ALEJANDRO OROPEZA G.
@oropezag

No hay bajas de primera y de segunda, no hay muerte temprana que merezca se aplauda, no existe el homicida bueno, no puede caber la violencia fratricida, no hay cráneos que merezcan el chasquido de una bala que los atraviesen ¡Porque no existen vacíos embajador!

“…quien es causa de que otro se haga poderoso, se arruina a sí mismo…”.
Nicolás Maquiavelo, en: “El príncipe”.

Los hemos visto a través de los días largos, con brazos extendidos más allá de la esperanza o del anhelo que domina los empeños. Antes, pieles derrotadas cubrían los torsos secos y ausentes, los surcos que dejaba la humedad del dolor en el recuerdo; inhábil la sonrisa paralizada por la secreción de la victoria en el recuerdo del dolor que acuña el naufragio; la mirada puesta en el hogar lejano a la dama o al caballero que aguarda la noticia, esa que lleva el fruto de la carrera para avistar la sorpresa anónima. Hoy, en un hoy largo… que inició desde el génesis del Dios no complaciente la piel es de cables de oro, de ecos siempre invisibles, de tanques blancos o de cualquier tono daltónico que confunde la memoria; los unos con vidrios traídos desde lejos, de colores también, pero con ideogramas traducidos a un inglés sin instrucciones y en donde se ordena la lógica de uso de un terror recurrente. Verdes negros, colchas contemporáneas que protegen rodillas, codos, cabezas, memorias, recuerdos, conciencias y olvidos; artículos que evitan el espejo al volver la mirada, ya en casa, ya en el reposo, ya solos con cada quien en el bolsillo que guarda una mano abrumada. Ojos que se regresan del día a día para no verse ni en los pisos pulidos ni en las pupilas del otro ni en la franela blanca que puede portar un hijo perdido, contrario; ese que reclama desde una tarde hacia un hotel depravado más allá de los derrames ciudadanos que bañan una calle rota, perdida, abrumada, el tinte rojo que muere de a pedazos luego de un impacto en el pecho… a quemarropa; de una bolsa ahíta de excremento.

Revive una estética medieval, armaduras de insectos enormes traídos a las escuadras ordenadas vestidas con diligencia, también escudos transparentes, bestiarios reflotados que escupen espumarajos blancos, filtrados, arrolladores; pretendiendo lavar la memoria del motivo, cerrar el recuerdo del segundo anterior; y cascos elaborados, no recordamos el color… un aleluya de humaredas atravesando los cielos, revotando en el negro; la conquista de un río nuevamente, el paso difícil sin puentes, hacia allá… huyendo de la derrota, de los magníficos 300 reeditados al pie, no ya de alcázares rojos, sino de vayas iluminadas que no ofertan nada. La estética se ensucia, se tiñe y marea, se soslaya y se abruma, se viste de la banalidad de dos bandas que escupe con fuerza la agresión a ver quién llega más lejos la orina del rigor que obedece la orden que parte de mesas pulidas en palacios guardados en colinas inexpugnables. Pero, ¿quién garantiza la victoria? o mejor ¿cómo se define esta al final de la tarde? ¿Dónde la tierra conquistada, asegurada, la cabeza de playa sin sales donde regresan las sangres al agua? La victoria perdida en las urnas, ganadas en otras, las verdaderas; momentáneas, inseguras, disipadas en laberintos sin toros, la otra bestia, porque al final de la era la conquista no tiene capital que depositar en el banco de la historia que juzga al momento en la distancia, para emitir un juicio que ya se intuye.

Otros… redibujan los escudos día a día, se los prestan, no tienen género, no poseen nombre ni clave ni llaves; hay cabezas coronadas con diademas de orgullo, que quieren respirar el aire limpio que alienta a la guacamaya que huye despavorida de un gas inmisericorde. Caminan delgados, limpios, frescos con el orgullo de los pocos años que luchan por los lejanos, allá en el futuro al final del maratón de la vida propia. Los escudos tienen cruces, santos y corazones; no se los dan, no vienen de lejos, no llegan en conteiner más allá del río amarillo que recuerda a una plaza rendida con una estatua libre que fue destruida. Acá, caen otras por otros motivos que se oponen a los que sustentan la razón por la que fueron erigidas. El otro bando…

Los vi a todos una mañana, como bárbaros que si pueden atinan a un reflejo para contemplar el ojo del futuro, los vi agachados tras una cerca de concreto, los miré aspirar el humo mudo del momento obligado, los sentí a mi lado correr con un brazo a mi espalda acompañando la cadencia de un tic tac indetenible. Vi el futuro que siempre llegará en la cornisa de una ceja dibujada, de un carmín de mujer venezolana que no se rinde como nunca lo ha hecho: de blanco, de verde, de kaki, las mujeres de estas tierras. Lo padecí en una luz extinguida más de 50 veces acá y allá, lo lloré inconsolable en una bandera negra al lado de un asta que rendía homenaje en una plaza que despedía a un estudiante caído; también, en un patio de cuartel que decía adiós a un joven soldado. Recordé los ojos vivaces que desde los pupitres me miran acuciosos hace más de 30 años, son los mismos… son los de todos los futuros que uno a uno escriben su memoria en el día a día que construye nación… acá de este lado del río asediado y del otro lado reforzado. No hay futuros sin tristeza… tampoco solo con ella. El porvenir cuando se conquista, ríe para todos y reirá para quienes hoy los matan, para los que caen y alcanzan la inmortalidad de los que quedan, que son los muchos que no se pierden con un pulmón bisoño perforado: ¡Somos todos!

No hay bajas de primera y de segunda, no hay muerte temprana que merezca se aplauda, no existe el homicida bueno, no puede caber la violencia fratricida, no hay cráneos que merezcan el chasquido de una bala que los atraviesen ¡Porque no existen vacíos embajador! Tampoco merece el verde oliva la mancha de sangre y el dolor enviado a una madre que nerviosa aguarda implorante.

Ahora, los vemos andar por el presente, más allá de una vereda, más acá de una avenida; a ellos que buscan el futuro ahí en la calle, luego… regresarán a las aulas donde los esperamos para hacerlos posibilidad cierta de una Venezuela justa, noble y merecida; a los cuarteles a guardar orgullosos la patria de todos. Porque el lamento nos lleva a todos: ¿Necesitamos guerreros? ¡NO! Requerimos ciudadanos…

QUE VIVAN TODOS, TODOS LOS JOVENES DE ESTA PATRIA BUENA…

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