Alejandro Oropeza G.*

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“El humor constituye el medio de lucha más tenaz que se haya inventado contra lo convencional. Se enfrenta a quienes esgrimen los dogmas o la muerte, el ridículo o el abuso de poder, el conformismo y lo santificado, con armas que no se oxidan nunca porque, a veces, incluso, se vuelven contra sí mismas».

Zapatazo

Adriano González León

Prólogo a «Un morrocoy en el infierno» de Miguel Otero Silva,1981.

Nos conmociona la noticia, el anuncio. La ratificación real de una posibilidad esperada. Desafortunadamente lógica. Toda muerte es así, una sorpresa sobre la marcha. Un adiós no deseado que siempre nos encuentra, que nos consigue así nos escondamos; es el juego de la vida y de la vida y la muerte ¿Lo posible? Que en cada circunstancia encontremos, descubramos los motivos que nos impulsen para seguir adelante y, que en medio de la pérdida, luces de entusiasmo y ¿por qué no? de alegría, se hagan presentes. Necesariamente presentes.

Pedro León Zapata podríamos decir era lo que denominamos uno de los «últimos renacentistas» de nuestra intelectualidad, espíritu indoblegable en su concepción de sí mismo, eso no significó jamás el aislamiento, la pusilanimidad o el mirar hacia otro lado distinto de la realidad no deseada que atropellaba y atropella; de allí su compromiso eterno, hasta más allá de la mala hora para nosotros. Una cantidad de disciplinas desfilaron por su mente vivaz y fueron ejercidas, ejercitadas sin el tapujo de un compromiso, de una entrega más allá de su propia historia, de su responsabilidad consigo mismo y con la sociedad en la cual siempre estuvo presente sin deserciones, sin tránsitos a otras geografías definitivas, es decir, sin traiciones a nada. Pero también, y allí ubico su universalidad, sin lisonjas momentáneas o definitivas a nadie, ni «estructuras», ni personas, ni gobiernos.

Tuve la fortuna de conocerle hace muchos, muchísimos años siendo un adolescente estudiante del Liceo Gustavo Herrera, en una tarde en casa de Soledad Mendoza, pues su hijo Andrés Beltrán y yo fuimos entrañables amigos. La vida me regaló el poder compartir y oírle muchas veces. Era un anti-sopor de horas pesadas, una voz profunda, la dicción buscando la perfección del dominio del lenguaje como medio e instrumento, ¡Ah! La jocosidad retorcida, pero directa. Sabía, sabíamos que estábamos ante un universo que se expandía a sí mismo en sus propios caldos. Pero esos caldos eran nuestros, éramos nosotros mismos creando ser venezolano y reconociendo lo bueno, lo malo y lo feo en nuestras cotidianeidades. Y ahí se encontraba, encontraba Zapata la mina de sus actos públicos. Dolor de cabeza para todos los gobiernos, repito, para todos, pues jamás pactó o fue lisonjero con ninguno, la realidad percibida no se lo podía permitir. Y sobre estos aspectos es que se construye entonces sus grandes certezas que no son otras que la libertad y la democracia, como realidades indisolublemente ligas a la concepción de lo venezolano como esencia y sustrato propio, suyo y de su pertenencia a ese pueblo. El binomio Libertad-Democracia es, entonces, el denominador común de su vida fructífera, responsable y comprometida, el acicate de su independencia total, el permiso propio para desbandar sus comentarios sobre la realidad nacional del día a día. De ahí el árbol gigante de su crónica, su entrada al universo de lo que efectivamente somos y valoramos como propio.

Se nos va uno de nuestros grandes, de los venezolanos más valiosos y oportunos que nos regaló la vida, ahora nos toca seguir con la historia y cargar con su ausencia de día a día. Ahora, a retejer la enseñanza y el legado, los legados. Emerge la responsabilidad de todos sus discípulos, de quienes lo seguimos y cantar alegres su entrada en la eternidad, en la certeza de que nos acompañarán sus sabias ocurrencias por muchos años y eras. Eso traduce que siempre habrá un ejemplo de independencia y respeto hacia la vida propia en la que vivió Zapata y la conciencia de que en los peores momentos que atravesemos la esperanza y el trabajo deben guiar la acción, pero con aquel dejo nuestro del cual fue un maestro: el humor.

Por allá arriba, debe estar Papá Dios recibiendo a nuestro Pedro León, y esperando los ángeles y la comunidad celestial su primer ZAPATAZO.

TalCual,Sábado 07 de Febrero de 2015

** Alejandro Oropeza G. es director generaldel Observatorio Hannah Arendt