la-banalidad-del-tsj“Fue como si en aquellos últimos minutos
[Eichmann] resumiera la lección que su larga carrera
de maldad nos ha enseñado, la lección de la terrible banalidad del mal,
ante la que las palabras y el pensamiento se sientes impotentes”.
Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén.

Alejandro Oropeza G.

No creemos, es una afirmación, que la historia se distraiga permanentemente; y menos aun que se distraiga en relación con hechos y eventos que afecten el destino de las sociedades, de los pueblos en general. En oportunidades a los actores políticos que les corresponde jugar, ejercer en mejores términos, roles y responsabilidades que afectan la vida de miles o de millones de seres humanos, se les olvida que sus actos y decisiones trascenderán sus días y que las mismas serán analizadas y juzgadas a la luz de la realidad y de los devenires de los tiempos, puesto que la historia y sus sentencias son inexorables. Más aun, en buen número de casos esos juicios inexorables no aguardan a que los hombres que generaron los hechos desaparezcan, sino que las sentencias se levantan irremediablemente frente a los días de quienes se pretendieron y consideraron infalibles e impusieron al resto de los mortales sus pareceres como verdades absolutas. A veces, muchas veces lamentablemente, esas actitudes fueron y son acompañadas, vitoreadas y aplaudidas, por un pueblo transformado en masa (recordemos a Elías Canetti en su obra Masa y Poder); otras, la represión y la violencia del poder fue el instrumento para acallar, perseguir y generar el terror del silencio impuesto.

Sobre estas cavilaciones vienen a la mente dos acontecimientos separados por 55 años: el primero, la captura y posterior juicio y ejecución de Adolf Eichmann en Jerusalén por su responsabilidad en la deportación de judíos a campos de exterminio en la II Guerra Mundial, lo que dio origen a la obra de Hannah Arendt: “Eichmann en Jerusalén” y a la formulación de aquel concepto analítico de la “banalidad del mal”, en el cual el ejecutor de acciones terribles pareciera distanciarse de ellas sin posibilidad de reflexionar sobre las consecuencias de tales, por lo que su conducta y sus consecuencias no son objeto de reflexión ni pensamiento y el “mal” se vuelve entonces trivial, sin peso o importancia, insustancial, no acude la racionalidad del juicio a asistir o a limitar la conducta de los ejecutores. No poca tinta han generado las afirmaciones de Arendt y las seguirá generando.

El segundo acontecimiento tiene que ver con algunas de las últimas decisiones del Poder Judicial criollo a saber: el dejar sin representación ante la Asamblea Nacional a un estado de la nación, recibiendo, además, las demandas estando ya inactiva (de vacaciones) la Sala y dictando medidas precautelares que afectan a un universo de ciudadanos; un segundo fallo tiene que ver con el ratificar y/o aprobar un Decreto Ejecutivo de “Emergencia” cuya potestad jurídica y política corresponde constitucionalmente a otro Poder autónomo del Estado, el Legislativo, electo por voluntad popular directa. Ambos acontecimientos, salvando las distancias lógicas, emergen unidos y hermanados por una concepción de ejercicio de la función pública que dista mucho de ser un principio material y/o formal de la democracia ¿Se podrían apreciar desde la perspectiva de la banalidad en general las decisiones y acciones de actores políticos representantes de un Estado, de un Poder Público?

La decisión, la imposición ¿legítima? para justificar jurídicamente lo insustentable y para validar la ruptura de posibilidad de certeza positiva que acompaña judicialmente a la voluntad ciudadana e imponer un parecer que transforma a una parte de los actores, políticos o no, en infalibles y en posesión de una verdad atávica, absoluta y circunstancial esgrimible porque sí ante quien sea; transforma a otros actores políticos, representantes legítimos de ciudadanos, en meros objetos del ejercicio de un poder omnímodo y banal.

Sí, banal, es decir: insustancial, acrítico y trivial para con su legítima y alta función, para con el país, el presente y para con la generación de su propia historia. Y preguntamos ¿Esta banalidad exime de responsabilidad a estos actores? ¡JAMAS!

En esas estamos.