Alejandro Oropeza G.
TalCualDigital.com / Columna: El Poder y la Libertad

“…el carácter político de la libertad individual entendida
como responsabilidad es la idea de que mayor libertad
siempre significa también mayor responsabilidad”.
Vanessa Lemm, en:
“Nietzsche y el pensamiento político contemporáneo”, 2013.

Si alguna formulación de la teoría política es pertinente por su contenido práctico, es aquella que hace Hannah Arendt en su obra “La condición humana”, al identificar dos esferas en la acción humana: la privada y la pública. En la segunda se sucede lo político, por lo tanto allí ocurren todo el conjunto de interacciones que se dan entre los ciudadanos con miras a alcanzar acuerdos que suponen un beneficio común, un bien común; y uno de los mecanismos por medio del cual es posible argumentar, expresar, debatir, contradecir, oponerse a otros para aquellos fines es el discurso. Por lo que este discurso debe ser de libre expresión por parte de todos y cada uno de los que participan en la esfera de lo público, de lo político.  Nuestra filósofa alemana a lo largo de su basta obra argumenta que el poder, en una muy particular concepción, emerge precisamente en el ámbito de lo público por cuanto supone el alcance de acuerdos entre los individuos-ciudadanos que basan y legitiman el ejercicio del poder, en tanto y en cuanto éste necesariamente tiene que surgir, para que sea legítimo, de aquellos acuerdos. Y de ahí a verificar que la sucesiva renovación de aquellos acuerdos, sus actualizaciones, su evolución deben ser igualmente acordados, no existe sino un paso en el pensamiento.

En los últimos días ha llamado poderosamente la atención el verificar la pretensión de un desconocimiento del espacio de lo político por parte del régimen que gobierna Venezuela y, cuidado si no, por parte de algunos de los actores más radicales del “ala democrática”. Y digo desconocimiento porque no es otra la estrategia para impedir la renovación legítima del acuerdo que habilita el ejercicio del poder por parte del gobierno del presidente Maduro. ¿Las evidencias? saltan a la vista: se impide por el accionar de un poder público secuestrado, el electoral, la posibilidad de avanzar en la renovación del acuerdo al impedirse el referéndum revocatorio; en el mismo sentido avanza el desconocimiento, con la anuencia de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, de los lapsos establecidos en la Constitución Nacional para la realización de las elecciones de gobernadores y asambleas legislativas. Y ni qué decir de la convocatoria ilegal y espuria (en esta oportunidad sí apresuradamente gestionada por el órgano electoral del gobierno) de la ilegítima e ilegal asamblea nacional constituyente (así con minúsculas). Se aprecia también en el día a día, el desconocimiento e invalidación por que sí de la voluntad popular que llevó a la elección de una renovada Asamblea Nacional. Es decir, que el régimen al desconocer lo presente y manifiesto en el espacio de lo público, de lo político no hace otra cosa que desechar la voluntad ciudadana y refugiarse en la esfera y el ámbito de sus intereses personales, para salvaguardar el botín que supone el ejercicio de este poder ilegítimo, apuntalado por el uso extremo la violencia instrumental represiva, que es lo único que le queda como instrumento de acción política y que marcha de la mano de la demagogia, la mentira y la tiranía.

La sociedad nacional entonces, tiene el difícil camino de confrontar esta realidad y lo hace desde el espacio público, en el cual ratificamos, se ejerce lo político. Y tal acción posee dos grandes dimensiones: una, la oposición; otra, la resistencia. Veamos muy someramente cada una de ellas.

La oposición está presente en todo régimen con contenidos mínimos democráticos; expresa la opinión política de intermediadores que no se encuentran ejerciendo el gobierno ejecutivo, que no son gobierno. Esta oposición está legalmente reconocida y, por tanto, todos y cada unos de sus actos se sustenta en el respeto a la normativa legal y de los diversos órganos del Estado, de existir un mínimo de separación de poderes.  Por lo que la oposición viene a representar legítimamente otros intereses, otras ideas, otras tendencias que de una u otra manera no son compartidas totalmente con y por quienes temporalmente ejercen el poder. Regularmente, esta oposición surge y es reconocida en aquel ámbito público y, en algún momento, puede y está en capacidad de conducir un proceso de renovación del acuerdo que basa el ejercicio del poder. Su acción es legal, legítima, sustentada en la argumentación política que da sustento a la comunicación y, por tanto, se basa (se insiste) en el discurso y en la acción comunicativa. Otro aspecto clave es que esta oposición emerge de la sociedad misma a la que en parte representa y puede llegar a transformarse en legítima mayoría y por tanto acceder al ejercicio de los órganos del gobierno de manera igualmente legítima, a través de los canales y medios establecidos en el acuerdo, en los mecanismos constitucionalmente y legalmente pautados.

