi más encomiable agradecimiento por su apego a los principios y valores que con tanto ahínco defendemos y por su esfuerzo por construir la sociedad en la que todos aspiramos vivir.

Estamos aquí para conmemorar el ducentésimo octavo aniversario de la declaración de nuestra independencia por parte del primer Congreso de Venezuela, reunido en esta ciudad de Caracas el 5 de julio de 1811 con representantes de siete de las diez provincias en las que estaba administrativamente dividido el territorio de nuestro país en ese momento. Es menester recordar hoy que la declaración de la independencia fue un acto netamente civil, mediante el cual los diputados, de variados oficios y profesiones, se declararon ciudadanos libres e independientes. Como lo expresa el Acta de esa sesión fundacional de nuestra República, los diputados “a nombre y con la voluntad y autoridad que tenemos del virtuoso pueblo de Venezuela, declaramos solemnemente al mundo que sus Provincias Unidas son, y deben ser desde hoy, de hecho y de derecho, Estados libres, soberanos e independientes”, con “pleno poder para darse la forma de gobierno que sea conforme a la voluntad general de sus pueblos”.

Pero no vengo a hablar de historia. Oradores muy competentes y entendidos en la materia lo han hecho en años precedentes; recuerdo el memorable discurso del ilustre y admirado historiador Edgardo Mondolfi en este recinto el año pasado, así como la brillante alocución de la Directora de la Academia Nacional de la Historia, mi querida amiga Inés Quintero, durante los trágicos eventos del año 2017 en los cuales más de un centenar de nuestros compatriotas, la mayoría de ellos jóvenes y estudiantes, perdieron la vida víctimas de la violencia desbordada por la represión a la protesta ciudadana, la emergencia humanitaria compleja en la que el régimen, hoy usurpador, nos ha sumido a todos quienes habitamos nuestro país.

Comparezco ante ustedes cuando todavía no salimos de nuestro estupor tras la trágica muerte del Capitán de Corbeta Rafael Acosta Arévalo por causa de las más crueles y atroces torturas recibidas de mano de sus captores en la Dirección General de Contrainteligencia Militar. Me dirijo a ustedes cuando aún están frescas las heridas infringidas a quemarropa por disparo de escopeta directamente en la cara a un joven estudiante de bachillerato de apenas 16 años, con pérdida total de su vista, y a escasas horas de haberse conocido el informe de la Alta Comisionada para los Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas, que no deja lugar a dudas sobre la gravedad de las violaciones a los derechos humanos que ocurren cotidiana y consuetudinariamente en nuestra sufrida Venezuela. “No se trata de política” le comentó un sacerdote católico a la Dra. Bachelet durante su reciente visita a Caracas entre el 19 y el 21 de junio, “sino del sufrimiento de la gente”. “Exhorto a todas las personas con poder e influencia –tanto en Venezuela como en el resto del mundo– a que colaboren y contraigan los compromisos necesarios para solucionar esta crisis que está arrasándolo todo”, agregó la Alta Comisionada de la ONU en un comunicado que acompañó la divulgación del informe.

Se trata de la gente, del sufrimiento, y de que en vista de la naturaleza y profundidad de la crisis que nos agobia, no podemos resolverla solos. Es una crisis de tal magnitud que compromete la independencia y la soberanía de nuestra República como ninguna otra que hayamos sufrido en 208 años desde la declaración de la independencia el 5 de julio de 1811. Debemos por lo tanto comprender sus causas y resolverla tan pronto como sea posible, antes de que termine de drenar todas nuestras fuerzas y nuestros recursos, y nos condene irremediablemente a la más abyecta dependencia a los intereses de quienes con oscuros propósitos la han provocado.

Me detengo aquí un instante a agradecer nuevamente al presidente Guaidó, a la Junta Directiva y a los diputados de la Asamblea Nacional, por su decisión de invitar a un investigador de las ciencias físicas, matemáticas y naturales, a contribuir a la celebración de los 208 años de nuestra república, en un momento crucial de nuestra historia. No tenemos memoria de un antecedente similar. Lo interpretamos como un signo muy auspicioso del tiempo que vivimos, en el que estamos decididos a enfrentar nuestras falencias; a terminar con años de oprobio y dependencia; y a asumir de una vez por todas nuestra independencia, con toda la carga de responsabilidad que ella implica.

