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Publicado en septiembre de 2007
Armando Coll
Publicado en Papel Literario
Ramón Guillermo Aveledo presenta El poder político en Venezuela, publicado por la Editorial Los Libros de El Nacional: un breve tratado que da luces a propósito de la trascendental decisión que habrán de tomar los venezolanos ante la reforma constitucional promovida por el Presidente de la República.

Ramón Guillermo Aveledo, ex parlamentario por el partido COPEI, profesor universitario y escritor, ha fijado su singladura pública según esa disciplina que ha de ser la de todo político, que combina el pensamiento y el actuar. De su tintero, el más reciente producto es El poder político en Venezuela, editado en la colección Fuera de serie de Los libros de El Nacional. Confiesa el autor que compila en esas páginas mucho de lo que pensó en voz alta ante sus discípulos de la Universidad Metropolitana. Al lego aparece como una suerte de manual, una iniciación en las motivaciones profundas de la democracia.

Si en ocasión de esta publicación se le inquiere sobre los modos del nuevo poder, responde libre, con toda naturalidad: –No es el ejercicio del poder sino del poderío. Ahí se manifiesta muy claramente la naturaleza regresiva que este sistema tiene porque el poder distribuido, limitado, es un logro que a la humanidad le ha llevado siglos, incluso, de Aristóteles para acá. Estamos hablando de 5.000 años: ir domesticando el poder, poniéndole cauces, condiciones, para que no fuera otra cosa que instrumento de la sociedad y no al revés. No para que fuera amo de la sociedad como se convirtió en tiempos del absolutismo. Políticamente hablando, la civilización es eso: ir dominando el poder. Ese es el equivalente político a otras manifestaciones de civilización como la escritura o como no apartar a los enfermos sino curarlos.

Es por eso que digo que Venezuela vive un momento regresivo. Y esto ya se ha dado en el pasado, siempre con algún pretexto: en los países socialistas a cuenta de la lucha de clases y en las dictaduras de derecha por la necesidad de una seguridad nacional, o una particular noción de soberanía. Pero siempre son pretextos, porque a fin de cuentas de lo que se trata es del regreso al poder puro y duro, y más nada. No es sino el ejercicio del poder sin ningún límite.

Eso es la negación de la política.
Claro, eso es la antipolítica. Porque la política es el invento humano para domesticar el poder. El poder visto por la política es el que reconoce la diversidad y nunca ve la victoria como definitiva o total. Que tiene la noción de que es transitorio, de que las mayorías también son transitorias. Tal vez corresponde a la antropología explicar cómo en un país en el que operaba una democracia, digamos, defectuosa, pero que tendía a institucionalizarse cada vez más, de pronto se dé esta regresión al poder por el poder.

Sí, estás en lo cierto. Correspondería a los antropólogos explicar en buena parte un retroceso como este. Fuimos un país en proceso de democratización. Hubo varios intentos previos que fracasaron. Pero con esas experiencias y la de la dictadura, vino un período relativamente largo de democracia, los llamados 40 años. Que nunca fue perfecta, pero logró una cierta estabilidad. La primera etapa de la democracia de partidos fue muy centralista, sin embargo, los presidentes nombraban gobernadores de estado a líderes regionales. Eran nombrados por el Presidente, pero tenían tal ascendencia en sus regiones, por ser líderes naturales, que no eran precisamente subalternos del ministro de Interior. Así fue con Betancourt, e incluso, Caldera, nombraba a los jefes del partido en las regiones, aun cuando no fuesen de la corriente interna más leal a él. Caso de Pepi Montes de Oca en Lara, Luciano Valero en Barinas, Valdemar Cordero en Portuguesa.

Era una forma de descentralizar en la práctica.
Exacto. Después, Luis Herrera Campins nombra a Juan José Caldera gobernador de Yaracuy, que era de la corriente contraria dentro del partido, pero era el diputado de COPEI por el estado y una figura de mucho peso.

¿Era el partido lo que prevalecía?
Luego vino la presión porque la descentralización fuese un hecho institucionalizado y se realizaron las primeras elecciones regionales en el 89.

La descentralización
Una de las cosas más interesantes del libro es la referencia que hace a la Corona española en tiempos de la Colonia cuando la delegación de poder tiene que ver con el problema de la distancia, en el Nuevo Mundo. ¿Cómo en un país donde la distancia inevitablemente también condiciona el ejercicio del poder puede aplicar un modelo tan centralizador como el que contiene la reforma que promueve el presidente Chávez? El país centralizado es inmanejable. En el año 58 había seis instituciones de educación superior. Tres universidades públicas, dos privadas bajo la supervisión y tutela del estado y el Instituto Pedagógico. Hoy en día hay 41 incluyendo los colegios universitarios.