La resistencia, surge cuando el régimen ilegalmente pretende desconocer a la oposición y entraba los mecanismos por medio de los cuales legítimamente la oposición ejerce la política o  aspira ejercerla. Es decir, quienes detentan el dominio del gobierno le dan la espalda al poder (al acuerdo) y trasladan el ejercicio de las atribuciones del ámbito de lo público al ámbito de lo privado y, para sustentar en la práctica tal traslado, recurren a la violencia instrumental y al desconocimiento del corpus legal que sustenta y habilita el acuerdo. Así, la resistencia es un factum reactivo que se confronta dinámicamente a quienes pretenden violentar los términos del acuerdo que sustenta el ejercicio del poder. La resistencia no obedece necesariamente entonces a la norma jurídica, ya que ella misma (la norma) se encuentra violentada por la tiranía porque perdió el sustento de su legitimidad; es decir, porque desconoce el acuerdo que reclama la renovación de la autoridad. La resistencia está llamada a confrontarse activamente a la violencia que el tirano implementa para desconocer el acuerdo. Y fíjense que, en oportunidades, la oposición la puede acompañar y aupar, en otras no. Ese acompañamiento dependerá de muy particulares variables específicas de cada momentum histórico. De esta manera, se señala que la resistencia es casi siempre legítima pero podría no ser legal; tal realidad se hace presente cuando ella trasciende lo pacífico y comienza a utilizar medios violentos para alcanzar sus fines (por lo que igualmente acude a la violencia instrumental). Sin embargo, la gran pregunta es ¿si el régimen desconoce al ordenamiento legal y desmantela el Estado de Derecho, debe ajustarse la resistencia y la  oposición a las normas que aquel régimen violenta y que en oportunidades ilegítimamente promulga para desconocer la voluntad que reclama la renovación del acuerdo? De la respuesta que se de a esta pregunta dependerán el tipo y características de las acciones que se emprendan para enfrentarse a la tiranía.

La historia apunta en el sentido de registrar que la “resistencia pacífica” tiende a obtener resultados más efectivos que la “resistencia violenta”, recordemos a  Gandhi en la India por ejemplo o  a Mandela en Sudáfrica, por señalar solo dos procesos.  En oportunidades se da el caso de que la resistencia es acompañada por una oposición muy activa que se mantiene dentro de causes “legales”, a pesar del desconocimiento  del régimen que cultiva la ilegalidad a su favor.  La una no necesariamente se confronta con la otra. Es decir, ambas estrategias en el campo de lo político no son en absoluto contradictorias, todo lo contrario, podrían llegar a complementarse de manera muy efectiva en atención a los fines que se persiguen. Pero esa estrategia, la coordinación oposición-resistencia, en oportunidades es de muy difícil logro, puesto que no es de extrañar que ambas comiencen a atacarse mutuamente y se confunda la identificación del oponente. Pareciera en estas circunstancias que el oponente no es el régimen opresor y tiránico, sino los actores que se encuentran bien en la oposición, bien en la resistencia. Este el caldo de cultivo perfecto para que la tiranía se mantenga y se consolide, independientemente de las acciones de opositores y resistencia.

Entre las conclusiones que se alcanzan tenemos: cuando en un sistema existe oposición, estamos ante un régimen el principio democrático; si ella es perseguida ese régimen está desmantelando los principios democráticos. Regularmente, en un entorno con estas características, emerge la resistencia. Por otra parte, cuando un régimen persigue a la oposición, nos encontramos ante la instauración de la violencia instrumental para quebrarle la cerviz  al entramado democrático de partidos existente (aún existente); cuando ese régimen la emprende en contra de la resistencia, se avizora de suyo la emergencia de un Estado terrorista, de un estado policial, entendiéndose que la persecución opera en contra de una suma:  oposición+resistencia. Así ocurre una regresión trágica: democracia – autoritarismo – totalitarismo. En esta realidad la tiranía acude casi siempre a una estrategia que no es otra que estimular y construir una oposición a su medida para guardar la   apariencia democrática.

Hoy, en nuestra vapuleada Tierra de Gracia, se activa una resistencia o bien, hace vida una oposición, que pareciera equivocan la identificación del actor a quien se debe derrotar. La confrontación entre ellas favorece indiscutiblemente a la tiranía y la entroniza en su dominio. Los medios de la tiranía son diversos, sus fundamentos disímiles, pero su objetivo, cuando se violenta la posibilidad de renovación legítima del acuerdo que sustenta al poder es uno solo: imponerse ¿la estrategia? dividir.

El Norte es uno, el objetivo también, los medios diversos, a veces complementarios, otras veces no tanto…

No hay que extraviar la brújula, no se puede permitir ¿por qué? Sencillo y por tanto muy complejo: ¡observa la historia!

SP.