Me dirijo entonces a ustedes como rector universitario y como profesor e investigador de Química, para reiterar que nuestra primera prioridad para atender las ingentes necesidades de nuestra gente es recuperar la democracia y la institucionalidad. Pero debo recalcar que, dentro de ello, la más cardinal de las prioridades es la educación y la ciencia, porque sin ellas no es posible construir ni sostener las instituciones democráticas.

Desde hace ya casi veinte años se ha venido creando un sistema normativo interventor y un sistema paralelo de gobierno universitario que ha degradado la calidad y alcance de las instituciones de educación superior, con usurpación de las funciones y competencias propias de las universidades: desde 2010 las elecciones rectorales han estado suspendidas y desde 2015 la Oficina de Planificación del Sector Universitario asigna directamente los nuevos ingresos estudiantiles, llegando incluso a la imposición en 2017 y 2018 de vicerrectores en instituciones que normativamente, en ejercicio de la autonomía universitaria consagrada en la Constitución, deben elegir sus propias autoridades. La asfixia presupuestaria de nuestras universidades alcanza proporciones que las condenan a la parálisis, impidiendo el desarrollo de proyectos de investigación, el mantenimiento de una infraestructura mínima para su funcionamiento y la prestación de los servicios estudiantiles básicos. El contexto de la emergencia humanitaria compleja agrava aún más la crisis universitaria, afectando a los profesores, al personal y a los estudiantes. La migración forzosa de ellos es alarmante, con deserciones profesorales y estudiantiles que superan ya el 40% en varias de nuestras casas de estudio. El desplome de la producción de conocimientos científicos durante los últimos diez años es impresionante; para fines del siglo pasado una de cada veinte publicaciones científicas originadas en la región latinoamericana provenía de laboratorios venezolanos, hoy en día nuestra producción científica ha perdido toda significación y no alcanza ni siquiera el 1% de la región. La prosecución estudiantil también se ha visto afectada, con tasas de egreso disminuidas a menos de la mitad de lo que eran algunos años atrás. Todo esto no hace sino acrecentar nuestra dependencia, con consecuencias funestas sobre el bienestar y el desarrollo humano de nuestra población.

Sin ciencia, señoras y señores, no hay independencia. Esto lo han comprendido todas las naciones que han alcanzado los más altos niveles de desarrollo, así como las que despliegan esfuerzos para alcanzarlos. Más aún en momentos en que el mundo transita por la cuarta ola de la revolución industrial, en la que converge la inteligencia artificial con la acumulación creciente de grandes cantidades de datos, el uso de algoritmos para procesarlos y la interconexión masiva de sistemas y dispositivos digitales como nueva manera de organizar los medios de producción. Hoy en día lo que impulsa el desarrollo de las naciones es su capacidad para la innovación y el emprendimiento. De ahí el énfasis que se hace en todas partes del mundo en los niveles básicos de la educación en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas. De ello depende en este momento de la historia el avance de la humanidad, y que la educación alcance a todas las personas, mujeres y hombres por igual, independientemente de su condición social o económica. Quienes no nos insertemos en estas tendencias nos quedaremos irremediablemente atrás.

Nuestra economía está colapsada, pero no podremos recuperarla y alcanzar los niveles que alguna vez conocimos sobre la base de la explotación de los recursos naturales. Estos no tienen hoy el valor relativo que solían tener décadas atrás. Hoy en día más del 70% del producto bruto mundial deriva de la producción y uso del conocimiento. También está presente la presión que ejerce la actividad humana sobre el ambiente y la creciente amenaza del calentamiento global, que impone fuertes restricciones a la continuidad de los combustibles fósiles como fuente primaria para satisfacer las necesidades energéticas del mundo. Necesitamos entonces desarrollar las competencias de nuestra población y construir las capacidades requeridas para el crecimiento económico. Pero no se trata solamente de incrementar la inversión en capital humano y equipos, sino de levantar las instituciones que faciliten la formación continua y la incorporación de la iniciativa de las personas al desarrollo nacional. Debemos recuperar en nuestro imaginario la idea de la adquisición y desarrollo de competencias profesionales y el dominio de la técnica como impulso para el ascenso social de las personas y la prosperidad colectiva. Esa es la ruta para la transformación de nuestra sociedad captadora de rentas en una sociedad productiva, en la que las personas no tengamos que depender de los favores de un Estado todopoderoso y dadivoso, sino que podamos procurar, mediante el despliegue de nuestros talentos, iniciativas y esfuerzos, para el sustento de nuestras familias y comunidades. Esta es la única alternativa viable para la recuperación de nuestra capacidad económica. La producción de alimentos, la transformación industrial y la exportación de petróleo y sus derivados ha caído a mínimos históricos; debemos ocuparnos entonces de revertir urgentemente esta situación, para que la emigración masiva de la población deje de ser el mayor flujo de exportación del país.