¿Eso se puede manejar de manera centralizada? El gobierno central en este caso o asfixia las instituciones regionales o crea un caos: más ineficiencia, más corrupción. En el caso de la salud, el problema lo resuelve el organismo que más cerca está del paciente. Y así, esa lógica la puedes aplicar a las policías y a todos los servicios públicos. En el caso sanitario, todos los estudios realizados desde diversas perspectivas ideológicas –porque se trata de un problema técnico– indican que la máxima autoridad es el director del hospital. Ahora el que la centralización planteada por la Reforma constitucional sea inviable, no quiere decir que no produzca un gran daño en el solo intento.

Dos concepciones de democracia
El gobierno promueve no sólo una reforma constitucional, sino que desde el poder está instrumentando lo que los voceros llaman el partido más democrático que haya tenido Venezuela, el llamado PSUV. ¿No estamos en presencia de dos concepciones de democracia? En el discurso de la democracia directa hay una trampa. La democracia directa ejercida por las masas es una falacia. Antes se hablaba más de la consulta plebiscitaria, del referendo, pero cada vez menos. Ahora lo que más opera es el contacto directo del líder con la multitud. Esto excluye la deliberación que es esencial a la democracia. Es la manera en que las minorías puedan entender las razones de la mayoría, y de que la mayoría acepte las posiciones de las minorías. Es normal que haya grupos con distintos puntos de vista y la única manera de acercarlos es la deliberación, es discutir. No hay que olvidar que las mayorías son transitorias, que lo que es mayoría hoy es minoría mañana. Y eso es algo que deberían comprender muy bien los que ahora están en el poder que fueron minoría durante tantísimos años. No hay estados permanentes en la política porque es humana la política.

La soberanía del pueblo
Para el autor de El poder político en Venezuela no sólo los poderes elegidos deben ser limitados. El poder debe tener sus cauces en todas sus manifestaciones e instancias, incluida la soberanía popular. –El pueblo, nosotros los ciudadanos –explica Aveledo– cuando actuamos en la vida pública y tomamos decisiones, somos un órgano del poder. Y así como el Ejecutivo, el Legislativo, el Judicial y demás poderes deben estar limitados, la soberanía popular también. Es una falacia esa soberanía absoluta del pueblo. Si la mayoría, entendida como soberanía popular, resuelve por ejemplo exterminar un grupo étnico o religioso, como ha sucedido, ¿es eso legítimo? Ha habido proyectos excluyentes con el apoyo de la mayoría. Insisto de nuevo, el ejercicio civilizador en términos políticos es el control del poder, en todas sus expresiones. Y eso incluye el poder soberano del pueblo. Porque el poder sin límites es siempre opresor. El poder absoluto no es necesariamente ejercido por una elite, la mayoría también puede ser opresiva. Entonces, el verdadero dilema es entre una democracia con límites y una democracia plena de la mayoría, sin controles, espontánea. Esta democracia sin control a lo que lleva es al poder de uno.

El voto
¿Cómo ve hoy en día la institución del voto?
Hay una perversión que afecta a los dos lados en conflicto. El que está en la oposición desconfía de que su voto valga. Pero del lado de los que son afectos al Presidente hay sencillamente una subestimación del voto. Aun los que votamos siempre por principio, desconfiamos. Yo he votado en todas las elecciones. Los partidarios del Comandante piensan que hay un poder superior. No hay la conciencia de que con el voto va a cambiar algo. Ellos están convencidos de que el CNE no le va a echar una broma a su líder. El voto fue algo que costó mucho; hubo gente que sufrió cárcel, que murió por la instauración del voto. Pero, hoy en día es una institución en riesgo.

¿Eso no conduciría a una enorme abstención?
Por eso este régimen es tan regresivo. En la época de Guzmán Blanco, en el siglo XIX, existía el voto público, no era secreto. ¿Qué es la lista de Tascón? El voto público de Guzmán. Este es un país de quién y no de qué, es muy probable que vaya a votar muy poca gente porque no está en juego la permanencia o no del Presidente. Pero, no hay que perder de vista lo que está en juego ahora. Podemos tener una constitución votada por una minoría, impuesta a una mayoría. Ésta, a diferencia de la constitución del 99, que con todas sus imperfecciones es una constitución democrática liberal, establece una ideología oficial, un modelo económico oficial, un modelo político oficial, que excluye a todos los demás. Y la constitución debe ser una carta común en la que todos estemos representados, y un espacio común en el que todas la diferencias se ventilan. Ahora si de lo que se trata es de constitucionalizar la posición de un grupo, y se obliga a los demás a adherirla, entonces lo que se le plantea al resto de la población es como aceptar el ticket de la tintorería en el se establecen una serie de condiciones que si no aceptas tienes que irte a otra parte.

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