Publicado en el 2008

En memoria de Luis Castro Leiva

Heinz R. Sonntag

En estos días, al jorungar en papeles del pasado que guardo obsesivamente, encontré un manuscrito titulado Ensayo sobre el futuro de la democracia hecho a la medida del presente del gran intelectual y amigo a quien dedico estas reflexiones, cuya muerte hace casi una década significó una terrible perdida para nuestra sociedad. Escrito en 1996, piensa nuestro pasado, presente y futuro en la clave de postdicción y predicción, esto es: la dialéctica entre extraer “conclusiones generales a partir de instancias particulares” y “predicciones empíricas y científicas”, de modo que los tres tiempos se fusionan en lo que se puede llamar Historia en sentido holístico.

Parte de una premisa que comparto: “A los ojos de casi todos los ciudadanos de las repúblicas de la America del Sur, la forma o sistema de gobierno democrático parece el desiderátum ético fundamental para los prospectos inmediatos de nuestra vida en común, aunque, desde luego, no todos estemos igualmente convencidos acerca de las condiciones, términos ni contenidos de su desarrollo.” Para formular semejante premisa, es preciso volver al liberalismo político, lejos de las simplificaciones de los predicadores de ayer y hoy del neoliberalismo que sacrifican los postulados del liberalismo político en el altar de recetas economicistas bajo el epíteto de la “globalización”. Para decirlo con las palabras de Castro Leiva: “El liberalismo se centra… en la posibilidad de existencia de un centro de imputación de identidad en el sujeto, esto es: en una idea de subjetividad que convierte a su titular en autor y responsable universal de las acciones o pasiones que actúa o padece, y de los derechos y deberes correspondientes al ejercicio de la libertad y de la igualdad de que disfruta.” El secreto de la democracia es que esta condición de subjetividad es compartida y aceptada por todos, en su carácter de ciudadanos de la res publica, lo cual hace que el Estado democrático sea la comunidad de dichos ciudadanos al reconocer en el la institución que garantice esa condición de subjetividad, libertad e igualdad y permita que se reconozcan en él (lo cual implica que ningún gobierno tenga el derecho, ni mucho menos el arbitrario voluntarismo, de restringirla).
Como insinúa Castro Leiva, en los ejemplos de Fujimori, Castro, Che Guevara y otros (incluso el Sub-Comandante Marcos – ¿se recuerdan?), el impedimento de la realización de esa condición es, histórica y contemporáneamente, el militarismo. Este, al convertir el Estado en una suerte de guarnición o cuartel, muchas veces con el pretexto de “hacer la democracia mas eficiente y dotada de mas energía”, tiende a eliminar la característica del ciudadano y, por ende, la naturaleza democrática del Estado. No importa que “casi todas estas grandes acciones han recibido la fuerza de su motivación… de la combustión generada por la percepción social extendida y de las pasiones cívicas que se crean y recrean sobre aquella en torno a un estado cívico de corrupción percibido como generalizada” (Castro Leiva), su aparición implica la muerte de la democracia y la eliminación del Estado democrático. El liberalismo político se convierte en objeto de persecución implacable, sus intelectuales y demás defensores en “traidores de la patria”. El militarismo también “se introduce en la explicación y comprensión de la guerra como fenómeno político y económico, en especial en el campo general de la idea de seguridad o defensa nacional y
de la guerra interna” (Castro Leiva).

La gran interrogante de nosotros, a 24 días de las elecciones regionales y municipales, ¿seremos capaces los demócratas de asimilar las enseñanzas de Luis? Su propia respuesta, en la ultima columna que escribió y que apareció en forma póstuma, fue un rotundo NO al militarismo.