La diáspora de profesionales y técnicos, por cierto, no solo se refleja en la caída de la producción o en la falta de profesores y maestros en escuelas, liceos y universidades, sino también en la calidad de los servicios públicos. Las constantes fallas son por corrupción, falta de mantenimiento y equipos, y también por la creciente ausencia de recursos humanos especializados.

Pero la sustentabilidad económica no es solo una necesidad en términos macroeconómicos o a nivel de unidades de producción, es un asunto que compete a todas nuestras instituciones. Pongo como ejemplo a las universidades públicas, que no pueden seguir dependiendo exclusivamente del presupuesto fiscal, o a las de gestión privada, que no pueden ya sostener su operación con las contribuciones de su matrícula estudiantil. Debemos multiplicar las fuentes de ingreso de nuestras instituciones mediante la agregación de valor con conocimiento, para beneficio de la producción de bienes, la oferta de servicios y la prosperidad de la sociedad en general, y debemos generar asimismo recursos para las universidades sobre la base del capital social y relacional acumulado, mediante donativos y contribuciones provenientes de empresas, individuos y sobre todo los egresados.

A 208 años de nuestra independencia, nunca habíamos sido tan dependientes de otros para nuestra alimentación y salud, y la procura de las infraestructuras, equipos e insumos que necesitamos para el funcionamiento y el desenvolvimiento de la nación. Hoy no guerreamos por nuestra independencia a caballo, ni con lanzas, fusiles o cañones, aunque sí pugnamos por nuestra emancipación de quienes, foráneos y locales, con la violencia de las armas y la abolición de nuestras instituciones, conculcan nuestros derechos y nuestra libertad. La lucha que nos ocupa es la de realizar nuestra independencia en el concierto de las naciones, con educación, formación, ciudadanía, probidad, honestidad y respeto irrestricto a las normas de la convivencia y los derechos humanos como nuestras banderas.

En 1811 Venezuela se independizó de España con la participación de 42 diputados, Juan Germán Roscio y Francisco de Miranda entre otros. En 2015, 167 diputados fueron electos para conformar nuestro actual parlamento, con mayoría calificada dentro de la alternativa democrática que enfrenta la tiranía que hoy usurpa el poder. Muchos de ellos son jóvenes que se formaron en nuestras universidades e iniciaron su actividad política y comunitaria dentro de ellas. En el seno de nuestras instituciones la participación estudiantil, la pluralidad y la libertad de pensamiento y expresión son valores fundamentales. Pero en número creciente nuestros diputados están siendo acosados y perseguidos, y varios de ellos no pueden acompañarnos porque se encuentran bien sea en el exilio, refugiados, escondidos o ilegítimamente presos. Para ellos toda nuestra solidaridad y el mayor de nuestros reconocimientos, por la valerosa lucha que mantienen en pro de la libertad de todos los venezolanos, tanto los que permanecemos dentro del país como los que, por causa de persecuciones, amenazas, violaciones reiteradas de los derechos humanos y la emergencia humanitaria compleja, han sido forzados a desplazarse al extranjero.

El sufrimiento de la gente apremia y el tiempo para las palabras se agota. Hoy en plena celebración de nuestra independencia nos espera una dura jornada en defensa de nuestros derechos. Nuestra Constitución es civil y a la Fuerza Armada corresponde garantizar su cumplimiento. No nos cansaremos en nuestra lucha por conquistar la libertad, confiados como estamos de que muy pronto podremos dedicar lo mejor de nuestro esfuerzo a levantar las instituciones robustas que requerimos para establecer y sostener la democracia, y que los millones de venezolanos que se encuentran hoy más allá de nuestras fronteras serán factor importante para nuestra recuperación.

Paz, luz y prosperidad a nuestra gloriosa nación en los muchos años por venir

fjtapia.wordpress.com fotografía: Verónica Rabelo/Prensa AN